Thomas Bach, el hombre que no se atrevió a expulsar a Rusia de los Juegos
El alemán es presidente del COI desde el año 2013, buscaba cambiar el olimpismo, hacerlo más sostenible y manejable, pero ha visto marcado su mandato por la muy trascendente decisión tomada
Cuentan que estos días Thomas Bach iba diciéndole a quien quisiese escucharle que la decisión sobre la exclusión de Rusia de los Juegos Olímpicos de Río iba a marcar por completo su presidencia del COI. En realidad tampoco era necesario que lo verbalizara, decidir sobre la participación o no del país más extenso del mundo, uno de los de mayor tradición deportiva de todos cuantos existen, era una cuestión de una trascendencia histórica. El dopaje sistematizado ruso es, probablemente, el mayor terremoto en la historia del olimpismo. Quizá se podría equiparar a los boicots de los años 80, pero eso no fue deporte. O a la profesionalización, que generó dudas y disensiones en el seno de la familia olímpica. Pero aquello fue un proceso progresivo, no un golpe seco.
Técnicamente la decisión la ha tomado el Comité Ejecutivo de la institución, pero si algo enseñó Samaranch en su presidencia, algo que se ha mantenido tras su marcha, es que la mano del presidente está en todas las partes del COI. El muy heterogéneo colegio que compone el COI manda, sí, pero siguiendo la mano de quien eligieron como presidente. Thomas Bach, alemán, llegó al cargo en el año 2013. En su cabeza estaba dotarle al olimpismo de realismo, lo que se plasmó en la Agenda 2020, un plan de tiempos de crisis que pensaba en potenciar, optimizar y ordenar una institución que, de alguna manera, también es un monstruo informe. Con dinero, eso sí, la NBC, la cadena que tiene los derechos de retransmisión paga 7.750 millones de dólares por retransmitir Juegos hasta 2032.
Bach, en su juventud, fue un buen espadachín. Formó parte del equipo alemán de esgrima en Montreal 76, quizá los Juegos mas caóticos que hubo, y consiguió el oro en la prueba de florete por equipos. Quizá esa capacidad de fintar, de emplear una táctica, esperar los errores del rival y saber cuándo atacar le sirvió en su carrera posterior, la que le llevaría al puesto de zar del deporte. El alemán es abogado de profesión, aunque siempre se mantuvo cerca del COI, en las entrañas de las instituciones en las que se tomaban las decisiones de por dónde tenía que marchar el olimpismo.
La elección
Primero fue presidente del Comité Olímpico Alemán, uno de los más fuertes del olimpismo. Aprendió francés, inglés y castellano, quizá el conocimiento más básico necesario para quien tiene en el punto de mira un cargo tan universal. En los 90 ya formaba parte del Comité Ejecutivo, un cargo que casi se da por descontado. Después llegó a la presidencia y desde ahí extendió sus redes para encontrar el último lugar cuando su antecesor, Jacques Rogge, se marchase. El belga, de hecho, ayudó a su compañero en las elecciones en las que se enfrentó Bach, entre otros a Sergey Bubka. Ganó a cinco rivales en solo dos rondas, pues después de una eliminación ya consiguió la mayoría absoluta. Fue una victoria rotunda.
Poco después de ser elegido recibió la llamada de Vladimir Putin. En realidad era algo lógico, pues Sochi, la ciudad rusa del cáucaso, iba a organizar unos Juegos Olímpicos de Invierno solo unos meses después. La relación de Bach y el presidente de Rusia ha sido cordial en este tiempo, incluso se ha llegado a plantear que el alemán no era lo suficientemente duro con los rusos porque en su trabajo previo al COI, como directivo de una multinacional alemana, tuvo muchos intereses en el enorme país europeo. La opinión la expresaron también durante la conferencia de prensa varios periodistas, que pusieron en duda su independecia. No era un caso extraño en el deporte mundial. Así como la IAAF y la AMA han sido muy duras con Rusia y partidarias de la decisión de expulsarla otros, como Julio Maglione de la Federación Internacional de Natación (FiNA) o Gianni Infantino, de la FIFA, han mostrado cercanía con los dirigentes rusos.
Bach intentó que su presidencia quedase como la que resolvía, por fin, el problema de las candidaturas olímpicas. Después de escándalos muy sonados en época de Samaranch, especialmente con la elección de Salt Lake City como sede de los Juegos de Invierno de 2002, y el intento de Rogge por tapar los agujeros Bach propuso una manera de hacer más sostenible. Creía que iba a pasar a la historia por salvar al olimpismo de la opulencia, que iba a ser el que alejase los Juegos de la stiranías, que siempre tienen las de ganar cuando el problema es solo de puja. Ya no será así, Bach siempre será el presidente que dejó a la máquina de dopaje ruso participar en los Juegos Olímpicos.
Cuentan que estos días Thomas Bach iba diciéndole a quien quisiese escucharle que la decisión sobre la exclusión de Rusia de los Juegos Olímpicos de Río iba a marcar por completo su presidencia del COI. En realidad tampoco era necesario que lo verbalizara, decidir sobre la participación o no del país más extenso del mundo, uno de los de mayor tradición deportiva de todos cuantos existen, era una cuestión de una trascendencia histórica. El dopaje sistematizado ruso es, probablemente, el mayor terremoto en la historia del olimpismo. Quizá se podría equiparar a los boicots de los años 80, pero eso no fue deporte. O a la profesionalización, que generó dudas y disensiones en el seno de la familia olímpica. Pero aquello fue un proceso progresivo, no un golpe seco.