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La locura de la lucha libre: "Mezclamos lo mejor del deporte y el espectáculo"
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entrevista a sheamus, estrella de la wwe

La locura de la lucha libre: "Mezclamos lo mejor del deporte y el espectáculo"

Hablamos con Sheamus, uno de las caras más conocidas de la WWE. El luchador irlandés analiza las claves de un espectáculo que mueve millones por todo el mundo

Foto: Detrás de su intimidante aspecto, Sheamus demostró ser un tipo de lo más afable.
Detrás de su intimidante aspecto, Sheamus demostró ser un tipo de lo más afable.

El pasado jueves, hora y media antes del show, los cláxones se estrujaban con la ansiedad de quien aguarda impaciente el comienzo de algo grande. Las estrechas callejuelas que rodean el Palacio de Vistalegre apenas podían respirar. El otrora coso taurino recibía los primeros días de frío en la capital ataviado con sus mejores galas. Huérfano de eventos deportivos de relumbrón (atrás quedaron las noches de baloncesto con Estudiantes y Real Madrid como anfitriones o el balonmano de quilates desplegado por el Atlético de Madrid), la visita del circo de la WWE, la empresa estadounidense propietaria de los derechos de la lucha libre profesional, desataba la locura en el corazón del madrileño barrio de Carabanchel. Enmarcado dentro del WWE Live Tour, el evento era la única ocasión para el público español de ver de cerca a los mejores y más reputados ‘wrestlers’ del planeta. Las 10.000 localidades puestas a la venta, a razón de 25 euros la más barata y 100 la más cara, volaron. Nadie se lo quería perder.

La imponente iluminación se mezcló con los perritos calientes, las canciones patriotas (del ‘Qué viva España’ a un surtido de Los Chunguitos) y un aroma yanqui que crearon una atmósfera mágica. Sobre el ring, lo más granado del panorama del ‘Pressing Catch’ actual. Para abrir boca, el pelirrojo Sheamus le dio toda una lección a Luke Harper. También pudimos ver en acción a Jack Swagger y Curtis Axel. Uno de los momentos más destacados de la velada fue la aparición de El Torito y Los matadores. Las banderas españolas ondeaban para celebrar su victoria ante Heat Slater, Titus O´Neil & Hornsnoggle. Pero sin duda el punto álgido de la noche lo puso el electrizante duelo entre John Cena, la principal estrella de la WWE en los últimos años, y Seth Rollins. Ninguno de los dos quiso perderse la oportunidad de hacer vibrar a los entregados espectadores que se desgañitaron coreando el célebre ‘you can’t see me’.

Una noche para el recuerdo que arrancó la misma mañana en las alturas de la emblemática Plaza de Callao de Madrid. Allí, en las oficinas de 2K, durante la promoción del nuevo videojuego ‘WWE 2K15’, pudimos conversar con Sheamus, ‘El Guerrero Celta’. Nacido como Stephen Farrelly (Dublín, 1978), a sus 36 años este irlandés se ha alzado en dos ocasiones con el título de campeón de la WWE y se ha convertido en una de los rostros más populares del ‘Pressing Catch’ contemporáneo. Con un grueso jersey de cuello alto y una boina de aires alternativos, esta pelirroja mole de 1,93 metros y 122 kilos repasó con El Confidencial su meteórica carrera y quiso analizar los aspectos de una especialidad que levanta pasiones allá donde va. Una disciplina que muchas voces tachan de pantomima. Una suerte de ficción donde el espectáculo prevalece sobre el aspecto deportivo.

Idea con la que Sheamus (un nombre que en lengua Celta significa ‘cogido por el talón’) no comulga en absoluta. “Es mucho más que un deporte. Es deporte y es entretenimiento. Mezcla lo mejor de ambos mundos. Di a alguien que intente hacer lo que hacemos en el ring, a ver si puede. Nadie. Tenemos a los mejores atletas del mundo. Se trata de físico. Hay que estar muy preparado para hacer lo que hacemos. La agilidad con la que se mueven y los movimientos que ejecutan gente que supera con holgura los dos metros y los cien kilos es increíble”, ensalza con orgullo. Pese a ello, no le duelen prendas en reconocer cual es el fin último de la lucha libre. “Nuestro objetivo es entretener, que los aficionados se vayan con la sensación de haber vivido un buen momento y que quieran repetir”. Una función para la que, además de un físico portentoso, es necesario poseer un desparpajo más propio de un comediante. “Sí, claro que me siento un poco actor. Es parte de nuestro trabajo”, concede.

Pero ante todo, Sheamus constata el profesionalismo que envuelve a este grupo de ‘bestias’. Un profesionalismo que, pese a algunas sombras evidentes, queda reflejado en el constante trabajo de los luchadores. Desde Orlando, donde se encuentra el centro de desarrollo que en 2013 inauguró la WWE, todos ellos desarrollan sus técnicas para seguir deleitando con sus imponentes trucos. Un hecho decisivo para que el luchador haya fijado su residencia oficial en Tampa (Florida). “En el gimnasio paso cinco o seis días a la semana. Entrenamos muy duro y practicamos nuestros trucos constantemente para perfeccionarlos todo lo que podamos. Amamos lo que hacemos y pese a los problemas y el sacrificio que supone estamos encantados”, comenta. Una rutina en la que, al margen del culto al cuerpo, buena parte del tiempo se consume en giras, eventos promocionales y shows a lo largo y ancho del globo que les llevan a pasar casi 300 días fuera de casa. Algo duro pero que, al menos desde el punto de vista económico, tiene recompensa. “Luego está la parte del espectáculo que obviamente está ahí. Las historias paralelas que surgen de lo que ocurre dentro del cuadrilátero, las relaciones entre los luchadores, el backstage… todo forma un producto brillante con el que la gente disfruta”. Amén. Y es que si hay algo que no se le puede negar a la lucha libre profesional es la cantidad de dinero que mueve dentro y fuera de los Estados Unidos.

Sin ir más lejos, el pasado mes de abril, la trigésima edición del WrestleMania en el Superdome de Nueva Orleans movió más de 150 millones de dólares. Los salarios de los mejores pueden llegar a los 3 millones de dólares anuales. El mínimo, lo que se embolsaría un peón del ring, ronda los 50.000. Cifra a la que, en el caso de grandes figuras como John Cena, se pueden añadir varios millones más en concepto de merchandising: desde vendiendo camisetas hasta publicitando cereales. Una vida alejada de la media que Sheamus sabe que, por suerte o por desgracia, no durará para siempre. “No creo que esto vaya a durar para siempre. Por ejemplo, la carrera de un futbolista suele durar más. Nosotros empezamos más tarde y tenemos que aprovechar al máximo el tiempo del que disponemos”. Pero siempre hay excepciones. Como cualquier show americano, los mitos siempre tienen un lugar reservado a fin de crear expectación y aumentar el caché de las veladas. Es el caso de Hulk Hogan, una máquina de hacer dinero pese a que su vida útil como luchador pasara a mejor vida hace muchos años.

Pese a los piques y el fragor de la batalla, el juego limpio y evitar hacer daño al rival está por encima de todo. “Debe ser así. Necesitamos cuidar nuestro cuerpo para evitar lesionarnos. Todos somos una gran familia y tratamos de hacerlo siguiendo unas pautas. Más incluso que tu propia seguridad en el ring está la seguridad de tu oponente”, recalca. Aunque asegura que gracias a la horas de preparación es complicado que algo salga mal, nadie está exento de sufrir algún percance. “No, todo no está bajo control. Yo no sé lo que va a pasar en el ring en absoluto. Hay imprevistos ante los que poco o nada puedes hacer. También riesgos que nos toca asumir a veces”, comenta señalándose su maltratada rodilla, visiblemente hinchada por una desafortunada maniobra durante un simulacro de combate. Eso sí, avisa a los entusiastas seguidores de una norma irrefutable: “Niños, no intentéis imitar lo que hacemos”, advierte con gracia.

Porque cuando los focos se apagan y el alboroto se aleja, hay un grupo de amigos que comparten profesión pero también emociones. Por su condición de nómada, Sheamus no puede compartir todo el tiempo que le gustaría con su gente. “Somos personas normales y hacemos lo que hacen todos. Para mí es complicado mantener a mis amigos. En Irlanda tengo un buen grupo de amigos de toda la vida con los que procuro estar en contacto siempre que puedo. Pero cuando estoy en Estados Unidos no tengo tiempo de conocer a demasiada gente. Estoy en casa dos días y luego tres semanas fuera. Al final tus amigos están en el resto de luchadores y el resto de gente que forman el equipo, con quienes realmente pasas el mayor tiempo. Somos una familia”, explica.

Preguntado por sus fuentes de inspiración, a Sheamus le vienen a la cabeza algunos de los nombres más legendarios que forjaron a la WWE el lugar que ostenta. “No podría decirte uno solo. Ha habido muchos luchadores que me han servido de inspiración a lo largo de mi carrera. ‘El Último Guerrero’ fue uno de ellos, ‘Triple H’, ‘El Enterrador’… todos cautivaron mi imaginación en la pantalla”. Por desgracia, ‘El Último Guerrero’, mítica estrella de la lucha libre durante la década de los ochenta y los noventa, falleció a los 54 años el día después de ser incluido en el Hall of Fame de la WWE. “El día anterior a su muerte estuvimos hablando. Siempre me animaba y bromeaba con mi mote de ‘Guerrero Celta’. Me trató con mucho cariño y me siento muy afortunado de haberle conocido. Era un hombre con un carisma inigualable: sus gritos, la forma en la que hacía entrar en calor a los fans… sin duda, ha sido una de mis grandes inspiraciones”, recuerda visiblemente emocionado. La vida sigue y Sheamus promete seguir dando guerra sobre el cuadrilátero. “En estos momentos es Rusev, con quien perdí el título de la WWE a principios de mes. Él es el último, pero en realidad he tenido muchos grandes oponentes a lo largo del mi carrera y espero que vengan muchos más”, declara.

Un ‘red’ en el ring

La fama llegó a su vida para quedarse. Un elemento con el que trata de lidiar con la mejor de sus sonrisas. “No salgo a la calle y me siento como Hugh Jackman o Tom Cruise. La gente me reconoce y es gratificante que se te acerquen y te pidan fotos o autógrafos. Es cierto que no siempre te pillan en buen momento. Llegas cansado de un viaje, se te acercan y tienes que hacerlo. Tienes que ser paciente y darte cuenta de que eres una especie de inspiración para ellos”, asegura. Porque ahí donde le ven, fuera del ring, cuando el bullicio se calma y los focos se apagan, Sheamus es un hombre afable y sosegado, alejado de la imagen intimidatoria que transmite durante las peleas. “Soy una persona bastante relajada. La gente que trabaja de lunes a viernes sale el fin de semana. Yo cuando llego a casa lo que hago es estar tranquilo. Me gusta leer un libro o ver una película. Toda la rabia y la mala leche me la guardo para el ring (risas)”.

Hijo de culturista, aunque siempre se sintió atraído por la lucha libre, antes de convertirlo en su modo de vida, Sheamus fue dando bocados en diferentes campos: cantó en un coro cristiano, jugó al fútbol y al rugby, trabajo como técnico informático, fue portero de discoteca y hasta ejerció como guardaespaldas de Bono. “Siempre quise ser luchador. Desde que era un niño tuve claro que o iba a ser jugador del Liverpool o iba a convertirme en un luchador profesional de la WWE. Empecé a ver Wrestling antes que fútbol aunque era un fiel seguidor de ambos deportes. Pero nunca perdí el interés en la lucha y sentí que mi camino estaba allí e hice todo lo posible para poder empezar una carrera y llegar donde estoy ahora”, aclara este fanático del Liverpool.

Y eso que sus comienzos no fueron muy alentadores. “En 2002 fui a una academia de ‘Wrestler’ en Estados Unidos. Pagué mucho dinero pero me decepcionó. No fue lo que yo esperaba y volví sobre mis pasos para intentar pelear en Irlanda. En realidad mi carrera empezó en 2004, hace justo ahora diez años”. Una década después de aquel inicio en el que una lesión en el cuello le mantuvo alejado durante una temporada de la lucha, mucha gente ve en Sheamus a un verdadero icono. Su afición por el deporte y sus ganas le hicieron poner a punto unas condiciones innatas para la práctica del Wrestling. "Creo que lo cogí todo muy rápido, aunque perfeccionar la técnica me ha llevado muchos años. El hecho de haber practicado otros deportes me dio un bagaje a nivel atlético que me ayudó mucho después. También gracias a que he tenido muy buenos entrenadores y a que he entrenado todo lo duro que he podido, yendo a Inglaterra para prepararme mejor, he conseguido estar aquí ahora”.

Una labor de aprendizaje que prosigue desde la cima. “Sigo aprendiendo. Nunca dejamos de aprender cosas nuevas para tratar de mejorar y ser mejores en lo nuestro”. Algo para lo que es fundamental disfrutar con lo que uno hace y mantener intacta la motivación. Un cosquilleo en el estómago que está lejos de agotarse. “Siento nervios antes de cada combate.Cuando salto al ring y me pongo enfrente de toda esa gente siento una descarga de adrenalina incomparable. Me encanta lo que hago y me siento un privilegiado al poder hacer lo que siempre he querido hacer”, concluye.

El pasado jueves, hora y media antes del show, los cláxones se estrujaban con la ansiedad de quien aguarda impaciente el comienzo de algo grande. Las estrechas callejuelas que rodean el Palacio de Vistalegre apenas podían respirar. El otrora coso taurino recibía los primeros días de frío en la capital ataviado con sus mejores galas. Huérfano de eventos deportivos de relumbrón (atrás quedaron las noches de baloncesto con Estudiantes y Real Madrid como anfitriones o el balonmano de quilates desplegado por el Atlético de Madrid), la visita del circo de la WWE, la empresa estadounidense propietaria de los derechos de la lucha libre profesional, desataba la locura en el corazón del madrileño barrio de Carabanchel. Enmarcado dentro del WWE Live Tour, el evento era la única ocasión para el público español de ver de cerca a los mejores y más reputados ‘wrestlers’ del planeta. Las 10.000 localidades puestas a la venta, a razón de 25 euros la más barata y 100 la más cara, volaron. Nadie se lo quería perder.

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