Sergio García contra Jon Rahm, el duelo de los niños prodigio de ayer y hoy
Los pasos del de Barrika son similares a los que llevaron al castellonense a ser una de las sensaciones del circuito. Ha tenido una carrera formidable, pero nunca ha ganado un grande
El deporte recompensa la novedad por el simple hecho de serlo. Pocas cosas gustan más que el potencial, imaginarse antes de tiempo todo lo que una carrera deportiva puede deparar. Cuando Jon Rahm coge un palo hay, indudablemente, un jugador excelente en la partida. Alguien con bastantes méritos contraídos si se tienen en cuenta sus 22 años. Pero, sobre todo, hay expectativas. ¿Cuántos grandes puede ganar? ¿Llegará al número uno? ¿Será como Seve? Le pasa a Rahm como a Doncic o a Mbappé: no es tanto lo que se ve como lo que se intuye.
Sergio García fue uno de esos jóvenes prodigio. En aquel torneo de la PGA de 1999, el niño de los 19 años, vestido de Adidas de pies a cabeza, retó a Tiger Woods, que estaba ya empeñado por aquel momento en revolucionar el golf a su manera. En el hoyo 16, se perfiló su carrera. Se le había quedado un mal primer tiro, con la bola pegada a un insolente árbol del campo de Medinah. El Niño, como se le empezó a llamar, sacó sin problemas el golpe perfecto y, pizpireto, se alejó de la escena dando saltos de tijera. La imagen es de un crío en un momento de inconmensurable felicidad. Lo que veía el aficionado, sin embargo, era un potencial tremendo. Se relamían ante la posibilidad de que existiese alguien capaz de desafiar al tigre.
Hoy, Sergio García tiene 37 años y su historia ya está, más o menos, escrita. Quienes pensaban que iba a ser Seve se equivocaron. Quienes quisieron exigir de aquel niño de 19 un devorador de los títulos más importantes también fallaron. Sí acertaron los que dieron por hecho que ahí había mucho potencial, que Sergio García iba a ser un grandísimo jugador de golf. Porque lo ha sido.
Un repaso rápido de sus números contempla 27 victorias profesionales, cinco copas Ryder, siete años entre los 10 mejores de la orden de mérito. García ha sido un jugador extremadamente competitivo, siempre en el ramillete de favoritos, innumerables veces con buenas cartas en la ronda final. En definitiva, una estrella del golf. Lo sigue siendo y, probablemente, lo será hasta su vejez, cuando el lumbago y las otras dolencias típicas del golfista empiecen a señalarle el camino de la retirada.
Una estrella del golf que nunca ganó en la cita clave. El Poulidor de los 'greenes': 22 veces entre los 10 primeros en los cuatro grandes. Cuatro veces segundo, siempre con la miel en los labios. El aficionado al golf que cada semana está pendiente del circuito sabe perfectamente que Sergio es y ha sido un golfista especial, con sus idas y venidas, pero habitualmente entre los más brillantes.
El que solo se entera de los cuatro torneos más mediáticos del año está dispuesto a pensar en un fracaso, porque esperaba verle con una chaqueta verde, con la jarra de clarete del Abierto Británico... A lo sumo aceptará que su desempeño en la Ryder, otro de esos torneos de relumbrón, siempre fue muy notable. Pero no era él, sino el equipo europeo en pleno.
Todo este análisis, un poco superficial, cambiaría si en una de estas le da por derribar su techo de cristal. Ganar a lo grande, aunque fuese sola una vez, cambiaría súbitamente la perspectiva que impera sobre Sergio García. Lo que ahora es visto como una oportunidad desperdiciada tendría de repente el revestimiento de la grandeza. Sus méritos, sobrados, cobrarían una nueva perspectiva ante esa eventualidad. A tiempo está, con su edad muchos otros lo lograron antes.
Las lecciones de una carrera
Jon Rahm es, a los 22 años, el Sergio de 1999. Un poco más mayor, sí, pero porque su camino es diferente, él decidió pasar por la universidad y alargar así su vida como 'amateur'. La materia prima, en todo caso, es parecida. Jugadores buenísimos, con potencial para sacarse los golpes imposibles de debajo de la bolsa, modernos, de tiros rectos y largos, juego medio... Los requisitos básicos para ser una estrella.
Su irrupción en el circuito, aunque aún está en pleno desarrollo, es sensacional. Ya se habla de él en los mentideros como un posible futuro ganador de un grande. Los resultados empiezan a salir. Tiene, además, mucho carisma, ese concepto difuso que se define desde los resultados, sí, pero no únicamente desde los resultados. Es, por lo tanto, un desafío de futuro.
Rahm, que este viernes disputará un partido Match Play contra Sergio García con la clasificación para los cruces del Mundial en juego, puede ver en el castellonense un espejo. Sus inicios tienen paralelismos, su afición será muy similar, despiertan las mismas pasiones por el simple hecho de ser jóvenes, talentosos y españoles.
El de Barrika podrá saber solo con mirar que la afición no estará siempre ahí, que necesitará de grandes victorias y no solo grandes resultados. Además, tiene que tener en cuenta el carácter. El niño afable que saltaba en Medinah se topó una y otra vez con la frustración de quedarse a las puertas de la victoria final. Eso le fue agriando un poco el ánimo. Sergio García no es el jugador más querido del circuito.
A veces ha sido adusto, en ocasiones incluso ha pasado ciertos límites —en Estados Unidos, recuerdan aquel día que dijo que daría pollo frito a Tiger Woods, algo que allí está considerado un insulto racista— y no siempre de buen humor. Sergio argumenta, no sin razón, que pocos han tenido el foco mediático que se la ha concedido a él y que es difícil estar todos los días con una sonrisa que te dé la vuelta a la cara. Especialmente en las derrotas. Bleacher Report, hace años, le colocó en una lista de los 10 golfistas más arrogantes de todos los tiempos.
Jon Rahm tiene el lienzo aún por pintar. Por el momento, todo han sido bondades, buenos resultados y comentarios positivos. Su carácter se ensalza, se habla de él como un chico normal, ambicioso pero afable. Todos lo son con esa edad, cuando aún el aficionado no se ha acostumbrado a la rutina y todo le sorprende. Rahm necesita, como le pasó a Sergio, demostrar que es un jugador de élite, tener regularidad en el circuito y codearse con los mejores. Satisfactorio sería, aunque suene provocador, que su carrera fuese por la misma línea que la de su compatriota. Se podría hablar de un gran golfista. Aunque, hoy, él y la gente que le sigue no imaginen ese escenario como posible.
El potencial también es eso, soñar con batir los récords de Jack Nicklaus.
El deporte recompensa la novedad por el simple hecho de serlo. Pocas cosas gustan más que el potencial, imaginarse antes de tiempo todo lo que una carrera deportiva puede deparar. Cuando Jon Rahm coge un palo hay, indudablemente, un jugador excelente en la partida. Alguien con bastantes méritos contraídos si se tienen en cuenta sus 22 años. Pero, sobre todo, hay expectativas. ¿Cuántos grandes puede ganar? ¿Llegará al número uno? ¿Será como Seve? Le pasa a Rahm como a Doncic o a Mbappé: no es tanto lo que se ve como lo que se intuye.
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