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La apisonadora europea en la Ryder Cup ha montado a Sergio García, pero no a Rahm
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rahm no ha ganado todavía un punto

La apisonadora europea en la Ryder Cup ha montado a Sergio García, pero no a Rahm

El castellonense ganó por la mañana junto a Rory McIlroy y puso su granito de arena para que la distancia europea fuese máxima. El 10-6 con el que se van al domingo es una distancia soñada

Foto: McIlroy y Sergio celebran un punto europeo. (EFE)
McIlroy y Sergio celebran un punto europeo. (EFE)

Hace no mucho, solo unas semanas, una ola de pesimismo se cernía sobre los comentaristas de golf europeo. Los estadunidenses encadenaban cinco grandes seguidos y el circuito sonaba, más que nunca, con acento yanqui. Había Ryder en París y miedo en el circuito del viejo continente, que veía como muchos de sus jugadores más importantes, aquellos que miran cara a cara a la legión de estrellas americanas, estaban algo desaparecidos. Sergio desquiciado, Rory desganado, Poulter desaparecido... ¿en quién confiar? En Rose, sí, él sí estaba bien. Y, a mitad de año, también se empezó a pensar en Molinari, ganador del Open Británico, el que cortó la sequía europea. Pero claro, Molinari, ya con cierta edad, tampoco sonaba para tanto. Ahora, cuando ya queda solo una jornada para que termine la Ryder, todos han recordado lo esencial, que tratar de medir esta competición con los moldes del resto del año es un absurdo.

Thomas Bjorn, el capitán, bien lo sabía. Cuando hizo el equipo, por el que fue muy criticado, pensó en la experiencia y la calma. Llamó a Sergio y a Poulter, quizá los más brillantes jugadores de este torneo. Ellos tienen todo lo que se le pide a un jugador, no tanto con los palos, que ahí están también, sino por cuestiones de cabeza. Son dos líderes, llevan muchos años por el circuito, conocen a los compañeros y a los rivales. Ellos son bien capaces de decirles a los demás lo que tienen que hacer y que sus iguales les sigan. Hay otro punto en ellos que no dará un solo golpe en ninguna vuelta, pero que en un deporte así se nota: el carisma. Poulter no necesita más que levantar la cabeza para enrabietar a una grada, Sergio siempre parecerá el centro de las miradas, por más que a su alrededor haya unos cuantos que puedan hacerle sombra.

Foto: Sergio García celebra un punto en la Ryder. (Reuters)

Algo similar se puede decir de Rory McIlroy. Unos pequeños apuntes sobre el norirlandés y su pasado reciente, que ayudan a comprender la complejidad del personaje. No tiene 30 años, pero sí cuatro majors en el zurrón y cinco participaciones en la Ryder. Eso le convierte, a grandes pinceladas, en el mejor joven europeo que se ha visto nunca. Tenía fama de pesado, de muy trabajador. Ya no. Ahora, dicen, quiere vivir más y mejor, conocer los mejores restaurantes, tomarse un vino de categoría si es menester. Sigue jugando al golf y siendo, a veces, uno de los mejores jugadores del mundo, pero ya nadie le ve como un posible número 1 y no es raro preguntarse si alguna vez volverá a ganar un grande. Todo eso, que está ahí, no importa cuando se juega la Ryder. Porque de él se sabe que va a cumplir, porque ha sobrevivido a momentos de máxima tensión y aunque ya no tenga la regularidad de antaño, se puede marcar un excelente fin de semana porque el talento lo tiene. A raudales.

Todos han ido poco a poco sumando, cada uno en su medida. No solo con el palo, también como equipo, pues lo que ya parece evidente es que Bjorn ha acertado mucho en los emparejamientos. Incluso en algunos que chocaron, como el que cruzó a García y a McIlroy, que por muchos motivos sonaba rara, pero lo sacaron adelante. También en la pareja Casey-Hatton, que en el primer día no fraguó, peró en el segundo demostró que tenía sentido. Por encima de todo, acertó emparejando a Fleetwood y a Molinari. Dos excelentes jugadores, quizá con menos nombre pero más juego que muchos de sus compañeros. Cuatro partidos disputaron, todos ellos fueron ganados. Y no solo eso, con diferencia. Los dos van como cohetes.

Se están beneficiando, además, de jugar con frecuencia en el circuito europeo. Los campos son diferentes a los dos lados el Atlántico, porque al aficionado le gustan cosas distintas también. En Estados Unidos las calles son algo más anchas y los 'greenes' más blandos y cariñosos. Sin intentar filosofar de más, porque no es el tema, en EEUU se prima más el espectáculo y en el viejo continente se tira más por la destreza. Bjorn ha hecho todo lo posible por maximizar esas diferencias, poniendo 'roughs' pesados y mármol de color verde alrdedor del hoyo. Así conseguía hacer un poco menos efectivos a sus rivales.

placeholder Jon Rahm. (EFE)
Jon Rahm. (EFE)

La incomodidad de Rahm

También ha jugado a favor el campo, que se ha encontrado con cierta brisa que ha terminado de desesperar a los estadounidenses. Para entenderlo había que hacer mil lecturas, pero si se conocía de antes todo era más fácil. Molinari ha sido segundo del Open de Francia, que se celebra en esa instalación, en tres ocasiones. No sorprende que haya sido el mejor jugador de estos dos primeros días de competición, porque entre su dulcísimo estado de forma y su conocimiento previo del entorno se está manteniendo intocable.

En ese entorno, por cierto, Jon Rahm no se ha sentido cómodo. Aún tiene tiempo de sacar su punto el domingo, pero por parejas no ha rascado nada. Es cierto que el danés ha confiado en él para solo dos partidos, y en ambos cayó derrotado. Sus sensaciones personales no pueden ser buenas, porque además él fue el peor de la pareja en este sábado parisino. Poulter, que viajaba a su lado, iba marcando la pauta sin encontrar respaldo por parte del español. Puede ser que sea solo falta de experiencia, aunque a él tampoco le beneficia la manera de dibujar el campo, pues lleva años de universidad yanqui y circuito de la PGA, es muy europeo, y lo dice con orgullo, pero su juego se parece más al de todos esos que están naufragando que al de los viejos rockeros de Bjorn.

Foto: Sergio García y Jon Rahm, en la presentación de la Ryder. (EFE)

A Furyk, el capitán estadounidense, nada le ha salido bien. Bueno, sí, la pareja de Justin Thomas y Jordan Spieth está salvando los muebles, y sus tres puntos, la mitad de los logrados por los americanos, son los que mantienen el pie esta competición en el domingo. La apuesta, eso sí, era de riesgo cero. Los dos jóvenes, campeones de grandes, son dos superdotados para este deporte, capaces de dar cualquier golpe y embocar desde todas las posiciones. Spieth, salvo un rato horrible en la aciaga tarde del viernes, ha estado embocando prácticamente todo lo que le caía en el 'green'. Son, además, íntimos amigos. Nada podía salir mal con ellos, y así fue. Todo lo de alrededor, un enorme incendio.

Todo está preparado para que los europeos ganen en casa. Necesitan solo cuatro puntos y medio para llevarse el torneo. Dicho de otro modo, los yanquis necesitan ocho victorias en doce partidos, lo cual es realmente complicado. Haocurrido otras veces, es cierto, pero que en el pasado existan registros no significa que lograrlo sea sencillo. Si los europeos siguen en el momento de forma de este viernes y sábado, no habrá partida. Si Thomas y Spieth contagian a sus compañeros, todos golfistas de excepción, pues igual pueden llegar a soñar.

Hace no mucho, solo unas semanas, una ola de pesimismo se cernía sobre los comentaristas de golf europeo. Los estadunidenses encadenaban cinco grandes seguidos y el circuito sonaba, más que nunca, con acento yanqui. Había Ryder en París y miedo en el circuito del viejo continente, que veía como muchos de sus jugadores más importantes, aquellos que miran cara a cara a la legión de estrellas americanas, estaban algo desaparecidos. Sergio desquiciado, Rory desganado, Poulter desaparecido... ¿en quién confiar? En Rose, sí, él sí estaba bien. Y, a mitad de año, también se empezó a pensar en Molinari, ganador del Open Británico, el que cortó la sequía europea. Pero claro, Molinari, ya con cierta edad, tampoco sonaba para tanto. Ahora, cuando ya queda solo una jornada para que termine la Ryder, todos han recordado lo esencial, que tratar de medir esta competición con los moldes del resto del año es un absurdo.

Jon Rahm
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