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Bill Murray, Pearl Jam... Chicago enloquece con el primer título de los Cubs en un siglo
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necesitaron irse a las entradas extra para ganar

Bill Murray, Pearl Jam... Chicago enloquece con el primer título de los Cubs en un siglo

El equipo más desdichado de Estados Unidos ha conseguido por fin la gran alegría. Ha pasado un siglo desde que lo lograsen por última vez y sus aficionados más célebres animaron su mítico estadio

Foto: Bill Murray muestra la gorra de campeones (EFE)
Bill Murray muestra la gorra de campeones (EFE)
Foto: Los Cubs ganan un partido de esta temporada en el Wrigley Field (Reuters)

Más allá de las maldiciones, el 2 de octubre de 2016 ha pasado directamente a la historia de un deporte, el béisbol, y de un lugar, Chicago. Los Cubs, el equipo del norte de la ciudad del viento, logró el título mundial 108 años después de haber logrado el último. No había sequía igual en todo el deporte estadounidense. Lo han conseguido, además, con toda la épica posible. En las Series Mundiales, la última etapa hasta el título, perdían 3-1 y estaban a solo un partido de quedarse a las puertas. Lograron vencer los tres últimos a los Indians de Cleveland. No termina ahí la cosa, el último encuentro, el séptimo, uno de los más vistos de la historia de la competición, llegó a las entradas extras, es decir, los Cubs no pudieron ganar en el momento estipulado y llevaron los nervios de su afición hasta la prórroga para, al fin, lograr ser campeones. Como ha pasado más de un siglo el sedimento de la desdicha de esta franquicia ha llegado a muchas partes. Véamos alguna de ellas.

Theo Epstein

El máximo ejecutivo de los Cubs puede decir que es el cazafantasmas por antonomasia del deporte estadounidense. Ha logrado conformar un equipo tremendo que se ha hecho con el título. Es casi una estrella del rock, un directivo joven, y que ha aportado al béisbol un concepto rupturista, ya nada se hace como se solía hacer en el pasado. Epstein forma parte de los 'sabermetricians', esos que se fijan mucho más en los números que en las sensaciones y que, a golpe de ideas fuera de lo común, ha logrado un hito histórico.

¿Uno? No, en realidad dos. Antes de que llegase a Chicago fue el director general de los Boston Red Sox que eran, hasta su llegada, otra franquicia perdedora. Su maldición, la del Bambino, duró 84 años, desde 1918 hasta 2004, cuando el equipo de Massachusetts se desquitó de todos sus problemas. El nexo de unión de ambas franquicias es, por supuesto, Epstein.

Billy Murray

El verdadero cazafantasmas, por más que Epstein reclame su sitio. Murray es, además de uno de los actores más carismáticos que existen, el aficionado más reconocible de la franquicia. Es, por lo tanto, uno de los miles de sufridores que estos días han visto como su vida cambiaba un poco estos días. Ha acudido varios días al Wrigley Field con una camiseta en la que se podía ver una cabra y la consigna "No creemos en las maldiciones", una historia que se remonta a los años 40 y que estaba bien clavada en el espíritu de los cachorros.

Al terminar el partido Murray concedió una entrevista a la ESPN, algo corta, pues tiene cierta alergia a los micrófonos, pero sincero y significativo de lo que es un aficionado a los Cubs -quizá, incluso, un aficionado al deporte-. Con la voz entrecortada Murray se acordaba de sus padres, que ya no están, y de su abuelo, que tampoco. Todos ellos aficionados de Chicago que no pudieron vivir el día de gloria de su equipo de siempre.

Murray, abonado, tiene dos entradas de las mejores del estadio para disfrutar de su equipo y en el sexto partido decidió regalarle una de ellas a una aficionada que se había quedado sin posibilidad de tener un ticket. No le conocía, pero se lo encontró en los alrededores del estadio y decidió que nadie lo disfrutaría como él.


Eddy Vedder

Hace unas semanas el mítico grupo Pearl Jam tocó en el Wrigley Field. En un momento de la actuación subieron al escenario los tres hijos de Ron Santo, leyenda de los Cubs -aunque una perdedora, es uno de los muchos que ha jugado en este siglo de sequía- y saludaron al cantante, Eddie Vedder. Este, que llevaba una beisbolera de los Cubs, dio las gracias a los hijos, se dijo emocionado y quiso saludar a su "gran, gran amigo" Theo Epstein, que subió al escenario y acompañó a la banda en una de sus canciones.

No en una cualquiera, pues el grupo tiene una sintonía compuesta concretamente para el equipo. "Algún día haremos todo el camino", dice uno de los versos de la canción en la que los allí presentes, mayoritariamente seguidores del club, se desgañitaban cantando. Ese día ha llegado.

Y en ese día, el último, Vedder ha cantado también. Lo ha hecho como manda el béisbol, en el descanso de la séptima entrada, interpretando la canción más mítica de este deporte, la que siempre suena en el Wrigley en ese mismo momento aunque, en este caso, interpretada por uno de los músicos más relevantes del mundo. 'Take me out to the ball game', así se llama el tema y, si lo escuchan les sonará, pues sale en cientos de películas y series estadounidenses.

La hiedra

El Wrigley Field es uno de los estadios más señeros del mundo del deporte. Se construyó en 1914 y dos años después se convirtió en la casa de los Cubs. Era, por lo tanto, un monumento sin un solo título a sus espaldas, casi una casa encantada. Pocos recintos son más reconocibles en Estados Unidos, y basta con ver una fotografía para saber por qué. El fondo del estadio está recubierto de una densa hiedra, un lugar donde se han perdido pelotas centenares de veces. Los rivales de los Cubs cuentan que la hiedra siempre parece verde porque el equipo nunca llegaba al otoño, cuando las hojas amarillean. Esta vez sí lo han logrado y, a pesar de todo, las plantas han resistido bien.

Epstein -se vuelve al mito- acostumbra en invierno a comer en las gradas del estadio, cuando no hay nadie. Aprovecha para salir y pensar bajo el intenso frío de Chicago. Él sí ha visto el muro desnudo, desprovisto de las hojas verdes que lo hacen ser único en el deporte.

De Chicago como Obama, pero no de Obama

Da la casualidad de que un presidente de Chicago, que vivió allí y allí hizo carrera, ha visto en sus últimos días de mandato como un equipo de su ciudad enterraba una larga tradición de desdicha. Obama felicita a los Cubs y sus conciudadanos por ello, pero ese equipo no es el suyo, él es de los White Sox. En realidad, casi todos los hombres de raza negra de la ciudad son aficionados al equipo de las medias blancas y no a los cachorros y esto tiene una explicación puramente geográfica.

La ciudad del viento, como casi todas en Estados Unidos, tiene una segregación latente. El Wrigley es el estadio del norte de la ciudad y sus aficionados, los vecinos de esa parte de la urbe, son fundamentalmente blancos. Es difícil ver gente de raza negra en las gradas del estadio, aunque, lógicamente, sí que se dan casos. Esta semana en 'The Undefeated', la nueva web de cultura popular y raza de ESPN, el escritor Michael Strautmanis contaba lo que es ser negro y de los Cubs.

Con ese caldo de cultivo lo lógico, y lo que ha pasado, es que el presidente sea aficionado del otro equipo de la ciudad. Es más, se ha apresurado a pedirle a los campeones que vayan a verle a la Casa Blanca antes de que sea tarde, que a él le queda poco tiempo por allí y quiere verles antes de irse.

W

Al terminar el partido una bandera gigante se desplegó en el fondo de las gradas. En ella había una W, la letra mágica, la que marca la victoria. "Win", también "World Series". Los aficionados, por las calles de Chicago, portaban pequeñas banderas con la misma letra, algunos, no pocos, amanecerán con tatuajes en los que se verá el logo de los Cubs y, también, la W de color azúl que se ha convertido en el símbolo de una victoria. No de cualquier victoria, de esta, que no deja de ser la más importante que nunca vieron todos ellos. Una existencia de derrota, de frustraciones y sinsabores, con equipos buenísimos que no llegaron a nada y otros muchos irrelevantes que se olvidaron de dar la sorpresa. Nunca más, adiós a la cabra, a la desdicha y al desespero. Los Cubs ya saben lo que es ganar. Es improbable que alguno de sus aficionados pueda recordar, aunque sea remotamente, lo que era aquello. Al fin y al cabo han necesitado 108 años para enterrar todos los fantasmas.

Foto: Los Cubs ganan un partido de esta temporada en el Wrigley Field (Reuters)

Más allá de las maldiciones, el 2 de octubre de 2016 ha pasado directamente a la historia de un deporte, el béisbol, y de un lugar, Chicago. Los Cubs, el equipo del norte de la ciudad del viento, logró el título mundial 108 años después de haber logrado el último. No había sequía igual en todo el deporte estadounidense. Lo han conseguido, además, con toda la épica posible. En las Series Mundiales, la última etapa hasta el título, perdían 3-1 y estaban a solo un partido de quedarse a las puertas. Lograron vencer los tres últimos a los Indians de Cleveland. No termina ahí la cosa, el último encuentro, el séptimo, uno de los más vistos de la historia de la competición, llegó a las entradas extras, es decir, los Cubs no pudieron ganar en el momento estipulado y llevaron los nervios de su afición hasta la prórroga para, al fin, lograr ser campeones. Como ha pasado más de un siglo el sedimento de la desdicha de esta franquicia ha llegado a muchas partes. Véamos alguna de ellas.

Bill Murray Barack Obama