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Barcelona 1992 también tuvo epidemiólogos: “Una muerte habría sido un escándalo”
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UN MODELO A IMITAR

Barcelona 1992 también tuvo epidemiólogos: “Una muerte habría sido un escándalo”

Todas las ciudades que albergan Juegos Olímpicos tienen un plan contra posibles epidemias. Hablamos con Joan Caylà, uno de los responsables del de Barcelona 1992

Foto: Joan Caylà. (UITP)
Joan Caylà. (UITP)

El 25 de julio de 1992, cuando el arquero Antonio Rebollo prendió el pebetero olímpico, ni el mundo ni Barcelona se enfrentaban a una pandemia como la del covid-19. Pero ello no significa que la ciudad no estuviese preparada ante posibles brotes de enfermedades infecciosas. Barcelona fue durante más de un mes la capital del mundo, con visitantes de todos los rincones del planeta. Un brote inesperado, no digamos ya una muerte ocasionada por una enfermedad infecciosa, habría sido un escándalo internacional.

“En la Barcelona de aquellos momentos, los principales problemas en cuanto a enfermedades de declaración obligatoria eran la tuberculosis y el sida. En un día normal en la Barcelona de 1992 y especialmente 1993, el año que tocó techo, la incidencia de tuberculosis era muy alta, de 70 casos por cada 100.000 habitantes, y en la que influían el VIH y las toxicomanías. En cuanto al sida, se diagnosticaban dos casos al día y moría de promedio una persona. Era preocupante, porque la tendencia era creciente”.

"Imagínate un brote de legionella con 30 contagiados o dos muertos por meningitis"

Quien lo recuerda es Joan Caylà, uno de los rostros más conocidos de la pandemia como miembro de la Sociedad Española de Epidemiología y presidente de la Unidad de Investigación en Tuberculosis de Barcelona. Hace 30 años, Caylà formaba parte del Institut Municipal de la Salut del Ayuntamiento de Barcelona, encargado de diseñar y ejecutar la estrategia de salud pública del macroevento. Como él mismo explica, ninguna ciudad tiene una estrategia diseñada en caso de Juegos Olímpicos, por lo que hay que probar… y aprender de la experiencia.

En su caso, el objetivo estaba claro. Por mucho que la tuberculosis y el sida estuviesen haciendo estragos en la Barcelona que se abría a la modernización, su prioridad tenían que ser aquellas infecciones con un corto periodo de incubación. “Entre estas, sobre todo nos preocupaban las toxiinfecciones alimentarias (TIA), porque en aquellos momentos, debido a las mayonesas y demás, eran frecuentes”. Pueden palidecer frente a una pandemia como la del covid-19, pero no eran moco de pavo. Por ello, la Unidad Operativa de Higiene de los Alimentos llevó a cabo medidas preventivas en restaurantes de la ciudad.

Foto: Una saltadora de trampolín durante los JJOO de Barcelona'92. (EFE)

“Lo importante era tener un buen equipo preparado”, recuerda Caylà. En aquella ocasión, contaron con cuatro epidemiólogos y 11 enfermeras de salud pública que trabajaron desde junio hasta el final de la competición. Aunque existe la obligación médica de comunicar cualquiera de estas enfermedades, las enfermeras llevaron a cabo una supervisión más estrecha en centros de salud, hospitales y laboratorios. Al final, se identificaron un total de 11 brotes de toxiinfecciones alimentarias, que no fueron significativamente superiores a los de los años anteriores, en los que la media fue de siete.

Dos de los epidemiólogos y dos de las enfermeras pasaron los Juegos en la Villa Olímpica, actuando sobre el terreno. La principal diferencia respecto a Japón es que, si bien no estaban a merced de pandemias, la circulación y el número de visitantes en estadios, restaurantes y hoteles era mucho mayor. Barcelona fue un ‘boom’ turístico: dos millones de turistas más que el año anterior. Terreno abonado para el contagio. “Los hoteles estaban a tope y mucha gente alquilaba sus casas, por lo que había riesgo de que pudiese declararse un brote, así que activamos un mecanismo para conocer rápidamente datos de hospitales y actuar”. Un gran esfuerzo se destinó a darse a conocer, por ejemplo, solicitando a los consulados que declarasen toda la información recibida, algo que no solían hacer normalmente.

Suerte y oficio

“Imagínate que hubiera habido un brote de legionella con 30 ingresados, que en apariencia no es una cifra muy elevada, o que hubieran muerto dos personas en medio de unos JJOO”, prosigue Caylà para recordar la importancia de las intervenciones de salud pública. “Si hubiera pasado algo así, habría sido una noticia a nivel internacional, un gran problema”. Eran otros tiempos para la salud pública. El SARS, el MERS o el zika quedaban lejos, por lo que los grandes brotes solían ser de gripe. Y, afortunadamente, los Juegos Olímpicos de Barcelona fueron en verano, no en invierno.

Recuento final: 32 casos de hepatitis A, cinco de meningitis y dos de legionellosis

Había otras dos grandes preocupaciones para el equipo de epidemiólogos de Barcelona: la hepatitis A y la meningitis, “porque es lo que más rápido puede matar a una persona”. En el recuento final, se contaron 32 casos de hepatitis A, cinco de enfermedad meningo-cócica y dos de legionellosis. Es decir, como señalaba un estudio publicado en la época por Caylà junto a Helena Panella y Antoni Plasència que evaluaba el caso, unos márgenes dentro de lo esperado.

Misión cumplida: “El caso de Barcelona ilustra el hecho de que los Juegos Olímpicos, a pesar de suponer un riesgo epidémico potencial, en la realidad no se acompañan de incrementos apreciables de casos de enfermedades infecciosas y de brotes de TIA declarados, en ámbitos donde se cumple una adecuada vigilancia de la salud pública”. Incluso mejor de lo que se esperaba, porque aunque los resultados fueron consistentes con lo que había ocurrido en México 1968 y Los Ángeles 1984, en Barcelona hubo menos casos de gastroenteritis que en otros Juegos Olímpicos. Otra buena noticia: tampoco hubo ningún problema reseñable en el otro gran evento celebrado en España aquel año, la Expo de Sevilla.

placeholder Foto: EFE.
Foto: EFE.

Los Juegos Olímpicos cambiaron para siempre Barcelona. Pero ¿sirvieron también para revolucionar los servicios de salud pública de la ciudad? “La verdad es que no mucho, porque la impresión que hay en este país es que las enfermedades transmisibles son algo del pasado. Hemos pedido recursos durante años, pero los hemos obtenido más a partir de la investigación, y es una lástima, porque ahora con el covid la salud pública ha sido sobrepasada, y eso que desde el SARS las grandes crisis se deben a enfermedades transmisibles”, añade el epidemiólogo.

¿Qué hemos aprendido para Tokio?

30 años después, la situación ha cambiado mucho, no solo por el covid sino también por las sucesivas epidemias que han sacudido el mundo. Durante los Juegos de Invierno de Nagano de 1998, un brote de gripe se extendió por todo Japón. Algunos colegios cerraron, alrededor de 900.000 personas enfermaron y murieron unas 20, 17 de ellas, escolares. Deportistas como Alexei Yagudin y Tanja Szewczneko se contagiaron y no pudieron participar. El zika también planeó sobre los juegos de Río en 2016, y aunque no terminó convirtiéndose en un problema, algunos participantes como el golfista Rory Mcllroy decidieron no acudir por miedo.

El modelo barcelonés fue imitado por otros juegos como los de Atlanta

“Lo de Japón no tiene nada que ver con lo de Barcelona”, valora Caylà. “En la Villa Olímpica, ya están detectando casos positivos, y eso es un problema”. En dos sentidos. Por una parte, los atletas que no podrán participar o los partidos que tendrán que ser aplazados o cancelados. Por la otra, el impacto que tiene en la población japonesa, que se declara mayoritariamente en contra de la celebración de los Juegos. “Japón, que tiene una incidencia muy baja y lo está haciendo muy bien para minimizar la transmisión del covid, puede tener mala suerte y que su incidencia aumente”. El epidemiólogo valora positivamente su estrategia: “Están minimizando todo a tope, no va a haber público en los estadios. En España, doy por descontado que se habría permitido un aforo del 30% o el 50%”.

El (exitoso) modelo catalán influyó en los siguientes eventos. Caylà recuerda que los organizadores de los Juegos de Atlanta 1996 les contactaron para pedirles documentación adicional sobre su estrategia epidemiológica. Algo que volverá a ocurrir para los próximos, los de París 2024. “Lo habitual es analizar la experiencia de otros años, que es lo que habrán hecho en Japón, prestando una atención extrema al covid. Dentro de tres años, probablemente no estará supercontrolado y habrá que tener en cuenta las cosas positivas y tal vez negativas que se identifiquen en Japón”.

Foto: Aficionados japoneses en las gradas de Río. (EFE)

Japón es uno de los mayores desafíos para un epidemiólogo, no solo por los contagios, sino también por las presiones políticas. ¿Un consejo final de alguien que sobrevivió a unos Juegos Olímpicos? “Prevenir. Todo aquello evitó que hubiera toxiinfecciones en la Villa Olímpica. Si en la ciudad se hubiera producido un brote de legionellosis, habríamos podido intervenir rápido. Es muy importante actuar preventivamente en un evento así, y hay que disponer de equipos de epidemiólogos y enfermeras de salud pública con experiencia”.

El 25 de julio de 1992, cuando el arquero Antonio Rebollo prendió el pebetero olímpico, ni el mundo ni Barcelona se enfrentaban a una pandemia como la del covid-19. Pero ello no significa que la ciudad no estuviese preparada ante posibles brotes de enfermedades infecciosas. Barcelona fue durante más de un mes la capital del mundo, con visitantes de todos los rincones del planeta. Un brote inesperado, no digamos ya una muerte ocasionada por una enfermedad infecciosa, habría sido un escándalo internacional.

Juegos Olímpicos Sida Síndrome respiratorio agudo severo (SARS)
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