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Por qué la mediocridad de Mbappé amarga al Real Madrid y Ancelotti levanta la ceja
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Ángel del Riego

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Por qué la mediocridad de Mbappé amarga al Real Madrid y Ancelotti levanta la ceja

El Real Madrid sufre una desgana que preocupa a los aficionados y aleja al equipo del fútbol y la voracidad de la temporada pasada. Valverde, Vinícius y otros sostienen el plan de Ancelotti

Foto: El francés no convence al Bernabéu. (AFP7)
El francés no convence al Bernabéu. (AFP7)

Lo que está pasando ahora ya pasó muchas veces. Pero el madridista tiene motivos para preocuparse, un poco como si hubiera ido al médico por un antiguo síntoma y el doctor le dijera que tuviera cuidado con el alcohol (claro), con el tabaco (por supuesto), con la ansiedad (cómo no), y con la vida. ¿Con la vida? Y el doctor le enseña al paciente un montón de gráficas ininteligibles y dice que ahí está lo de siempre, pero también algo más.

Ve una zona oscura que parece incompatible con un organismo sano, pero que en realidad no es algo maligno, no es algo por lo que tenga que preocuparse; lo único que debe tener cuidado es con los excesos y sobre todo con la vida. El médico le da dos palmadas al paciente y lo suelta en el umbral. "Haga usted cualquier cosa, excepto vivir. Lo demás, lo tiene permitido". Y el hombre, perplejo, sin atreverse a hablar, sin atreverse a pensar, vuelve a casa por el camino más largo, como si así pudiera mantener a raya el miedo que lo envuelve como una mortaja.

El madridista, viendo el otro día el partido contra el Lille, no podía dejar de pensar. ¿Cuándo se nos olvidó el fútbol? ¿Cuál fue el momento exacto? "Haga usted cualquier cosa, excepto jugar al fútbol. Lo demás, lo tiene permitido". La camiseta es blanca. Hay gente como Valverde, Militao o Courtois que son viejos conocidos. Ancelotti está en la banda. En el autobús pone la palabra Real Madrid. Pero todo esto son los elementos necesarios para que haya una reacción química. Y esa reacción, no se da.

placeholder Valverde está tirando del carro. (AFP7)
Valverde está tirando del carro. (AFP7)

Un Real Madrid muy vulgar

Los chicos que pasean su mediocridad por el medio de la cancha, no son el Real Madrid. No hay espíritu, no hay alma, no hay estructura ni callejones angostos. Hay un montón de nombres esparcidos por el césped que simulan trabajar para coger lo más pronto posible una baja laboral y dejar ese engorroso empleo de ser jugadores del club de fútbol más laureado de todos los tiempos.

Hace unos años, en 2018, pasó lo algo parecido. Tras el éxito en la Champions en Kiev contra el Liverpool, el madridismo estaba en su apogeo como un imperio sin horizontes ni principio ni final. Un mes después, Cristiano anuncia su despedida. Y ese imperio se resquebraja en un instante. La temporada siguiente fue la de un país en descomposición.

placeholder Mbappé no enamora. (AFP7)
Mbappé no enamora. (AFP7)

El astro que llegó fue Hazard. Ahora ha sido Mbappé. Sobre el minuto 70 del partido contra el Villarreal, el francés se fue al banquillo. No movió un músculo. El público le aplaudió de forma automática. El que durante años fuera considerado el hijo pródigo, no provoca más que indiferencia. Y él lo sabe. Y no se rebela contra esa forma cruel de desamor. No cambia su cara, no acelera sus carreras, no presiona, no mejora su rústico juego de estrella menor en decadencia. Simplemente pasea y acecha. Su desgana es cosa inédita en la historia del Madrid.

Mbappé está decepcionando

Con Mbappé es como si hubiéramos fichado al Pelé del Cosmos. Cada partido es como el partido de su despedida, le perdonamos sus torpezas por todo lo que nos dio en esos veranos increíbles. En ese mismo partido contra el submarino amarillo, Vinícius recibió rodeado de tres contrarios a unos metros del área. Con un primer toque que le surge de la cadera, se aleja del contrario y se acomoda el balón. De forma fulgurante engancha un disparo donde antes no había nada. Gol por la escuadra!, exclaman los niños. Y un rato después, al portero le dicen lo que ha pasado.

Técnica amorosa con la pelota, intuición del momento, velocidad para ejecutar, picardía para esconder el movimiento hasta el final. En fin, eso del fútbol que le surge a borbotones, a Vinicius o a Rodrygo y del que Kylian —ahora mismo— está total y absolutamente seco. Desde que Vinícius recibe el balón hasta que dispara, pasa un segundo escaso. Eso solo lo hace un elegido y siempre da la impresión de que los rivales pudieron hacer algo más, como si les hubieran atado a un poste con cuerdas invisibles. Ante el genio, los defensas parecen meros espectadores de la catástrofe.

placeholder Vinícius se inventó un golazo. (AFP7)
Vinícius se inventó un golazo. (AFP7)

Mbappé sigue manteniendo la finura en el desmarque, así que balones en zona de peligro, le llegan. Hubo varios en el partido y tardaba un mundo en acomodar la pelota y la trasladaba como si fuera un botijo con ruedas. Mejor no hablar de sus intentos de bicicleta, más próximos a una instalación de arte contemporáneo que a un delantero del Real Madrid. Sin embargo, Vinícius pone el balón en el sitio donde solo llega el pensamiento.

Las dudas de Ancelotti

En esta temporada la principal incógnita no será táctica. Será si Mbappé remonta el vuelo y se aclimata a su nuevo físico, o si Mbappé se convierte en un peso muerto que lastre cualquier intento del Madrid futuro por jugar aceptablemente. Eso de dotar de una identidad táctica al equipo lo acabará haciendo Ancelotti contra las circunstancias. Contra las lesiones. Contra perfiles que se le rebelan, o jugadores repetidos. Incluso sin pintores de batallas en el equipo y con un Bellingham que es más un acelerador que alguien con sentido del ritmo.

Ancelotti lo ha ido consiguiendo en cada una de sus temporadas e incluso en un partido espeso como una sopa primitiva, como el del Villarreal, dejó detalles que pueden contener universos futuros. Por ejemplo, ese Valverde de mediocentro. Fede no es un jugador intrahistórico como parecía al principio. Es una leyenda que sufre por todos nosotros, como si dentro de él estuvieran todas las cabezas de la martirología blanca. Tiene la fuerza demoníaca de Stielkie y el desgarro de Pirri. El pase en largo de Alonso y la capacidad de recuperación de Casemiro.

placeholder El uruguayo corre por todos. (Reuters/Susana Vera)
El uruguayo corre por todos. (Reuters/Susana Vera)

Él y Vinicius son los arquitectos de este equipo. Fede por fuera nos da desborde, ansia, y gol. Fede por dentro nos da la vida. El equipo sólo es un equipo de verdad cuando juega en la base de la jugada. Sabe mezclar alturas y mover los vientos. Puede ser sutil y definitivo en el mismo gesto. Le falta ese ritmo sincopado que hacía de Kroos "aquel que descorría los telones"; pero da la impresión que es cuestión de tiempo el que adquiera esa cualidad mágica.

Otra certeza es Vinícius de 9. Con toda la libertad que debe tener un niño de las favelas, pero siempre tendiendo a esa zona central que es donde es devastador. Rodrygo ha convertido el extremo derecho en el lugar desde donde se asocia el Madrid. El sitio de la algarabía y los empujones. Rodrygo se para y junta las partes. Cuando no ha estado en el equipo, el ataque blanco era un mar sin olas. Mbappé varado en sus pensamientos obsesivos y Vinícius un poco aturdido sin nadie a quien dirigirse. Rodrygo surge del medio campo, va sumando paredes y de vez en cuando entra en el área como quien patina sobre la tumba de un antiguo rey.

Güler, sin confianza de Ancelotti

Güler o Modric, que son los dos otros elementos que suelen entrar por esa parte, también se asocian más que la media en el Madrid. Y eso da ritmo al equipo y de repente, con el ritmo, surgen los espacios. Camavinga acaba de volver y es una de las razones para la esperanza. Mejora la circulación de la pelota, pero tiene que cuidar su primer pase, que o es un poema, o una catástrofe. Se perfila de forma extraña para recibir el balón como si ser zurdo fuera una forma de incapacidad.

Y a partir de ahí le cuesta mantener la posesión, se mueve demasiado agitado por una energía atávica y emprende la huida o hace algún extraño que vuelve a sumergir la jugada en la nada. Camavinga es mediocentro, pero con espíritu de malabarista. Y eso no es posible. Por eso no acaba nunca su asalto a la titularidad. Y aunque es un jugador de registros formidables (y muy contradictorios) que nadie tiene en Europa; da la impresión de jugar sin poso, sin ese vector autoritario que ya tiene Fede y tenían Kroos o Casemiro, con el que todo es más fácil en Europa.

placeholder Güler necesita jugar más. (Reuters/Benoit Tessier)
Güler necesita jugar más. (Reuters/Benoit Tessier)

Hace una semana, en el partido contra el Atleti hay una falta y Modric la saca rápido. Abre a Vinícius que está por fin con un solo defensor encima. Lo regatea y cuelga la bola al área: es gol. La importancia de que saque uno listo, que ve la jugada, que ve el instante después, lo que va a ocurrir. Eso es tener fútbol. A la vez sencillo e imposible de explicar. Y en la plantilla del Real, no sobra.

No nos hemos olvidado de Güler. El turco siempre deja detalles, pero tiene el físico latente de un príncipe enfermizo de esos que pintaba Velázquez. Su destino es el interior y deben pasar tantas cosas para que llegue a su destino que es difícil pensar en un final feliz. Necesita la jugada demasiado limpia y, aun así, siempre le viene bien al equipo porque busca a los demás y los suele encontrar. Porque intuye el cauce de las jugadas y en su mente las dibuja un segundo antes de ejecutarlas. La cuestión es si tendrá el físico para ejecutarlas el día en que el que sea titular. Eso no lo sabemos todavía.

Bellingham está desconectado

Volviendo al partido contra el Lille. Estaba Tchouaméni dándole ritmo al partido. Nunca más debe ser eso. Fue una forma de eutanasia fría que no queremos volver a probar. Bellingham es el 10 del equipo. No es interior ni delantero, aunque cargue bien el área. Es un mediapunta a la inglesa, alguien que acelera las jugadas en transición pero demasiado grande para ser invisible en estático. Su problema está siendo el que nadie lo encuentra. Pero él tampoco se deja encontrar. Es la reina de la fiesta esquiva y altanera que tiende a resbalarse en medio del salón de baile.

placeholder El inglés no encuentra su sitio. (AFP7)
El inglés no encuentra su sitio. (AFP7)

Bellingham ve como nadie el último pase, pero no sabe cambiar de ritmo ni es más capitán que el de su propia jugada. Necesita alguien por detrás y alguien por delante. Con eso le es suficiente para armar un paisaje en medio del caos. Faltan tantas cosas en este Madrid que lo raro es que siga existiendo. Pero existe y nada se ha perdido todavía. No hay alguien que vigile el sueño de los niños mientras duerme. No hay decadencia, tampoco. No parecen los restos de una civilización antigua, lenta y majestuosa. No hay presión alta, esa forma de virtud que nació en el norte de Europa, en el mismo sitio donde escribieron en el pórtico de un campo de prisioneros que el trabajo os hará libres.

No hay muchos gritos ni decibelios en el Bernabéu, no sea que molesten a los vecinos, que han adivinado grietas en el imperio y quieren hacer lo de los bárbaros pero disfrazados de gente con sentido común. No hay épica, aunque se está rozando el absurdo. Está el escudo redondo, la gente un poco cansada y el murmullo del Bernabéu que va a ir creciendo a lo largo de la temporada. Ese murmullo se puede tragar una civilización, pero no puede hacer nada contra la desgana. Así que esa es la asignatura. La más difícil de aprobar. Volver a tener pasión por las cosas. Volver a vivir. Volver a jugar el fútbol.

Lo que está pasando ahora ya pasó muchas veces. Pero el madridista tiene motivos para preocuparse, un poco como si hubiera ido al médico por un antiguo síntoma y el doctor le dijera que tuviera cuidado con el alcohol (claro), con el tabaco (por supuesto), con la ansiedad (cómo no), y con la vida. ¿Con la vida? Y el doctor le enseña al paciente un montón de gráficas ininteligibles y dice que ahí está lo de siempre, pero también algo más.

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