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El espíritu por encima de la forma: Marruecos y un Messi que posa para la historia en Qatar
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Fragmentos de un Mundial

El espíritu por encima de la forma: Marruecos y un Messi que posa para la historia en Qatar

Marruecos, Croacia, Argentina y Francia. Este es el Mundial de las naciones jóvenes o de los que dentro de las naciones viejas tienen todavía algo que gritarle al mundo

Foto: Cristiano, frustrado contra la selección africana. (EFE/Ali Haider)
Cristiano, frustrado contra la selección africana. (EFE/Ali Haider)

¿Qué es el espíritu? Es lo que se ha ido formando dentro de Marruecos desde que comenzó el Mundial. Marruecos no tenía una identidad futbolística clara, evidente, que se pudiera ver de un trazo, en la primera fase. Tenía algo rocoso en el interior que iba deglutiendo el juego enemigo, bandas poderosas y capacidad para herir con pocos jugadores. De repente, sabía competir. Era eso lo que les había faltado a las naciones africanas a lo largo de los tiempos. Ese colmillo desgastado de tanto usarlo que Europa tiene, aunque lo nieguen sus portavoces oficiales.

Ni la gran Argelia de los ochenta, ni Camerún o Ghana sabían maniatar los partidos, defender un gol a favor o resistir en los momentos oscuros. Pero eso no es el espíritu. El espíritu es algo más, un convencimiento tremendo que sobrevuela, una idea fija que es mostrada de manera continuada, como un flujo. Una determinación. Una alegría salvaje. Eso que mostraron los norteafricanos en la tanda de penaltis contra España y eso que inundó de punta a cabo el partido que hicieron contra una selección con más recursos y muchas ganas: Portugal.

placeholder Achraf Dari, jugador de Marruecos, exhibe una bandera palestina. (EFE/Abedin Taherkenareh)
Achraf Dari, jugador de Marruecos, exhibe una bandera palestina. (EFE/Abedin Taherkenareh)

Tras el partido contra España, los marroquíes sacaron una bandera palestina al campo y, poco después, varios de ellos entonaron un himno cuya letra expone que el Sáhara, su arena, sus ríos y sus playas son territorio del reino alauí. Marruecos es estandarte del mundo árabe —esa enorme nación que comparte idioma, Dios y quizá destino— y además reivindica un territorio que no le pertenece. Patria y religión. Luchan por algo superior a ellos y saben que sus victorias son la alegría de una parte de su pueblo desperdigado en la diáspora.

Tienen espíritu y saben competir. Eran el ruido de fondo del Mundial y se han convertido en la pared donde mueren las ilusiones ibéricas. Contra Portugal, demostraron muchas pieles y tuvieron, al final, el don musical de la fortuna en zona crítica, algo que parece mágico, pero se adquiere por instancias observables como la inteligencia competitiva y la determinación absoluta.

La venganza de Messi

Messi parado ante Van Gaal haciendo lo del topo Gigio (reivindicación de Riquelme, defenestrado por el neerlandés) es la imagen del Argentina-Países Bajos. Los argentinos no tienen rivales sino enemigos. Si los marroquíes luchan por una idea superior más o menos expresada, Argentina combate por ella misma, una nación eternamente herida que necesita del fútbol para absolver sus pecados y volverse a enamorar de Argentina en un ciclo que siempre les deja en el mismo punto. La albiceleste fue muy superior a Países Bajos y, tras los penaltis, se lo restregó por la cara sin ningún decoro. Europa —cuna de la superioridad moral— puso un mohín de disgusto. Eso les dio la oportunidad a los sudamericanos de volver a ser odiados y admirados, de ser centro de atención y disparar contra un mundo que no los entiende. Su escenario favorito.

Messi, por fin, se ha convertido en un caudillo, en un cacique. Quizá la única tradición política de los pueblos hispanos y tan necesaria en Argentina como la gambeta o la revancha. El equipo de Scaloni fue muy superior al de Van Gaal de la forma en que sabe serlo. Es una selección dura y solidaria con un constructor de túneles secretos en la media punta. Lo que siempre se había pedido a Argentina, ahora lo es. Y lo es porque tiene el espíritu necesario. Lo demostró al elevarse sobre los dos goles de última hora con los que la Orange forzó la prórroga. Y en la prórroga, la albiceleste acabó sometiendo a la selección de Van Gaal por todos los medios disponibles.

placeholder Messi se lo restregó a Van Gaal en la cara. (Reuters/Paul Childs)
Messi se lo restregó a Van Gaal en la cara. (Reuters/Paul Childs)

Faltó el gol, pero no la determinación. Llegó la hora decisiva. Messi comenzó lanzando su penalti. Lo convirtió con una facilidad pasmosa y lo celebró como un ídolo hierático que se abre de brazos ante la historia. El Dibu, el portero argentino, un tipo que mira que da miedo, atrapó cada disparo neerlandés como si tuviera algo personal contra el balón. Argentina ganó y les pasó la victoria por la cara a los petrificados europeos. Fue fiel a su propio demonio. Ha encontrado una máscara que llevaba perdida desde 1990 y va a ser muy difícil arrancársela.

Modric, irreductible

A Croacia no le hace falta espíritu porque tiene a Luka Modric. Es la encarnación de todo lo santo que lleva dentro el deporte. Su nombre no debe ser usado en vano. Es como una heroína de Miyazaki, esas niñas inmortales y frágiles que salvan el mundo mientras se desangran por dentro. Cuando acabó el partido, no se fue a celebrar la victoria con los suyos. Se acercó a los brasileños y abrazó a Rodrygo, su compañero en el Madrid, que había errado el primer lanzamiento. Rodrygo, que es un ángel impenetrable a las emociones, tiró el peor penalti de la historia. Es un Mundial, y ahora lo sabe. Recibió el consuelo del rubio croata, quizás una lección mejor aún que la victoria. Cuando Luka deje el fútbol, será un momento tan triste y tan dulce como la muerte de un animal en un cuento para niños.

placeholder Modric y Rodrygo, durante el encuentro. (EFE/Georgi Licovski)
Modric y Rodrygo, durante el encuentro. (EFE/Georgi Licovski)

Francia contra Inglaterra era el enfrentamiento de los cuartos. Dos naciones viejas llenas de hijos de inmigrantes con hambre atrasada. Todo lo grande del actual fútbol europeo estaba ahí. Primero fue Tchouaméni cruzándoles la cara a los ingleses desde 30 metros, un gol tan bello como un edificio que se desploma. Después vino Kane, gigante engañoso, cuya danza ha sido indescifrable para todas las defensas del campeonato. Le hicieron penalti, lo tiró todo ruido y furia: a la inglesa. Al final del partido, con Inglaterra llamando a las puertas, hubo otro penalti y lo volvió a tirar sin ninguna delicadeza: esta vez, el balón salió del estadio y posiblemente de la península arábiga. Clemente hubiera estado satisfecho.

De Francia, destacaron su fragilidad defensiva, ya conocida y que Inglaterra explotó al límite del gol una y otra vez, y Griezmann, que juega como Raúl cuando los galácticos. Es el que remienda el equipo y lo convierte en un tejido reconocible. Mbappé anduvo enredado con jugadores casi tan veloces como él. Podría ser el partido ofuscado que tiene siempre la estrella o quizá revele algo más. Lo veremos en el próximo episodio, contra Marruecos, equipo que hasta ahora ha desnudado con crueldad las lagunas de sus oponentes.

¿Qué es el espíritu? Es lo que se ha ido formando dentro de Marruecos desde que comenzó el Mundial. Marruecos no tenía una identidad futbolística clara, evidente, que se pudiera ver de un trazo, en la primera fase. Tenía algo rocoso en el interior que iba deglutiendo el juego enemigo, bandas poderosas y capacidad para herir con pocos jugadores. De repente, sabía competir. Era eso lo que les había faltado a las naciones africanas a lo largo de los tiempos. Ese colmillo desgastado de tanto usarlo que Europa tiene, aunque lo nieguen sus portavoces oficiales.

Mundial de Qatar 2022 Luka Modric Kylian Mbappé
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