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La leyenda de Toni Kroos: trenes rigurosamente vigilados que siempre llegan a su hora
El alemán marcó una época en el Real Madrid, que afronta su primera temporada si un centrocampista que ha marcado el camino de los éxitos del equipo en los últimos años
"17 de julio de 2014, el día de mi presentación en el Real Madrid, el día que cambió mi vida. Mi vida como futbolista pero, sobre todo, como persona. Fue el comienzo de una nueva vida en el club más grande del mundo. Hoy, después de 10 años, al final de la temporada, esta vida llega a su fin". Así fue la concisa despedida de Toni Kroos del Real Madrid. Clara y pura, como su fútbol. Escueta y con una emoción subterránea que, el último día que pisó el Bernabéu, estalló en las lágrimas inconsolables de su hija pequeña.
Toni Kroos nació en Alemania en 1990. Su madre era campeona de bádminton y su padre fue su entrenador durante largos años. Fuerza, contención emocional, disciplina rigurosa. Esas cualidades están en él y forman parte de los tópicos germánicos, pero el centrocampista blanco, no es una tuerca en un mecanismo. Es él el mismo mecanismo, el que sacude la tensión del partido, el que domina todo el frente del ataque de una manera nunca vista en la historia del fútbol. Es el Visconti del fútbol. Panorámica más zoom. Todo desde una elegancia tan exquisita que linda con la crueldad del arte puro.
Fue descubierto por el madridismo en aquella semifinal de Champions en 2014 donde el Bayern de Guardiola se presentaba como la novia oscura del Bernabéu. Durante 15 minutos terribles, Kroos comandó un ataque frontal dibujando pases de una precisión tan enfermiza que la estela esbozada en el aire del estadio quedaba unos segundos titilando antes de desaparecer. Luego, vino la estampida de Coentrao y el gol de Benzema y, todo ese trabajo de orfebre, se vino abajo. Pero ese chico rubio y algo displicente se había colado en la memoria del madridismo. Y eso es siempre el principio.
En ese verano 2014, se le abrió la puerta a Ángel di María. Un jugador argentino que parecía salido de un correccional. Regateador contumaz muy querido por el público, era capaz de ganar un título en un latigazo de locura que repetía una y otra vez. Pero Ángel no parecía sentirse del todo bien en la piel blanca, quizás porque su Argentina estaba dominada por Messi y un relato donde el Madrid era el origen del mal. Esta narración mítica cuajó en Di María, que se sintió maltratado quién sabe por qué. Y el club le enseñó la salida sin muchos miramientos. El Madrid se fijó en Toni Kroos, peleado con el Bayern, que no dudó en elegir un futuro de blanco. En su primer partido oficial, la Supercopa que enfrentaba a los dos ganadores de competiciones europeas, el Madrid ganó al Sevilla por 2 a 0.
Kroos demostró que no era precisamente ese jugador tímido y con talento, al que los primeros meses se le cae el mundo encima. Ese tipo de jugador que dejaba un detalle, un control, un gol inverosímil al mes y los espectadores ponían a trabajar su imaginación para incrustar a la nueva perla en la mitología madridista. Toni no era así. Representaba a la nueva Alemania aplastante y repeinada que, sin el peso de la culpa, se sentía de nuevo la reina de Europa. Como un Xavi Hernández mejor alimentado y sin funambulismo ni deconstrucción. Se puso en un sitio intermedio entre el mediocentro y el interior, lo que le valío para adueñarse del partido sin que el flequillo se le moviera un solo milímetro.
En ese encuentro, ya estaban todos los rasgos fundamentales de Kroos. Era un algoritmo hecho para no fallar. Recibe en el punto justo y se le da al jugador adecuado. Aunque parezca menos genial que Modric, su infalibilidad y esa manera de preveer a 3 pases del gol lo que va a suceder, le acercaba a los grandes. Kroos demostraba ser lo contrario de Di María, un jugador que tenía alucinaciones y en determinados días se comportaba como un psicótico con la pelota. Con el argentino, la victoria siempre era una posibilidad instantánea pero el dominio era imposible. Con el alemán, a la victoria se llegaría por un camino asfaltado y el dominio sería una certeza. El madridismo empezó a disfrutar inmediatamente de lo que tanto odió en el Barça. El control de la situación y de la pelota a través de una cadena de pases comandada por un señor ordenado, dueño de la posición.
El madridismo empezó a disfrutar de lo que tanto odió en el Barça. El control de la situación y de la pelota a través de una cadena de pases
Durante los primeros meses del la temporada 2014-15, el mediocampo madridista estuvo formado por Kroos, Modric, James e Isco. Sonaba como la Primavera Árabe. Fugaz amor luminoso, cercado por el odio de los fundamentalistas y el colmillo. Fueron unos tiempos de vino y rosas en los que los jugadores se pasaban el balón como si fuera un secreto inconfesable. Kroos estaba feliz y emergía de él un campo magnético que le daba textura al juego. Solía ser el mediocentro, justo en el sitio del mediocentro, y ahí se le veían sus limitaciones. De repente, era más artista que alemán, más hidalgo que caballero y no tenía mucho interés por recuperar los balones que botaban detrás de su cintura. La flexibilidad no es una cualidad que se prodigue en Alemania y Kroos es hijo de su tierra. Afortunadamente, Ramos esperaba muy cerca del mediocentro y, así, el Madrid iba pasando pantallas con una fragilidad en su mitad que su juego hipnótico parecía querer olvidar.
Pero llegó el invierno, Modric se lesionó y Kroos demostró que todavía no estaba capacitado para la profesión de mediocentro del Madrid. Del hacha y la pluma le faltaba el hacha, su autoridad estaba en el pase, pero eso es solo la mitad de lo que demanda el Real en el centro de mando. Ese año, el equipo blanco no ganó nada y el alemán supo con certeza cuál era su sitio en el equipo: interior izquierdo con modales de mediocentro y una pequeña parcela para defender hacia arriba, como aprendió en sus días de Guardiola. Al año siguiente, Casemiro se hizo definitivamente con el puesto de mediocentro y James fue expulsado de la sucesión. Y así, Zidane construyó una máquina de agua: Kroos, Casemiro y Modric, que dejarían una impronta en el club que traspasaría entrenadores, épocas y estados de ánimo.
El momento de ser una leyenda
Kroos no es rápido ni tiene regate. Tampoco es flexible y, sin embargo, siempre recibe solo y siempre tiene un metro para poner el balón donde más le plazca. ¿Cómo lo hace? A través de una cualidad única que él solo se la ha construido: su control orientado. Y, tras el control orientado, llega toda una panoplia de pases que ponen a su equipo en la antesala del gol. Casemiro controlaba los bajos fondos, Kroos extendía su dominio desde Portugal hasta los Urales y Modric abría caminos secretos para que Cristiano o Benzema se embadurnaran de gol.
Kroos es un arquetipo pintado a tiza sobre el campo, viene con la jugada hecha de casa y la despliega a la velocidad del terciopelo. Tiene aliados imposibles, como ese lateral brasileño. Marcelo y Kroos. Uno llegaba a casa impoluto y el otro pisaba todos los charcos. Sin embargo, eran amigos. Era el sitio donde se encontraban la línea clara y el apunte barroco. Andaban por ahí Isco y Varane y, cuando tenían que defender por la parte del alemán, solo les faltaba echarle rosas a los delanteros. Pero estaba Ramos y, con cuatro voces bien dadas, espantaba a los ladrones y la casa volvía al orden.
Kroos, de tan elegante, se nos desmaya un día, por eso causaba tanto placer cuando rompía líneas con la autoridad de un central antiguo y se plantaba en la frontal. Ahí se arremangaba y le pegaba un buen golpe al balón, que entraba zumbando en la portería, aunque a veces daba en el travesaño y era mucho mejor. Ese sonido erótico nos hacía despertar del ensueño.
De gesto imperturbable, cuando faltaba Kroos, el Madrid andaba descompuesto sin su ley fundamental. La última vez que falló un pase, en Indonesia se estrelló un avión en llamas. Es un mediocampista que se explica con flechas y vectores, y esa jugada majestuosa de la última Champions, donde para el tiempo, mira a Vinícius y le ordena una ejecución sumaria, está ya en la memoria de los aficionados como resumen de una época en el Madrid.
Una época que empezó a llegar a su fin en el 2022, su año de penitencia, donde se encontró agotado, rígido y Ancelotti lo cambiaba en el minuto 60 ante su cara de disgusto. Ese 4-3-3 de Casemiro, Modric y Kroos se demostró obsoleto en esa temporada. El campo les queda inmenso y brotaban los espacios para sus rivales en Europa como en una película de John Ford.
En aquel partido de ida contra el PSG, el fútbol del alemán se hizo viejo de golpe. El Madrid era un equipo de otra época que atacaba por erosión. El fútbol se proyectaba hacia una velocidad desconocida, pero en el Real Madrid las cosas seguían como siempre. Un mediocampo gélido y pausado que no quería soltar la pelota por miedo a no volver a recuperarla. Modric y Kroos parecían haberse convertido en folklore. Eran el tañido de la tradición que entona su canto circular, fuera ya de los caminos de la vida, encarnados de forma abrupta por Kylian Mbappé, que parece salido de otra dimensión, más nube de probabilidades que jugador de fútbol.
Ancelotti lo vio y dispuso sus piezas de una forma sutilmente distinta. A Kroos le encajonó definitivamente en un terreno muy pequeño, en el interior izquierdo flanqueado por Fede Valverde. Vinícius y Mendy corrían por él. A Toni solo le hacía falta su velocidad mental y ese mundo nuevo que anuncia su pie derecho. Llegó la final contra el Liverpool y Kroos volvió a su traje de siempre. Con ese algo que tiene de ir a luchar contra la oscuridad. El Madrid ganó con un gol de Vinícius que lo desencadena él al sacar el balón como quien esculpe en el vacío. Otra Champions en su peor temporada.
A partir de ahí, remontó y ha acabado con 34 años siendo, con Vinícius, el mejor jugador de un Madrid irreversible. Ganador de Champions, ganador de Liga, todos los gestos del alemán en su temporada de despedida han parecido algo legendario. Cuando dispara contra el larguero, suena como la oración en el desierto. Su autoridad llegó a otro nivel y construía sobre el silencio pequeños palacios llenos de aire y geometría. Sus córners son democráticos. Cualquier telespectador puede marcar peinando el balón con la vista. Con su genética y el sentido de la realidad de la hinchada madridista, se podría fundar la socialdemocracia perfecta.
Acabada la temporada, dijo que se iba. Y se fue. La misma precisión en sus palabras que en su juego. Esa ética de lo claro y lo sencillo la lleva el alemán dentro. Su puesto de mando quedará huérfano. Se ha ido el Visconti del fútbol. Paneo y zoom. El mejor medio de la historia de Alemania. Ya no hay más palabras, solo queda el recuerdo de sus pases.
"17 de julio de 2014, el día de mi presentación en el Real Madrid, el día que cambió mi vida. Mi vida como futbolista pero, sobre todo, como persona. Fue el comienzo de una nueva vida en el club más grande del mundo. Hoy, después de 10 años, al final de la temporada, esta vida llega a su fin". Así fue la concisa despedida de Toni Kroos del Real Madrid. Clara y pura, como su fútbol. Escueta y con una emoción subterránea que, el último día que pisó el Bernabéu, estalló en las lágrimas inconsolables de su hija pequeña.
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