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Notas sobre una larga, intensa y desigual jornada clave para el deporte español
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Notas sobre una larga, intensa y desigual jornada clave para el deporte español

Era un día con ocho opciones de medalla y se consiguieron cinco metales. La delegación, que sufría ante la falta de resultados, vio como un día, un solo día, cambiaba el panorama radicalmente

Foto: Támara Echegoyen y Berta Betanzos (Reuters)
Támara Echegoyen y Berta Betanzos (Reuters)

La evolución en los Juegos siempre es parecida, el problema es que, como tardan cuatro años en volver, la memoria no se acuerda. La primera semana siempre es de sequía, las medallas aparecen por cuentagotas, espaciadas entre sí. Y es ese mismo momento es cuando empiezan los lamentos, los análisis de la inversión y el catastrofismo tan propio de un país que mira al polideportivo cada cuatro años y no sabe hasta qué punto el mundo se ha movido bajo sus pies en ese periodo de tiempo.

La segunda semana, sin silenciarse del todo esos lamentos -menos en estos Juegos, que en cantidad no llegarán a los anteriores-, empiezan a caer medallas y el análisis es menos bruto. Se olvida que el calendario olímpico deja para el final lo bueno, que las selecciones se disputan las medallas en los últimos días, no en los primeros, que sí, que hay muchas preseas en los primeros días, pero comparativamente menos que en la recta final.

Esa composición de los Juegos hace que se pueda dar un jueves tan loco como el que ayer terminó y que dio, casi a partes iguales, alegrías y penas. Porque el deporte, además, es eso. Ganan pocos, pierden muchos y del mismo modo que la alegría es pletórica la pena tiene un espacio importante en el olimpismo. Casi tan grande una como la otra.

Luz y sombra en la canoa

El jueves, de hecho, empezó con una pena enorme, casi insuperable. Sete Benavides es un gran piragüista, pero no tiene mucha suerte. Hablar de fortuna, en el deporte, es siempre una falsedad. Las 21 milésimas que le han faltado al canoista español es una palada más, una posición más aerodinámica, dormir un poco mejor... no llega a ser ciencia esto, pero tiene más de eso que de brujería. Benavides, que arrancaba una jornada histórica, fue cuarto, como cuarto fue cuatro años antes en Londres. Se lo tomó con filosofía, aunque él es el primero que se acuerda que nadie se acuerda de quien queda el primero de los que pierden.

Foto: Carolina ya está en su final (Marcelo del Pozo/Reuters).
Foto: La celebración de Craviotto y Toro (Murad Sezer/Reuters).

Simultáneamente, y para demostrar que la tradición es una convención social, no una realidad deportiva, saltaba a la pista Carolina Marín, muy dispuesta a ganar una medalla olímpica. Está contado que a ella solo le vale el oro, que con su trayectoria, y su ambición, otra cosa le sabrá a poco. Esa mentalidad es lo que la convierte en una jugadora superior al resto. Amedrenta a las rivales con su agresividad, siempre tiene espacio para dar un paso más adelante. Su historia, por contada, no deja de ser inusitada. Es una española que quiere un oro en bádminton. Ha llegado a parecer normal, porque es casi de la familia, pero lo más probable es que Carolina sea la primera y la última en lo suyo. Dejará huella, eso sí.

Y, coincidiendo también con Carolina, como si los jerarcas olímpicos se hubiesen dado el capricho de poner contra las cuerdas a los programadores de Televisión Español, se montaban en su kayak Saúl Craviotto y Cristian Toro. El segundo es nuevo, conocido por su paso por la farándula, ha demostrado ser un excelente palista, uno de oro. Es joven, fuerte y ha encontrado la pareja perfecta. Porque nada mejor que coaligarse con el más fuerte, un deportista al que pueden no parar por la calle, pero es enorme. Tres medallas olímpicas, dos de oro, le colocan en el medallero histórico español solo por detrás de Joan Llaneras (recordar aquí que en el medallero un oro vale más que toda la plata del mundo, razón por la cual estos Juegos no son tan malos para el equipo nacional) y esa es una situación que bien puede cambiar de aquí al sábado, pues le queda una prueba.

Foto: Saúl Craviotto y Cristian Toro. (Reuters)

Craviotto es el trabajo silencioso, el amor a un deporte, pues solo de ese modo se entiende su carrera. En deportes como el piragüismo, donde la gloria requiere tanto esfuerzo, siempre es así. Volverá a Gijón, volverá a la policía, seguirá remando (o no). Él es una leyenda semioculta del deporte español.

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JJOO40. RÍO DE JANEIRO (BRASIL), 18 08 2016. El español Mario Mola cruza la meta en la prueba de triatlón hoy, jueves 18 de agosto de 2016, durante los Juegos Olímpicos Río 2016, en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro (Brasil). EFE Leonardo Muñoz

Cuando terminó el K2, más o menos a la vez que Carolina hacía los últimos puntos de su partido con su rival mermada, calentaban Mario Mola, Fernando Alarza y Vicente Hernández. Tenían por delante una de las pruebas más duras de todo el programa, una que invita a los organizadores a colocar un hospital de campaña en la llegada por lo que pueda pasar. El triatlón exige esfuerzo y dedicación, y antes de la carrera ya se sabía que el favorito no iba a estar. Javier Gómez Noya se lesionó de la manera más tonta semanas antes de tener que viajar a Río. Y eso, ahora lo sabemos, terminó dejando a España sin una medalla que llevaba dos años descontando.

La decepción del triatlón

Foto: Mola salió del agua en el puesto 25º (Leonardo Muñoz/EFE)

Mario Mola es el líder de la Copa del Mundo de su deporte y la lógica invitaba a darle todas las opciones de estar arriba. No es cosa de orgullo patrio, de la necesidad, que a veces se da, de destacar a gente para tener motivos de ilusionarse. De hecho Sports Illustrated le había señalado como el probable oro en la prueba. La natación, porque se supo desde el principio, marcó que no iba a ser así. Él sonaba conforme en la línea de meta, como si fuese uno de los muchos que acude a este tipo de eventos a vivir la experiencia. Pero su caso no debería ser ese. Una frase suya demuestra un preocupante conformismo. Cuando tuvo que definir a los Brownlee, oro y plata tras una exhibición, empezó diciendo que son "los que más sufren". Y eso, más que una cualidad innata, es una manera de hacer las cosas que, para ser triatleta, hay que utilizar.

Foto: Tamara Echegoyen y Berta Betanzos  durante la 'Medal race'  (Benoit Tessier/REUTERS)

Unas horas de respiro relativo tan solo para tener otro pico en la tarde, a eso de las 20.00 hora española. A escena, una vez más, las mujeres. En la previa de los Juegos ya se las daba como favoritas, pero no era una predicción sino la constatación lógica de una realidad del deporte actual en España. Támara Echegoyen y Berta Betanzos tenían todo en su mano, pero lo dejaron escapar. Eran cuatro embarcaciones para tres medallas, rozar la gloria no con la yema de los dedos, sino con la palma de las manos. Nada salió como era de esperar, no encontraron el recorrido bueno y desde el principio fueron a rebufo. Su historia personal, la imagen general, habla del éxito de haber llegado a estar en posición de ganar una medalla. El presente, sin embargo, es menos amable para estas cosas.

Foto: Las jugadoras españolas celebran la victoria (Shannon Stapleton/Reuters)

Y del mismo modo que en el agua -por una vez, es claramente el medio de la comodidad española- daba la espalda en un pabellón de baloncesto aparecía una de las grandes alegrías de estos Juegos, la selección femenina. En las quinielas salían, pero los especialistas torcieron el gesto cuando vieron que no iba a estar Sancho Lyttle. Laia Palau, capitana de la selección española, dijo hace solo unos meses que la pívot era más del 50% del equipo. Pues bien, la porción restante, pongan el porcentaje que quieren, es merecedora de una plata olímpica. Nunca antes el baloncesto femenino español voló tan alto. Su campeonato es de los que enganchan, además de haber mantenido alta la bandera del deporte colectivo, magullado en cuartos de final.

Foto: Eva Calvo con su plata (Peter Cziborra/Reuters).

Durante todo el día, como si fuese el hilo que iba engarzando todo, dos luchadores españoles se batían el cobre en un tatami. Joel González, que ya había sido campeón olímpico en Londres, y Eva Calvo, opción clara de medalla para la delegación. El taekwondo propone una jornada-maratón que empieza temprano y termina a la hora en la que los niños ya deben de estar durmiendo. La psicología, ese mantra, no debe ser sencilla cuando tienes seis minutos y una hora de espera. Nada de eso pareció importunar a la de Leganés, que en diez años de trabajo consiguió finalmente su objetivo: una medalla olímpica. Su hermana, que es su esparring, la madre que pasea los padres, la familia orgullosa... los componentes clásicos de la más alta alegría deportiva. Ella llegó a la final contra la favorita, Jade Jones, y allí se conformó con la plata, porque fue inferior. Por su parte Joel, que ha pasado cuatro años difíciles en los que ha tenido lesiones y que adaptarse a un nuevo pesaje, también compitió con bravura hasta que en semifinales se topó contra un desconocido jordano que resultó ser mejor que él. Los deportes de combate dan espacio para la redención en forma de bronce y allí Joel se hizo con el bronce, su segunda medalla olímpica.

La evolución en los Juegos siempre es parecida, el problema es que, como tardan cuatro años en volver, la memoria no se acuerda. La primera semana siempre es de sequía, las medallas aparecen por cuentagotas, espaciadas entre sí. Y es ese mismo momento es cuando empiezan los lamentos, los análisis de la inversión y el catastrofismo tan propio de un país que mira al polideportivo cada cuatro años y no sabe hasta qué punto el mundo se ha movido bajo sus pies en ese periodo de tiempo.

Carolina Marín
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