Rafael Lozano junior, boxeador olímpico: "Siempre rezo a Dios antes de subir al ring"
El hijo del dos veces medallista olímpico, Rafael Lozano senior, aterriza en París con hambre de repetir lo que logró su padre en Atlanta 1996 y Sidney 2000. Obtuvo su pase en Tailandia
La casa de Rafael Lozano (Córdoba, 2004) está llena de recuerdos relacionados con el mundo del boxeo. Su padre, Rafael senior, fue un referente de toda una generación de púgiles con ansias de dar a conocer un deporte que había dejado de acaparar páginas de periódicos y horas de televisión para pasar al más absoluto ostracismo. Logró la medalla de bronce en Atlanta (1996) y la de plata en Sidney (2000) y, claro, su hijo le idolatraba. Quería ser el mejor. Invencible. Es como si quisiera hacer suya la famosa frase de Mohamed Ali: "Si alguien sueña que me vence, será mejor que se despierte y se disculpe".
Ambos invirtieron muchas horas en moldear a un candidato al oro olímpico. El hijo aprendió del padre a base de grandes dosis de sacrificio y horas de entrenamiento hasta que llegó el día en el que, por fin, vieron sus esfuerzos recompensados. El pasado 2 de junio Rafael junior, alias Balin, venció en Bangkok al coreano Chon Ryong So, lo que le garantizaba su presencia en París. “Fue un rival muy complicado por su envergadura, porque era bastante más grande que yo, pero al final hice una buena táctica, le eché un par de huevos, y le gane”, recuerda.
Durante la pelea, al coreano le hicieron dos cuentas de protección. "Es que le tiré dos veces al suelo", indica. Luego, cuando el árbitro dio por finalizado el combate y levantó su brazo en señal de ganador, vinieron las lágrimas de felicidad y los abrazos con la persona que le había llevado al éxito. "Fue muy emocionante porque la verdad es que nos lo merecíamos". Todo son elogios por parte de Balin hacia la figura de su progenitor. Le respeta tanto que solo acepta sus consejos. "Sé que es el único que quiere el bien para mí, al margen de todo lo que sabe sobre el mundo del boxeo". No se olvida de su madre “que siempre ha estado muy contenta de que se sigan cumpliendo mis sueños”. De hecho, suele acompañarle en sus combates, y aunque se pone muy nerviosa, siempre me demuestra que su apoyo es incondicional.
Antes de ponerse los guantes de boxeo, Balin probó nada más llegar con ocho años a Madrid de su Córdoba natal con el taekwondo, la gimnasia artística o el fútbol. La idea, en principio, era la de llegar a jugar algún día en su admirado Real Madrid. Sin embargo, está orgulloso de su decisión final. "El boxeo me ha hecho ser la persona que soy hoy en día", repite una y otra vez. Sabe de quién heredó su pasión por subirse a un ring, sin embargo, no recuerda quién le regaló sus primeros guantes. “Es igual porque siempre los he tenido en casa”, señala. Por eso, de vez en cuando se los ponía y daba puñetazos al aire. Lo siguiente fue que su padre le llevó al gimnasio para desfogarse y probar algo que para aquel chaval no era nada desconocido.
Debut a los 13 años
Balita, el sobrenombre con que se conoce al doble medallista olímpico, le puso a entrenarse en el gimnasio del Centro de Alto Rendimiento de Madrid con chicos que hoy en día siguen siendo sus compañeros como José Quilez, Gabriel Escolar o Jouba Sissokho. “He aprendido mucho de todos ellos y por eso siempre les estaré eternamente agradecido”. Fue durante esos años cuando se dio cuenta de que su crochet de derecha (puñetazo lateral dirigido a la cara del oponente) podía hacer mucho daño a sus rivales. Lo pone en práctica siempre que puede y sus contrarios se resienten por la violencia y rapidez con que ejecuta el golpe.
La primera experiencia en el ring de Rafael Lozano junior fue con apenas 13 años en un campeonato de Europa para chicos que no superaran los 14 años de edad. No guarda muy buenos recuerdos de aquello. Le derrotó a los puntos un púgil ucraniano. Ya lo advirtió en su día el mítico Mike Tyson: "Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer golpe en la cara". El chaval no se amedrentó por todo aquello. Su pasión por el boxeo siguió intacta. “Es que al final estamos hablando de un deporte muy noble que tiene muchos valores, porque si te das cuenta tan pronto estás tirando golpes a alguien como te bajas del ring y te pones a hablar tranquilamente con esa persona”, añade.
Pese a lo que pueda pensar la gente que no entiende nada de boxeo, Balin tiene amigos "con quienes todos los días nos estamos dando duro". Y no es que sean simplemente amigos. "Somos como hermanos", precisa. Hay una ley no escrita que reza más o menos así: "cuando se apagan las luces en el cuadrilátero, todo se queda ahí". Vamos, que al quitarse los guantes, todo lo pasado en el ring queda en el olvido. Y eso Lozano junior lo lleva a rajatabla. "No te puedes llevar esos combates a lo personal porque al final estamos hablando de un deporte y no de peleas callejeras con chavales que incluso son más amigos que otros porque eso es lo que consigue el boxeo".
No sabe si ha perdido "diez u once" combates a largo de su carrera. En cambio, sí es consciente de que ha ganado muchos. Eso sí, nadie ha conseguido hasta ahora que bese la lona. "Nunca he tenido esa mala suerte", espeta. Lo de vivir del boxeo a día de hoy lo ve factible si se dedica a la modalidad olímpica a base de becas. Cuestión distinta es dar el salto al profesionalismo, ya que en España sería "muy difícil" obtener el dinero suficiente como para sacar a una familia adelante. De todos modos, no tiene prisa. “Ahora mismo solo estoy centrado en ser campeón olímpico y luego Dios dirá”.
Pollo, arroz y sacrificio
La vida de un boxeador actual, en lo que a sacrificio se refiere, no es tan distinta de lo que se acostumbra a ver en las pantallas de cine. Balin entrena todos los días hora y media por la mañana la parte física, y otra hora y media por las tardes la parte técnica. Es un tipo metódico. Sería incapaz de ausentarse voluntariamente de una sesión de entrenamiento. "Trabajo mucho la táctica porque, al final, el boxeo lo tengo, y lo que me hace falta es perfeccionar la táctica porque cada rival es diferente".
Antes de la pelea no tiene ninguna manía especial. Bueno, una sí: "siempre rezo a Dios antes de subir al ring". En su categoría de peso pluma no puede sobrepasar los 51 kilos de peso. Ahora mismo está "un poco subido de peso" pero procura estar siempre "cerquita" del límite que marca su categoría para que luego no le cueste mucho bajar los kilos que le sobran. Antes de la competición su alimentación es toda a base de arroz y pollo, y si varía el menú, es para comer pollo y arroz. Esa monotonía salta por los aires cuando el árbitro da por concluida la pelea. Entonces se abre una especie de día de puertas abiertas en su estómago que le permiten ingerir todo tipo de comida basura. "Es algo que cuesta, y yo estoy dispuesto a pagar ese precio por conseguir que se cumplan mis sueños".
Y esos sueños pasan por parecerse a sus ídolos. Uno de ellos es el zurdo ucraniano Vasyl Lomachenco, dos veces medalla de oro en Pekin (2008) dentro del peso pluma y Londres (2012), compitiendo como peso ligero. Cuatro años más tarde se pasó al profesionalismo y fue campeón del mundo en varias modalidades. Sus otros modelos a seguir son los norteamericanos Gerbonta Davis, actual campeón del mundo del peso ligero, versión de la Asociación Mundial de Boxeo, y Terence Crowford.
Su camino para llegar a París estuvo siempre repleto de dificultades. Tuvo una lesión en el tendón del bíceps hace cuatro meses tras ganar la medalla de bronce en los campeonatos de Europa después de que le cortara su pase a la final el húngaro Atila Bernarth. Ese parón le impidió acudir al torneo clasificatorio de Italia y solo le quedaba jugársela a cara o cruz en Tailandia. Salió cara, y por eso insiste en su mensaje de optimismo. "Sueño con el oro olímpico y no con cualquier otra medalla". Y es que, como él mismo reconoce, siempre va a todos los torneos con la única idea de ganar. De cara al triunfo final en París no tiene un claro favorito. "Todos son buenos, pero yo no soy un rival fácil, así que puedo ganar".
La casa de Rafael Lozano (Córdoba, 2004) está llena de recuerdos relacionados con el mundo del boxeo. Su padre, Rafael senior, fue un referente de toda una generación de púgiles con ansias de dar a conocer un deporte que había dejado de acaparar páginas de periódicos y horas de televisión para pasar al más absoluto ostracismo. Logró la medalla de bronce en Atlanta (1996) y la de plata en Sidney (2000) y, claro, su hijo le idolatraba. Quería ser el mejor. Invencible. Es como si quisiera hacer suya la famosa frase de Mohamed Ali: "Si alguien sueña que me vence, será mejor que se despierte y se disculpe".
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