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Endrick, Brahim y Güler le dan un toque al 'trío Kardashian' y enseñan el camino al Real Madrid
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Ángel del Riego

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Endrick, Brahim y Güler le dan un toque al 'trío Kardashian' y enseñan el camino al Real Madrid

Para volver a un dibujo racional, hace falta una catarsis. Este domingo, hubo una pequeñita. Un cielo plomizo durante 85 minutos y, de repente, en el último espasmo, fuegos artificiales

Foto: Endrick y Brahim celebran un gol al Valladolid. (Reuters/Violeta Santos Moura)
Endrick y Brahim celebran un gol al Valladolid. (Reuters/Violeta Santos Moura)

Estos principios de temporada suelen ser las estaciones del descubrimiento. En el Madrid, el juego no aparece así como así, es un equipo que lleva estando saciado desde que Di Stéfano produjo un movimiento sísmico del que nació una ola que sigue sin perder el impulso original. Los automatismos nunca han existido y el clásico juego de apoyos cortos en ataque solo fluye en los instantes previos a la catástrofe: allá en mitad de noviembre cuando el Bernabéu comienza a resoplar, en unas semifinales de Champions a vida o muerte o en un partido cualquiera, donde el vacío se ha consolidado sobre el césped como un mal augurio y de repente, del banquillo surge el minotauro.

Al día siguiente del partido, Ancelotti filtró que considera volver al 4-4-2. En la pretemporada, se jugó con 3 medios puros, pero Camavinga se lesionó en el peor momento y de repente apareció el 4-2-4 de nuestras pesadillas. Bellingham y Güler no son medio puros, tienden a irse para arriba. En realidad, casi nadie con suavidad en los pies nace como mediocampista: Kroos o Modric comenzaron de mediapuntas. Todos desean asomarse al área, que es donde pasa lo interesante y donde llueven las rosas. En el centro solo hay espinas y se necesita tener mentalidad de guardia urbano para no salirse de las rayas marcadas.

Para volver a un dibujo racional, hace falta una catarsis. Este domingo, hubo una pequeñita. Un cielo plomizo durante 85 minutos y, de repente, en el último espasmo, el cielo se llena de fuegos artificiales. Así se mueve el Madrid, mediante señales que mandan los ancestros a los que hay que hacer sacrificios para que no destruyan el mundo. ¿Y cuál será el sacrificado? En las películas de terror, primero es la mujer casquivana la que cae bajo el cuchillo; luego, el hombre atlético es convenientemente desmembrado. Después, le cortan el cuello al intelectual y, la última en caer, la que a veces se salva, es la virgen, la inocente, la libre de toda culpa.

Foto: endrick-real-madrid-santiago-bernabeu-vinicius-rodrygo

En el Madrid, las categorías están dadas la vuelta, así que el sacrificado será el pobre Rodrygo, el inocente que tiene cara de estoico y va a pasar una temporada arañando las paredes de su celda. De inicio contra el Valladolid, en posiciones de Bellingham, estaba Arda Güler. El turco bonito y esmerado al que se arrinconó muy a la derecha, como si los mayores tuvieran discusiones en el salón al que él tenía prohibido asistir. El juego no despegaba. El Pucela, muy atrás, y los delanteros madridistas muy quietos, esperando que surgiera una puerta mágica pero sin hacer nada por invocarla. Sobre el minuto 15, el equipo tenía prisa y los jugadores intentaban animar al público. El partido había caído en el terreno de la representación.

Las estrellas están colmadas de triunfos. Esperan el partido grande para resucitar de entre los muertos y no es de extrañar. Si Kim Kardashian -la famosa más famosa del mundo- viene a hacerse fotos con ellos en un partido de Liga cualquiera independientemente de cómo juegue el equipo, es que da igual cómo juegue el equipo. Es un problema que ya tuvieron los Galácticos. Había tanto alrededor que el fútbol se convirtió en una oda a la música atronadora del Real Madrid. Este equipo había sido underdog desde que se fue Cristiano. Benzemá, Modric y Kroos eran puro hueso. Su actividad fuera del balón, era mínima. Incluso Karim, con esa pinta de icono de todas las banlieus, en el fondo era símbolo sólo de sí mismo. Un profeta de lo exquisito. La metafísica del balón aplicada a la victoria perpetua.

Pero Vinícius, embajador de Brasil y de la paz mundial, y Mbappé como nuncio del mestizaje francés, se proyectan de otra forma, como estrellas para las que lo que ocurra en el césped son los coros de su gran melodía. Eso les aparta de la intendencia porque, siendo estrellas, solo quieren habitar el cosmos. Sus gestos son los highlights que comparten luego en redes sociales. Habilidades extracorpóreas, tacones, una jugada solo hecha con pases de exterior y otra haciéndole un caño al árbitro para caerse hacia atrás mientras la pelota entra por la escuadra. Y ahí se perdió el fútbol, deporte tan cruel como cualquiera, donde la repetición, lo práctico, el respeto por unas reglas invisibles tan antiguas como la naturaleza, son el primer paso para jugar bien, para levantar a la gente de los asientos y, con esa espuma, ganar los partidos y emocionar al público. Principio y fin del tinglado, para quien se construye este equipo blanco de todos los demonios. Nada más importa.

El día a día, la rutina, no está hecha para los futbolistas cuando se vuelven príncipes. De ahí la sacudida eléctrica que significaron Brahim y Endrick, que siguieron las pistas sigilosas que había ido dejando Güler en la segunda parte. Si el Madrid no tiene prisa es por el estado del Barça. El club catalán sigue en el fondo del escenario como equipo grande venido a menos patrocinado por una empresa de criptomonedas ucraniana. Es un equipo que vive de palabras talladas en el vacío que sirven como peldaños para ascender al cielo de ninguna parte. Surgen uno detrás de otro canteranos cada vez más jóvenes que son como novicios del bien y, como es un equipo sin presente, solo se mira al futuro... pero el futuro nunca acaba de llegar.

Cada dos o tres años, como en una rueca diabólica, se generan aleatoriamente nuevos futbolistas-niño que se alimentan de los huesos de los caídos y, así, van engañando al hambre y a su afición, mientras los bancos rodean al club justo en el límite de un círculo de fuego trazado por lo político. Sin ese círculo, todo estaría ardiendo. Con ese círculo, sobreviven las apariencias a la espera del cambio climático, de la gran crisis o del armagedón del Madrid. En el partido, transcurría la primera parte sin que pasara nada. Solo Militao, déspota y sincero con el balón en los pies, era la buena noticia. La creación de fútbol corría a cargo de los centrales. Los medios, Valverde y Tchouaméni, eran incapaces. Estaban ahí, sin pasión ni desenfreno, esperando que Kroos surgiera de la memoria y les arreglara el papelón.

Los medios del Madrid tienen miedo a fallar, no arriesgan: mentalidad de guardar los caudales. Pero no se dirige el juego desde la cobardía

Los medios del Madrid tienen miedo a fallar, no arriesgan: mentalidad de guardar los caudales. Pero no se dirige el juego desde la cobardía. No asimilan la marcha del jefe, siguen guardando las puertas y no se desatan de su voz interior que todavía busca desesperadamente un padre. No movieron al Pucela ni un milímetro y, en ese escenario, Güler naufragaba recibiendo de espaldas en ninguna parte. De entre Fede y Tchouaméni no sale fútbol. Es como rezar para que cuando dos placas tectónicas se rozen, surja el amor y no un terremoto. Los tres delanteros ocupaban el espacio racionalmente, lo cual no significa nada. Recibían en un universo sin huecos con Mbappé de guepardo enjoyado muerto de asco en medio del salón. No hubo ocasiones, el Valladolid no había estado tan tranquilo desde su fundación.

Llegó el descanso y un espíritu un poco diferente. Güler comenzó a infiltrarse entre líneas y algo pareció moverse en ese cielo pétreo que es la delantera blanca. Hubo una ocasión y una falta. Ancelotti le dijo a Fede que la tirara. Y Fede se liberó en el golpeo, disparó a través de la espesura y el primer gol subió al marcador para regocijo de los presentes. No fue nada y lo fue todo. El Madrid empezó a respirar porque el Pucela tenía huecos y el público imaginó un encuentro lleno de idas y vueltas, con muchos goles y vivas a España. Pero no. Nada de eso llegaba. Sin embargo, los blanquivoletas estuvieron un par de veces a punto de perforar la portería madridista. Tchouaméni era una duda andante, incapaz de encontrar el ritmo en el ataque y el compás en la defensa. Así se pierden Ligas, con las estrellas bajando a la manera de Hazard, ese mago que convertía una presión en un paseo melancólico por los atardeceres del Bernabéu.

Güler con espacio y más centrado era capaz de conectar con los dueños de la gambeta. Hubo un par de ocasiones destrozadas por el afán de darle con la parte más extraña del pie. De tacón no se ganan las Ligas y alguien debe decirlo en alto en el vestuario. Salió Modric y fue como llorar sobre el mar. Es un pez minúsculo intentando nadar contra corriente en la desembocadura del río de la plata. Ya no existe. En los instantes finales, Brahim y Endrick saltaron al campo. El jugador español llenaba el césped de ventajas solo con darse la vuelta. Dejaba atrás a su par y se iba a la velocidad justa al ataque. En la última jugada del partido, con el Valladolid presionando por todo el campo, pasó lo siguiente: Ceballos hizo una ruleta de la suerte en terreno prohibido. Le salió. Después, esperó medio segundo para dar un pase que batiera líneas a Brahim. Le salió también. Nadie antes lo había intentado en el partido, como si fuera un tabú.

Durante todo el encuentro, la salida del balón de los blancos fue como la salida de misa rodada por los hermanos Lumière. Repeticiones inconexas, miradas a cámara con perplejidad, antigüedad mesolítica, planos mal montados y el balón que llega a zona de tres cuartos como si fuera ayuda humanitaria lanzada en paracaídas a los pingüinos de la Antártida. El balón le llegó a Brahim y Brahim se dio la vuelta en el centro del campo quitándose a dos jugadores a un tiempo. Mantuvo la vista al frente y la pelota pegada al pie. Corrió como una estela por el centro y la jugada se fue volviendo grande. Había un rumor en la grada. Pura verticalidad y el balón que le llega a Endrick, que se había salido del fuera de juego un segundo antes.

Endrick recibió sin ventaja, como las estrellas antiguas, amagó hacia su perfil bueno (el zurdo) y se hizo con medio metro de campo para soltar un disparo seco como el desierto. Fue un gol que lo gritó con el ansia de los que tienen hambre y sed de justicia. Fue el final del partido y mirando hacia atrás, cambió todo lo que antes había pasado. Un partido que era como masticar una sesión de control del Senado y, al final, aparece Lola Flores cantando Gwendoline con el Pescaílla a la guitarra y Bambino dando palmas. Y una certeza. Cualquier problema del Madrid será resuelto por el monstruo en el que se va a volver Endrick en tres años. La cuestión (y no es menor) es que el mundo siga existiendo para entonces.

Estos principios de temporada suelen ser las estaciones del descubrimiento. En el Madrid, el juego no aparece así como así, es un equipo que lleva estando saciado desde que Di Stéfano produjo un movimiento sísmico del que nació una ola que sigue sin perder el impulso original. Los automatismos nunca han existido y el clásico juego de apoyos cortos en ataque solo fluye en los instantes previos a la catástrofe: allá en mitad de noviembre cuando el Bernabéu comienza a resoplar, en unas semifinales de Champions a vida o muerte o en un partido cualquiera, donde el vacío se ha consolidado sobre el césped como un mal augurio y de repente, del banquillo surge el minotauro.

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