Las lágrimas de Carlos Alcaraz y un perdón que España ni quiere ni necesita escuchar
Alcaraz perdió la final frente a Novak Djokovic, en una oda al tenis que dejó a todos impactados. Su llanto tras la derrota, al haber prometido el oro, impactó a todo el país
España vivió un día de lágrimas. Primero, fueron las de Carolina Marín, cuya lesión dejó a todos congelados. Luego, llegaron las de Carlos Alcaraz. Las de un niño. Las que resaltaron su acné. Las que confirmaron que el deporte español vivió un día amargo. "Algún día ganarás el oro", le dijo Djokovic a Carlitos. Y hay profundos motivos para creerle.
Alcaraz y Djokovic protagonizaron, de largo, uno de los mejores partidos a tres sets de la historia. La igualdad fue máxima, pero, en los momentos decisivos, en el tie-break, todo cambió. En la Philippe Chatrier, durante los dos tie-breaks definitivos, no estaba el reciente ganador del Wimbledon y de Roland Garros, el número uno más joven de la historia, el genio que parecía invencible durante las últimas dos semanas olímpicas. No. Ahí estaba Carlos, un chaval de 21 años, aunque a veces se nos olvide, casi un niño que se había echado a la espalda la obligación de ganar la medalla de oro porque "era el objetivo de todos los españoles". Demasiado peso para cualquiera. Más aún tras el golpe que supuso la eliminación en cuartos de final del torneo de dobles junto a Rafa Nadal, su ídolo de la infancia.
Ahí, Alcaraz se hizo pequeño, y con él, su raqueta. En frente, un Djokovic que sabía, de sobra, que estaba ante su última gran oportunidad. No hubo partida cuando los puntos se contaban de uno en uno. ¿Volveremos a ver al serbio ganar un partido de cinco sets ante el español o Jannik Sinner? Él ya tiene su ansiado oro.
El llanto que soltó junto a Álex Corretja, nada más terminar el partido, quedó atrás cuando Alcaraz salió a la sala de prensa, donde había más de un centenar de periodistas esperándole. Más sereno, con las revoluciones bajadas y el pulso recuperado, el murciano se mostró sereno. Hasta fue capaz de percatarse del error de un micrófono y pidió que lo corrigieran para que todos pudieran escuchar bien el sonido. Se le vio sonriente por momentos, a pesar del varapalo vivido.
"Las lágrimas han llegado porque considero que no he logrado el objetivo de todos los españoles. Eso sí, conseguir una medalla olímpica nunca es fácil y por eso también estoy orgulloso", afirmó Alcaraz. Y es para estarlo, porque Djokovic tuvo que emplear su tenis más brillante, con golpes increíbles, para desarticularlo.
Carlitos vivió al final del encuentro la soledad de tenista, petrificado delante de la Philippe Chatrier. La misma imagen y sensaciones que entre el primer y el segundo set, cuando quizás vislumbró la posible derrota en la final de los Juegos Olímpicos. Su mérito fue vender muy caro el oro. Pediría perdón al país por no conseguir el metal dorado. Nadie se lo pidió, porque todos disfrutaron de su torneo, algo que se recordará en su carrera.
Escasos abucheos a Djokovic
Había algo en el ambiente que aproximaba el destino de Alcaraz más a la tragedia que a la euforia. La atmósfera de la pista fue opuesta a la que presenta en los días en los que españoles han alcanzado la gloria. Él lo comprobó hace tres meses y es probable que notara la diferencia. Nunca antes Roland Garros jaleó tanto por Djokovic.
Apenas se escucharon dos abucheos al serbio, la víctima perfecta de la grada francesa. La némesis del tenis, de Federer, de Rafa y ahora de Carlitos. Pero los papeles cambiaron en esta final y Nole fue verdugo en lugar de víctima. Aniquiló los sueños de Alcaraz en una tarde en la que nadie se despegó de la pantalla. Y mucho menos se levantaron de sus asientos.
Una trayectoria que no se empaña
Esta no es una derrota que empañe su brillante trayectoria, sino que más bien la engrandece. Cualquier otro le habría durado un rato a Djokovic, pero ante Alcaraz tuvo que sufrir. Sus dos golpes en el tie-break fueron el prólogo de la victoria. Del gran triunfo. El oro olímpico era el gran anhelo de Novak, que cumplió su único sueño pendiente en París.
Ver al serbio triunfar en París es raro, porque Rafa se ha empeñado en convertir Roland Garros en su territorio fetiche, como es probable que consiga Alcaraz en los próximos años. Porque hay un claro convencimiento de que acabará con el libro de los récords. Porque esta derrota es necesaria para un bagaje que lo catapultará (aún más) al Panteón del tenis.
España vivió un día de lágrimas. Primero, fueron las de Carolina Marín, cuya lesión dejó a todos congelados. Luego, llegaron las de Carlos Alcaraz. Las de un niño. Las que resaltaron su acné. Las que confirmaron que el deporte español vivió un día amargo. "Algún día ganarás el oro", le dijo Djokovic a Carlitos. Y hay profundos motivos para creerle.
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