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La revolución que el Real Madrid aporta al fútbol este año con el principio de incertidumbre
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Ángel del Riego

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La revolución que el Real Madrid aporta al fútbol este año con el principio de incertidumbre

Mbappé logra sobreponerse al peso que significa vestir la camiseta blanca y ya se parece al jugador que deseaba Florentino. Tchouaméni se debate entre caer al pozo o resurgir

Foto: Mbappé ya maravilla al Bernabéu. (EFE/Sergio Pérez)
Mbappé ya maravilla al Bernabéu. (EFE/Sergio Pérez)

Escribir sobre el Madrid es como hacerlo sobre una guerra interminable en la que la batalla final siempre está por llegar. Solo hay una crónica al año -la final de la Champions- donde el equipo se posa sobre el tiempo. Ya no hay más pasado ni futuro, es el aquí y ahora, y esa es la gravedad del asunto que, como si fuera un milagro, los jugadores blancos convierten en ligereza.

Esa ligereza se entiende mirando una semana cualquiera en el devenir del equipo. Esta, por ejemplo. De todos los minutos que se han jugado, más de la mitad se han hecho al filo del abismo. Bastaba un mal control o un ataque raudo del rival para provocar una pitada, un silencio profundo y malévolo del público o la definitiva caída en desgracia de cualquiera de nuestros defensas. La resistencia a ese fatum provoca al principio hielo en el empeine del futbolista, luego llega un tiempo intermedio donde su cara es una máscara, tras esa aparente impasibilidad se abre una sima.

El jugador no quiere estar ahí, en ese circo de hienas, ya no tiene ganas de jugar al fútbol, de vestir una camiseta con ese peso en la historia, no tiene ganas de vivir, únicamente de escapar a su destino. Después llega una pequeña resurrección: una velocidad voluntariosa o una rabia más o menos confusa. Hay una lesión muscular y un mes para pensar sobre la pequeñez del destino en un universo que se expande y donde todos estamos cada vez más lejos unos de otros. Y tras ese periplo los caminos se bifurcan.

placeholder Mbappé ya ha salido del pozo. (AFP7)
Mbappé ya ha salido del pozo. (AFP7)

Tchouaméni en el infierno del Bernabéu

Algunos ya no salen de ahí, van y vienen del banquillo a los últimos minutos de cada encuentro. Acompañan a los titulares en los largos pasillos a ninguna parte; un día se van de la entidad y nadie repara en ello. Hay otros que se quedan heridos pero resisten. Su juego nunca vuela, nunca es suave ni fluido, el exceso de voluntad obtura su talento, pero siguen ahí muriendo cada partido en carreras a ninguna parte premiadas con un aplauso maldito por las viejas rencorosas del Bernabéu.

Pero en general no suele haber gama intermedia en esta prueba de vida. O ganas el cielo y nada te parecerá ya un infierno -porque de allí saliste-. O juegas cada partido para sobrevivir un día más hasta que un verano de despachos y colmillos, dices adiós y los focos se olvidan de ti para siempre. En el partido de Copa contra el Celta se desataron los demonios contra Tchouaméni. Cada balón que tocaba el francés era una herida. Cada pequeño desajuste defensivo, una pitada.

placeholder El público del Bernabéu pitó a Tchouaméni. (AFP7)
El público del Bernabéu pitó a Tchouaméni. (AFP7)

El público le hizo culpable de la derrota contra el Barça. En realidad, el mismo partido dejó claro que el francés era una pequeña avería en un mecanismo altamente inestable, que es lo que es el Madrid de esta temporada, pero la masa no está hecha para lo sutil ni para los largos párrafos razonados. Necesita villanos y necesita héroes y necesita hacerse notar en un club que es a la vez el más inaccesible y el más democrático. El club de los dioses y el del pueblo llano.

Y Tchouamení resistió. No se llegó a hacer con el partido porque todo el equipo blanco estaba desacompasado tras el repaso de los azulgranas, pero fue creciendo como un animal rodeado por la nieve que logra salir de ella por puro instinto de supervivencia. Y una vez arriba, sus pisadas ya no se hunden, su horizonte se amplía, ya no es presa, ahora es cazador. Cazador hacia adelante, algo que quizás no sea lo que necesite el Madrid -un mediocentro que clave la bandera en el punto central- pero que es el único rol en el que el francés se siente futbolista.

El renacer de Mbappé

Recuperación alta y pase, así una y otra vez. Es difícil que en el Madrid pueda ser libre, porque la libertad en el equipo blanco se paga muy cara. Se paga con riesgo y con talento, y está solo al alcance de jugadores superiores con capacidad de improvisar en cada escenario diferente. Tchouaméni no tiene eso, pero en su rol, es un jugador a tener en cuenta. Nunca titular indiscutible, pero tampoco un animal atrapado en sus miedos, incapaz de un mínimo sentido futbolístico.

En ese mismo partido estaba Mbappé. Ya hemos contado el tránsito del delantero de la selección gala. Por fin juega liberado. Ya no tiene óxido en las articulaciones y con el bienestar físico llegó el mental. Su técnica parecía vulgar hace solo un mes, ahora sus pases son tan exactos como los de un reloj atómico. Todos los genios tienen algún tipo de facilidad, de suavidad en su juego, que nos desata de la vida real, que está llena de obstáculos, para llevarnos a un mundo ideal en la frontera misma del sueño.

placeholder El galo ahora sonríe y convence. (AFP7)
El galo ahora sonríe y convence. (AFP7)

En el caso de Kylian no es exactamente su velocidad, es más bien su golpeo. O la cadencia de su galopada unida a la naturalidad de su disparo. El primer gol contra el Celta lo define muy bien. El efecto que causa es el de una gran sencillez. Casi se diría un hábito. Te desmarcas, corres un poco, haces una bicicleta como si fuera un entrenamiento y le pegas duro al sitio donde no está el portero. Bien, es gol.

No hay una genialidad aparente, pero desde Cristiano Ronaldo nadie lo puede hacer. Ni siquiera Vinícius, cuyos goles entrando por el extremo necesitan siempre de un extra de magia al carecer de ese empeine de poderío nuclear del que hace gala Mbappé. No hay crispación como en el estilo de Cristiano, hay relajación. Es un estilo postcoito, el del francés. Cuanto más distendido está, mejor juega.

Lo que significa la celebración de Ancelotti

Con Mbappé el equipo ya tiene una parte del mapa de la temporada iluminado. Pero quedan amplias extensiones donde todavía hay oscuridad, confusión o nada en absoluto. El equipo sufre para salir de las presiones y de hecho, lo mejor del partido contra Las Palmas no solo fue la energía de los jugadores blancos, su compromiso rabioso con la victoria. Fue que el balón se sacó con sentido, sin dilaciones, sin genialidades ni ceremonias, como en el gol de Brahim, donde fue suficiente con que Asencio batiera una línea y encontrara a Kylian para que la jugada llegara cartesiana y limpia hasta el gol.

Ancelotti se volvió ligeramente loco en la celebración de cada gol madridista. Qué tipo de equipo es el Madrid para que el entrenador más laureado de la historia pierda los papeles en un gol en casa contra Las Palmas. Esa presión todo lo afina, todo lo corrige y lo que no afina ni corrige, lo hace desaparecer como si nunca hubiera existido.

Ceballos, ese jugador cuasi secreto, se ha convertido en importante. El público lo detectó y coreó su nombre. El andaluz no sabía qué hacer. "¿Me estarán tomando el pelo?", parecía preguntarse. Ceballos sabe manejar el balón bajo presión, no lo pierde, lo lleva enganchado y lo suelta en el momento correcto. Esto le ha costado cinco años, pero lo ha conseguido. Encuentra fácil a Bellingham en la selva de la mediapunta y una vez que el inglés contacta con la pelota, se abre un mundo nuevo para el Madrid. Mezcla bien con Fede, pero Fede, en un Madrid 2025 ideal, debería estar en el lateral derecho.

En el lateral izquierdo, Fran parece haberse colado entre las rendijas del juego. Hipermotivado, acelerado y un punto cómico, llega mucho, pero pocas veces tiene el timing correcto al centrar. Contra Las palmas lo tuvo una sola vez y fue gol. El de Rodrygo. Llegó y lo encontró en un gol de pura circulación de balón. Esos que gustan a los comentaristas, pero solamente cuando los marca el Barça.

Endrick saca la cabeza con golazos

Como no está permitido ver un partido del Madrid sin que una guillotina, grande o pequeña, penda sobre el equipo; el hincha pensaba en Rodrygo por la izquierda, su posición triunfal, donde es rey, dama y peón y donde se asocia divinamente con Mbappé. Y es que no estaba Vinicius, menos combinativo y con la misma piel de estrella que Kylian. Vinícius y Kylian en el 11 expulsan a Rodrygo a las segundas partes. Con los tres, el equipo se parte en un 4-2-4 que es el número de la bestia, como demostró el partido de Supercopa contra el Barça de una forma casi científica.

placeholder Endrick enseñó las garras contra el Celta. (APF7)
Endrick enseñó las garras contra el Celta. (APF7)

Días antes, en el partido de Copa, tras muchas idas y venidas, llegó la prórroga y en la prórroga Ancelotti nos concedió un deseo: salió Endrick. El brasileño está como Hannibal Lecter en el Silencio de los Corderos. Maniatado en el banquillo y con ganas de sangre. Amarrado al poste del delantero centro en el área, en un sitio lleno de gente cuando él fue enseñado a vivir libre para ganar el mundo en su carrera, en su regate, en su disparo. Pero a Endrick todos estos relatos de muerte y resurrección le dan igual. Él no es un superviviente ni alguien que sepa pedir permiso. No está fino, y es un niño que todavía no entiende el mundo adulto.

Y entonces le llegó el balón y en un mismo movimiento se dio la vuelta, metió un gol instantáneo y se quitó la camiseta para enseñarnos sus mofletes adolescentes. El Bernabéu olvidó su mal humor y respiró feliz. Comprendió que Endrick es la bestia del final de la Bíblia. Y el estadio sabe que es buena la bajada del Madrid al inframundo, porque allí es donde el equipo se carga de maldad, donde repta enemistado con el principio del juego, de la ética, de la belleza. Y así su vuelta volverá a ser saludada con horror y desconcierto, como siempre debe ser y como siempre ha sido.

Escribir sobre el Madrid es como hacerlo sobre una guerra interminable en la que la batalla final siempre está por llegar. Solo hay una crónica al año -la final de la Champions- donde el equipo se posa sobre el tiempo. Ya no hay más pasado ni futuro, es el aquí y ahora, y esa es la gravedad del asunto que, como si fuera un milagro, los jugadores blancos convierten en ligereza.

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