Es noticia
Thierry Sabine, el alma del Dakar devorado por su propia criatura
  1. Deportes
  2. Otros deportes
murio en un accidente en pleno dakar de 1986

Thierry Sabine, el alma del Dakar devorado por su propia criatura

Carismático, apasionado, vitalista, el fundador del Dakar cayó en el desierto que le había atrapado totalmente a pesar de estar a punto de morir en 1977

Foto: Thierry Sabine en una foto de archivo.
Thierry Sabine en una foto de archivo.

“No tenía compás ni reloj, dos días y dos noches perdido en el desierto, bajo un sol que me hacía perder la razón, la ausencia total de sombra me empezó a producir una sensación de claustrofobia… Entendía que mi vida tenía poco o nada de valor”.

Thierry Sabine se había perdido en medio del desierto del Teneré en el transcurso del rallie Abidijan-Niza, en 1977. “Y es entonces cuando prometí que si salía con vida de esa experiencia barrería cuanto de superficial tuviera mi existencia”. Fue milagrosamente rescatado. En su mente germinó la idea de vencer a los mares de arena llevando a una caravana que atravesara África.

Dos años después, 170 participantes en moto y coche partieron desde la Plaza del Trocadero para terminar en Dakar. “Un desafío para los que van, un sueño para los que quedan atrás”, acuñó como lema. El 26 de diciembre de 1978 arrancó la primera edición. Había nacido una leyenda. En realidad, fueron dos. Una, el propio Thierry Sabine. La otra, el París-Dakar. Pero la segunda engulló a la primera porque su fundador falleció en un accidente de helicóptero, un 14 de enero, veintinueve años atrás.

Personalidad arrolladora

Hijo de una familia acomodada, su padre Gilbert era dentista y su madre era una reconocida anticuaria. Durante algunos años fue piloto de carreras y llegó a participar en las 24 Horas de Le Mans. Y, a la vez, competía en carreras en el desierto. Paralelamente, también se había convertido en organizador de pruebas en Francia, hasta que experimentó su experiencia iniciática en el Teneré y se transformó en el alma del Dakar.

De personalidad arrolladora y también controvertida, su carisma imponía el respeto necesario para manejar la gigantesca caravana del Dakar. “Uno que sale cada mucho tiempo”, decía de él Jacky Icks. Soñador, pasional, con un punto dictatorial, Sabine creó y dirigió una impresionante infraestructura donde lo impredecible era el pan de cada día; el caos, una amenaza permanente. El desierto que casi acaba con él le atrapó para siempre. Y consiguió que también a otros muchos.

“¿Por qué le interesa participar en el Rally París-Argel-Dakar? ¿En qué forma se ha preparado para este rally? ¿Es consciente de que esta prueba comporta ciertos riesgos?”, eran preguntas que tenían que responder los primeros participantes. En pocos años, el París-Dakar se había convertido en un fenómeno social.

El ‘ángel de la guarda’ de los participantes.

Desde su nacimiento, el Dakar creció como la espuma. Pura aventura, sin satélites para navegar, con etapas de más de mil kilómetros, ediciones con casi 16.000… Aventura total. En 1982 la prueba alcanza proyección mundial cuando el hijo de Margaret Thatcher se perdió en la octava etapa y fue encontrado tres días más tarde.

En 1985 eran 552 participantes. Alberto y Carolina de Mónaco se inscribieron en la prueba como otros muchos famosos: en busca de emociones… y duraban dos días. En la decimotercera etapa tan sólo quedaban 168 participantes, 40 motos. En Mauritania, Thierry Sabine tuvo que detener la prueba ya que los supervivientes estaban desperdigados en un radio de 1000 km. De la cifra inicial, sólo llegaron 146 a Dakar.

Siempre vestido con su mono blanco, se convirtió en el ‘ángel de la guarda’ de los participantes. Cuando el desierto se volvía loco, su obsesión era encontrar a los perdidos. Era una suerte de padre deportivo y emocional para todos. Sus discursos antes de cada etapa magnetizaban. Capeaba todas las crisis logísticas que se presentaban.

placeholder

Cambios de última hora

14 de enero de 1986, decimocuarta etapa en Mali, con un total de 840 kilómetros. Sabine compartía la jornada con el famoso cantante francés Daniel Balavoine. Ambos estaban también trabajando en un proyecto para distribuir motobombas de agua a pueblos de Mali sin acceso al líquido elemento. Al caer la tarde, subieron al Ecureil, el helicóptero de Sabine para llegar al final de la etapa, a unos 250 kilómetros.

François-Xavier Bagnoud pilotaba el aparato, al que se subía el técnico de radio Jean-Paul Le Fur. También debían hacerlo Jean-Luc Roy y Yann Arthus-Bertrand (luego famoso director de cine sobre temas medioambientales) que filmaban y fotografiaban cada día la prueba. Sabine le pidió a este último que dejara sitio en el aparato a Balavoine. Aceptó. Se estaba levantando un viento incómodo, la noche se acercaba y Roy también decidió quedarse con Arthus Bertrand para tomar un avión… A las seis de la tarde el aparato aterrizó en otro punto intermedio donde se subió la periodista Nathalie Odent, también amiga de Sabine.

El misterio del último despegue

Ante la creciente tormenta de arena y la menor luminosidad, el piloto decidió aterrizar en la ruta hacia la meta. Llegó entonces Pierre Lartigue, uno de los protagonistas en coches, y Sabine le pidió que avisara al campamento para que les recogieran con un coche. Gourma-Rharous, la meta, estaba sólo a ocho kilómetros.

Sin embargo, siempre será un misterio la razón por la que el grupo decidió de nuevo emprender el vuelo con una tormenta de arena que arreciaba y una visibilidad decreciente. Intentaron seguir las luces de uno de los coches participantes a baja altura. A las 19.20 horas, un cuarto de hora después del despegue, el Ecureil tocó contra una duna, se desequilibró en el aire y se estrelló contra el suelo. Todos sus ocupantes fallecieron instantáneamente.

Para Thierry Sabine, la pasión y la aventura eran elementos consustanciales a su vida. Falleció viviendo ambas a tope. Hoy, el Dakar ha evolucionado con el paso del tiempo. Pero su espíritu sigue vivo en la prueba más dura del mundo.

“No tenía compás ni reloj, dos días y dos noches perdido en el desierto, bajo un sol que me hacía perder la razón, la ausencia total de sombra me empezó a producir una sensación de claustrofobia… Entendía que mi vida tenía poco o nada de valor”.

Margaret Thatcher
El redactor recomienda