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No digan a Messi que hay otros mejores, se empeñará en demostrarles lo contrario
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dos goles de falta y otra maravilla

No digan a Messi que hay otros mejores, se empeñará en demostrarles lo contrario

Messi marcó dos goles de falta y fabricó otro con su fantasía habitual. Pelé dice que no es para tanto y el Balón de Oro fue para Modric, pero él no necesita hablar para contradecirle

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Michael Jordan, que era excelente todas y cada una de las veces que tocaba un balón de baloncesto, parecía todavía superior cuando a alguien se le ocurría la peregrina idea de desacreditarle. Bastaba con una voz, solo una, que le llamase viejo, o cansado, que dijese que ya no era el mismo, que igual lo que decían de él no era para tanto. O, peor todavía, que asegurase que le iba a batir. En esos días, cuando el mito estaba a prueba, sacaba la lengua, se exprimía al máximo y dejaba a los escépticos pulverizados. Las mejores notas de Jordan siempre llegaban como respuesta a las dudas. Si alguien le decía que era capaz de defenderle, lo humillaba; si una afición era especialmente fiera en su contra, él lo solventaba pasando por el parqué del pabellón como si fuese una apisonadora. Pueden preguntar en Nueva York, a ver qué les cuentan. Messi, que también es el mejor todos los días, parece reaccionar así cuando le arrebatan el Balón de Oro.

Cristiano tuvo a su hermana, rugiendo porque no le habían dado el metal. Siempre hay alguien en su entorno, cuando se le pone en duda, que se encabrita. En Messi o no hay entorno o es completamente silencioso, pero llega el siguiente partido y, como Jordan, aparece en su máxima dimensión como jugador. Y eso es tanto como decir que el fútbol se sublima y que no hay equipo rival que pueda hacer nada para detenerle. Le tocó al Espanyol esta vez pagar los platos rotos de la pomposa gala del Balón de Oro en la que el argentino quedó quinto. Un derbi, que vale doble.

Foto: Coutinho, contra el Villarrea. (EFE) Opinión

Ni siquiera necesitó un partido entero para dejar su rúbrica, le valió con una parte para sentenciar los tres puntos y dejar la sensación en el ambiente de que no hay otro como él, una realidad que todos tienen más o menos clara aunque no siempre se traduzca en ganar todos los premios. Comenzó el espectáculo con una falta, y goles de faltas hay muchos, pero tirados así muy pocos. En una posición magnífica para Messi, es cierto, una ejecución tan perfecta que parece imposible. La han visto otras veces, siempre con el máximo protagonista, un arco sublime que salva la barrera, un tiro fuera que se arrima al palo como si estuviese bailando un tango. Y un portero que, por más que lo intente, no llega. Es más bonito todavía si el guardameta no hace la estatua, y Diego López se comportó como un perfecto secundario en esta secuencia, pues hizo todo lo humanamente posible para sacarla. No lo logró, claro, porque no había opción real de hacerlo.

El segundo puede ser incluso mejor. Empecemos por el desenlace, que es en el punto en el que él no tiene parte. No estuvo mal, Dembélé se la cambia de la izquierda a la derecha y remata al palo más alejado. Muy bien, aunque no a la altura de los preliminares, que sitúan a Messi en la frontal del área deshaciéndose de jugadores en una baldosa de terreno. Hay dos cosas que destacan en él, la extrema precisión y la extrema velocidad. Las dos cualidades juntas, no solo es capaz de mover la pierna con un acierto que no le sobra una micra de distancia, o de pegarle a la pelota con la fuerza necesaria, es que además lo hace con una rapidez que casi exige la repetición para disfrutar en su justa medida lo que se acaba de ver. En el tercer gol no tuvo mucha parte, pero volvió en el cuarto para cerrar un partido memorable.

Fue, de nuevo, en una falta. Un poco menos canónica que la anterior, porque la primera de todas es la perfección hecha libre directo, pero igual de efectiva. Jugaba en el perfil contrario, en el que beneficia a los diestros, pero a él tampoco le importó demasiado. Tiró de nuevo a la perfección, combó la bola para quitarse de medio a los espanyolistas de la barrera —ya resignados a su derrotado destino— y entró por la portería sin oposición de Diego López, que ni siquiera pudo ver la trayectoria del proyectil que le iba a trepanar la red. No besó los palos, fue ligeramente por debajo de la escuadra. Fue, estéticamente, ligeramente inferior a la anterior. La diferencia, en todo caso, es de décimas, si esto del fútbol se evaluase como la gimnasia, Messi hubiese conseguido el oro y la plata del aparato de tirar faltas.

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Soccer Football - La Liga Santander - Espanyol v FC Barcelona - RCDE Stadium, Barcelona, Spain - December 8, 2018 Barcelona's Lionel Messi scores their fourth goal REUTERS Albert Gea

Sí es para tanto

La incontestable victoria fue del Barcelona, pero más que nada de Messi. Suárez estuvo bien, Dembélé muy bien, la medular constante y la defensa sin problemas, pero explicar este partido es contar que Messi fue Messi, y que cuando eso pasa el fútbol es un lugar mejor en el que todo es previsible pero no por ello deja de ser sorprendente. Que el argentino rompa un partido sin esfuerzo aparente es algo que llevamos viendo una década, es su juguete, solo suyo, y cuando se pone a tono queda poco más que asumir que esa noche si se es rival, se cena poco y se duerme mal.

Ahora, una ristra de cosas que han ocurrido esta semana y que requieren un segundo análisis después de ver a Messi caminar por Cornellá. La primera, la más obvia, no tiene que ver con el Balón de Oro sino con un señor importante al que se le calentó la boca: Pelé. Dijo el histórico brasileño que tampoco es para tanto, que solo hace una cosa bien. Y cuando dice eso, que solo hace una cosa bien, no se refiere a jugar al fútbol, con todos sus matices, sino a disparar con la izquierda. Pelé de ego desorbitado, minusvalora al genio actual como uno de esos heraldos que cuentan que cualquier tiempo pasado fue mejor. Messi, silencioso, bien podría mandarle un vídeo con el encuentro y decirle al genio que nunca es tarde para ponerse a pensar.

Foto: Messi celebra un gol con el Barcelona. (Efe)

Lo otro, por supuesto, es el engorro del Balón de Oro. Lo ha ganado Modric que, siendo un excelso futbolista, no es Messi. No lo ha ganado el argentino, como tampoco ganó la Champions ni el Mundial. Siendo precisos, no lo ha logrado porque no ha conseguido actuaciones a la altura en ninguno de esos dos torneos. Porque se puede ser el mejor, pero no estar siendo el mejor, y perdonen el trabalenguas. Si la idea es premiar al tipo que mejor es capaz de jugar al fútbol, ese es Messi; si por el contrario el premio busca al hombre que, con su genio, más lejos llevó a su equipo, la discusión cobra una perspectiva algo diferente. Siendo esto, todavía, un juego colectivo, la segunda definición igual tiene más sentidos. Y, a los amantes de la diversidad, seguro que les gusta más. En la primera no hay dudas, y no las habrá mientras siga jugando así.

En Barcelona, donde tiene rango de deidad local, no se aceptará jamás otra cosa que no sea los más altos laureles para el chico. No se acepta siquiera el debate, César o nada. Messi o la anarquía. También hay que saber querer. En todo caso, Messi, que siempre es único, en esto no es el primero. a Di Stéfano, una temporada, le arrebataron el premio porque no querían que repitiese siempre el mismo. Era el Messi de su época, un jugador que podía ser o no el mejor en una temporada, pero que sin lugar a dudas era el mejor jugador de su tiempo.

Messi es también Jordan, aunque gesticulando menos. No necesita que le recuerden nada para mostrarse temible, pero si en una de esas osan en minusvalorarles sepan que son personajes de cómic, en la siguiente viñeta el bocazas terminará burlado.

Michael Jordan, que era excelente todas y cada una de las veces que tocaba un balón de baloncesto, parecía todavía superior cuando a alguien se le ocurría la peregrina idea de desacreditarle. Bastaba con una voz, solo una, que le llamase viejo, o cansado, que dijese que ya no era el mismo, que igual lo que decían de él no era para tanto. O, peor todavía, que asegurase que le iba a batir. En esos días, cuando el mito estaba a prueba, sacaba la lengua, se exprimía al máximo y dejaba a los escépticos pulverizados. Las mejores notas de Jordan siempre llegaban como respuesta a las dudas. Si alguien le decía que era capaz de defenderle, lo humillaba; si una afición era especialmente fiera en su contra, él lo solventaba pasando por el parqué del pabellón como si fuese una apisonadora. Pueden preguntar en Nueva York, a ver qué les cuentan. Messi, que también es el mejor todos los días, parece reaccionar así cuando le arrebatan el Balón de Oro.

Leo Messi
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