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El Clásico no interesa a nadie, pero todos lo verán: un Barça-Madrid sin la nación en juego
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El Clásico no interesa a nadie, pero todos lo verán: un Barça-Madrid sin la nación en juego

Los blancos, aún vivos en Europa, llegan al Camp Nou con la intención de darle emoción al torneo. Xavi, por su parte, no quiere perder la oportunidad de ganar esta competición

Foto: Xavi saluda a Ancelotti en el partido de Copa. (EFE/Juanjo Martín)
Xavi saluda a Ancelotti en el partido de Copa. (EFE/Juanjo Martín)

En mitad de la semana se anunció el Liverpool contra el Madrid. Todo fueron malos presagios. La indefinición es el peor territorio posible para el fútbol de los blancos, lleno de espíritu y de certeza con una estructura apenas intuida. Y varios jugadores al límite del colapso físico. La prudencia susurraba que los blancos se resguardaron en su área y mataron por la banda de Vinícius. Los partidos imaginados siempre son dóciles y sencillos; se despliegan como las instrucciones de un mueble al que solo hay que montar con un poco de paciencia.

Comenzó el encuentro y el Madrid se lo tomó como una eliminatoria a partido único donde la pasividad estaba prohibida. Los comentaristas no estaban de acuerdo, como casi nunca, con la táctica exhibida por Ancelotti. Deja demasiados huecos sobre el campo, decían, el ida y vuelta es justo lo que le conviene al Liverpool, rezongaban. Y por supuesto: no tenían razón.

Parapetarse en el área y salir corriendo es una estrategia para la que conviene doble dosis de moral y triple de convencimiento. Una tensión en cada línea y en cada jugador que difícilmente se iba a dar con un resultado tan feliz en la ida. Es la forma de morir menos encantadora. Quedarse medio partido ensimismado como delante de un cuadro de batallas antiguas, y de repente, ser fulminado por una ráfaga del contrario convertido en un tornado. Y el campo sembrado de dudas tan fatales como los titubeos en una primera cita.

placeholder El Liverpool fue inferior al Madrid en toda la eliminatoria. (Reuters/Susana Vera)
El Liverpool fue inferior al Madrid en toda la eliminatoria. (Reuters/Susana Vera)

La fe en la Champions

Así salió el Madrid. Feliz y embriagado, enamorado de una competición que se abre delante de él como las aguas del Mar Rojo ante el profeta. A Modric le volvieron a salir las alas y Kroos dictó el ritmo profundo del partido sin apenas moverse de su círculo íntimo de amistad. De medio entro estuvo Camavinga, que dejó el gran detalle del partido. Cuando parecía que el encuentro se moría en un 0-0 tan alejado de la verdad como la comparecencia de un político, un pase interior -deudor de Guti- instantáneo y veraz como una línea recta que sólo conecta el principo y el fin, dejó a un Karim invisible, solo en el área. Se hizo un pequeño lío y el balón le llegó botando a Vinícius, que falló de primeras, se rehizo de forma absurdamente rápida y se la volvió a dejar a Benzema, que sólo tuvo que empujarla.

Vinícius ya es tan grande que acierta cuando falla. Su velocidad y su espíritu lo alejan del resto de delanteros y lo convierten en una categoría en sí mismo. No es posible definirlo ni dejar de mirarlo. En Europa le llueven catedrales, llenas de espacio y de luz. En España piedras con mensajes de odio garabateados con faltas de ortografía. Y a España es donde nos dirigimos ahora. Ese país donde se juega un Clásico, un Barça-Madrid, que ha aparecido de repente como un casino decrépito en medio de la nada que vivió tiempos mejores, pero se sigue anunciando con un gigantesco cartelón al que se le ha caído la letra del principio.

Un fastidio la Liga. Los árbitros sobreactúan su autoridad como Chaplin imitando a Hitler en el gran dictador. Hablan y no paran en los medios de comunicación poniendo la mano en el fuego por la honestidad de su estamento. Se ponen severos, trágicos y profundos, que es la señal española para detectar una mentira tan grande como las estrellas pintadas en la tela de la noche de las antiguas civilizaciones. El Barcelona sigue su marcha por el título, no exactamente triunfal, abonado al 1-0, pero con un mecanismo mezquino y eficaz de equipo menor. Sin embargo, es realista y saben bien que, a pesar del ruido ambiental, la ley seguirá cayendo de su parte. Eso lo sabe Xavi, lo saben los comentaristas y lo sabe el hombre del bar. Es un conocimiento automático y cachazudo que se hace carne en la furia de Gavi y en la contundencia sorda de todo el equipo, que encuentra amparo y cariño en los jueces, tan indignados como el resto de la población por el escándalo Negreira. Y que ponen la mano en el fuego (otra vez) por sus compañeros, por ellos mismos y por los jugadores del Barça que no tienen culpa de nada y a los que hay que pitar con la cortesía que se le debe a las víctimas de un embrollo que pone en duda sus éxitos. Y hasta ahí podíamos llegar.

placeholder Modric está a un gran nivel y lo demostró ante el Liverpool. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Modric está a un gran nivel y lo demostró ante el Liverpool. (EFE/Rodrigo Jiménez)

El estado de Modric

La pelota no se mancha. Eso decía Maradona en una frase enigmática y que quizás sólo entendamos cuando vemos a Modric acompañar al balón con esa serenidad que parece aprendida en la acrópolis de Atenas. En lo futbolístico, puramente futbolístico como se dice para no hablar de lo otro, de lo que quema en las páginas de sucesos, el Clásico es a la vez un libro abierto y un interrogante. Es uno de esos Barça-Madrid donde la Liga está casi decantada para los blaugranas. Uno de tantos de los últimos 15 años, llamémosle, sin ninguna acritud, la época Negreira. Si el Madrid pierde, se acabó. El resto será un paseo -o paseíllo visto el nivel- de los azulgranas por la liga de las autonomías mientras el Real se echa en brazos de la dama de Europa, convencido cada vez más de que su reino no es de este mundo.

Los ánimos del Madrid no están claros. ¿Qué es lo que piensa el equipo? ¿Qué es lo que traspira el club? Parece que una indiferencia, casi un desprecio por una competición en la que no es bienvenido, pero que el año pasado se ganó y el anterior se estuvo a una decisión arbitral -recuerden el partido ante el Sevilla y esa mano-cormorán de Militao- de ser otra liga merengue. Ciertamente en Europa el Real juega en otros términos, manejando la ansiedad de los partidos y barajando así todas las cartas ganadoras. Pero hay cuestiones tácticas, que lo alejan de la Liga y que pueden ser mortales contra el Barcelona de Ronald Araújo, el único gigante que los culés tienen sobre el césped.

El centro del campo blanco defiende tras un escaparate. Modric y Kroos son postes de la luz muy fácilmente superables y Camavinga y Fede Valverde, ambos con verdadera decisión y facilidad de robo, tienden a resguardarse en las inmediaciones del área porque saben que un duelo perdido significa una vía libre hasta los centrales merengues. Esa presión culé en zona de tres cuartos es el mayor peligro que tiene el Barcelona y la forma en los últimos tiempos contra el Madrid de convertir partidos disputados en victorias sencillas para ellos.

placeholder Carvajal tendrá que estar muy pendiente frente al Barça. (Reuters/Isabel Infantes)
Carvajal tendrá que estar muy pendiente frente al Barça. (Reuters/Isabel Infantes)

La superioridad barcelonista en los laterales. Carvajal no existe en Liga. No hay otra lectura posible. Es un jugador decadente al que la música de la Champions le enciende un motor atómico de bajo consumo. Fuera de Europa sólo es el cúmulo de defectos que siempre tuvo con las virtudes anuladas por su nerviosismo y su declive físico. Por la izquierda ya no está Alaba, lo que es una gran noticia. Un lateral aristocrático que detesta bajar a las caballerizas y mancharse de barro. Lateral izquierdo es la mejor posición de Nacho, pero, por ley, el canterano nunca juega tres grandes partidos seguidos. Y de todas formas, dejaría huérfano a Vinícius contra Araújo, hasta ahora, su única kryptonita conocida.

En la delantera los problemas del Madrid en España son conocidos hasta por los presentadores del telediario. Se resumen en un Karim Benzema extendiendo sus alas doradas para quedarse parado en el mismo sitio donde murió Raúl. Pero los blancos tienen más cosas revolviendo en sus armarios: el disparo fulgurante de Valverde, que viene y va. Ahora parece que está en una etapa introspectiva. La dulzura letal de Rodrygo, llena de un talento tan imprevisible como los ojos del Guadiana. Esos detalles que irá dejando Modric para abrir las puertas del sepulcro rival. El drum and bass de Kroos y su conexión con Vinícius al otro lado del mar.

Todo esto son palabras, pero a las nueve de la noche empezará el fútbol. En el vídeo más comentado de la semana, Pep Guardiola explicó con su habitual condescendencia, su victoria por 7-0 en Champions ante el Leipizig. Lo argumentó hasta el final, como si tuviera la llave del fútbol y cerrando el pase entre un central y un lateral estuviera el inicio de una victoria. Pero el fútbol, como cualquier experiencia humana, no se puede reducir a palabras. Comandos, transiciones, líneas de pase. Ese es un fútbol menor, teledirigido, que se queda paralizado ante la verdad, que es un reborde inexpresable y quizás por eso, a miles de años del origen de la civilización, seguimos hablando sobre nosotros, sobre el mundo, sobre como percibimos la realidad. Si todo se pudiera explicar, todo estaría agotado.

Y más allá de las palabras, están Modric, Kroos, Vinícius y Karim. Juntando un lenguaje con la pelota, como una puerta abierta a otra dimensión. A eso se sigue agarrando el madridismo. Incluso en una competición con las cartas marcadas.

En mitad de la semana se anunció el Liverpool contra el Madrid. Todo fueron malos presagios. La indefinición es el peor territorio posible para el fútbol de los blancos, lleno de espíritu y de certeza con una estructura apenas intuida. Y varios jugadores al límite del colapso físico. La prudencia susurraba que los blancos se resguardaron en su área y mataron por la banda de Vinícius. Los partidos imaginados siempre son dóciles y sencillos; se despliegan como las instrucciones de un mueble al que solo hay que montar con un poco de paciencia.

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