Es noticia
Cuatro semifinales consecutivas, pero Alemania lleva 18 años sin ganar un título
  1. Deportes
  2. Fútbol
su última victoria, la eurocopa del 96

Cuatro semifinales consecutivas, pero Alemania lleva 18 años sin ganar un título

Que la 'Mannschaft' esté en las últimas rondas de los grandes torneos es casi una cuestión de costumbre, pero llevan demasiado tiempo sin dar el último paso

Foto: Alemania ya está en semifinales, como ya hiciera en los últimos cuatro Mundiales, desde Corea y Japón 2002 (AP).
Alemania ya está en semifinales, como ya hiciera en los últimos cuatro Mundiales, desde Corea y Japón 2002 (AP).

Es una pura cuestión de costumbre que en estas fechas cada cuatro años (o cada dos años, si nos ponemos específicos), Alemania pelee por algo grande. No es una frase hecha, es un hecho empírico en sí mismo. No parece haber Mundial en el que Alemania no consiga al menos acercarse a los puestos de honor de un torneo internacional, ya sea una Eurocopa o un Mundial. Con el juego tradicional físico, con el juego de posición moderno, o con el enlace entre los dos estilos que está desarrollando actualmente. Da igual el cómo, Alemania siempre está ahí. Pero nunca llega al oro.

La regularidad ha sido una característica intrínseca a la Mannschaft desde que compiten con el resto de países por ser los mejores del planeta, o como mínimo, de Europa. No ha habido competición en la que haya participado Alemania en la que no se le haya considerado favorita. Y no ese favoritismo de bufanda tan propio de la España de antes de 2008, en la que todos sabían que no iba a ganar, pero confiaban ciegamente en ello. Nada de eso. En el caso alemán funciona como sus coches: son plenamente fiables. Tendrán algún que otro desliz histórico, es evidente; hablamos de fútbol y no de física cuántica, por lo que no se trata de algo exacto e irrevocable.

Alemania se la pegó y bien pegada en dos Eurocopas de forma consecutiva, pero son los únicos casos del pasado reciente germano en el que no lucharon por ser los mejores. Ocurrió en las ediciones de Holanda y Bélgica en el 2000, y en Portugal en 2004. En ninguna de ellas, los combinados alemanes consiguieron superar la primera fase del torneo, sorprendiendo especialmente su eliminación en la edición de los Países Bajos, pues sus verdugos fueron Portugal y Rumanía, selecciones en teoría siempre más débiles que Alemania. Y en el país luso, ni siquiera fue capaz de ganar a la débil Letonia antes de que la Chequia de Milan Baroš confirmara sus billetes de vuelta a casa antes de tiempo.

Pero esos batacazos fueron baches esporádicos de una selección que, entre medias de esas dos Eurocopas, perdió la final del Mundial de Corea y Japón contra Brasil. Es decir, que podrá caerse, como alguna que otra vez se han caído todos, pero Alemania es especialista en levantarse y permanecer de pie durante mucho tiempo. Precisamente en ese Mundial asiático, Alemania puede que no fuera la mejor de la historia, pero era contundente como pocas. Hasta esa final que ganó Ronaldo Nazario, Oliver Kahn sólo había encajado un gol, en la fase de grupos, y se lo hizo Robbie Keane. Ni un gol encajó en todas las eliminatorias y, como ya hiciera España en 2010 (aunque con mejor final), ganó todos esos partidos por 1-0.

Y desde entonces, desde esa primera medalla que se colgaron los Ballack, Schöll y compañía, han caído tres más: el bronce del 2006, la plata de la Euro’08 y otro bronce del 2010 (además de las semifinales de la Euro’12). Es decir, ningún oro en todos los buenos intentos que han tenido. Alemania acumula demasiados años quedándose en los escalones anteriores al más alto, pinchando en hueso cada vez que intenta clavar su espada. El camino iniciado por Rudi Völler en 2002 y continuado por Jürgen Kinsmann y Joachim Löw ha dejado siempre a Alemania cerca, pero nunca en el sitio deseado.

Precisamente fue Löw el primero de ellos en establecer el juego de posición como la base de la nueva mentalidad colectiva alemana. Dejó atrás la intensidad constante de todos los jugadores, que se convertía en una terrible sensación de agobio para los rivales, para dar paso a la sutileza del toque y la preponderancia de los jugadores técnicos y cada vez menos físicos. Desaparecieron del tapete Ballack, Frings o Schneider para dar paso a Özil, Müller y Götze. Alemanes igual, con una mentalidad ganadora innata y siempre inconformistas, pero con la obsesión de llegar al objetivo por el camino más agradable.

Sin embargo, esa estela de juego vistoso para el espectador que dejó Alemania desde hace años todavía no ha llegado a Brasil. Cuando los efectos del ‘jet-lag’ ya están descartados, la escasa aparición de la elegancia alemana nos obliga a pensar en dos posibles razones: una, el agotamiento físico de varios de los jugadores más importantes para desarrollar el estilo, como Özil, Schweinsteiger o Lahm, que han llegado al Mundial en unas condiciones no óptimas; o la elección del entrenador de compensar las deficiencias físicas con el retorno del pragmatismo del 2002. Juego escaso, pero suficiente para ser efectivo. Quién sabe, puede que sea la conjunción de ambas ideas las que hagan a Alemania dar el salto y, por fin, pueda ganar un título.

Es una pura cuestión de costumbre que en estas fechas cada cuatro años (o cada dos años, si nos ponemos específicos), Alemania pelee por algo grande. No es una frase hecha, es un hecho empírico en sí mismo. No parece haber Mundial en el que Alemania no consiga al menos acercarse a los puestos de honor de un torneo internacional, ya sea una Eurocopa o un Mundial. Con el juego tradicional físico, con el juego de posición moderno, o con el enlace entre los dos estilos que está desarrollando actualmente. Da igual el cómo, Alemania siempre está ahí. Pero nunca llega al oro.

Brasil Joachim Löw
El redactor recomienda