La rabia contenida de Torres, el pánico de Asenjo y tres puntos de oro para el Atleti
Torres salió sin la más mínima sonrisa, cansado de ser suplente. Marcó con la templanza que le dan los años y fue por fin, el héroe en una noche en la que Asenjo vio el miedo de cara por tercera vez
Perder un derbi de una trascendencia tan grande como el de hace una semana hace daño. Un daño que no se ve a simple vista, no deja una marca, una cicatriz que se pueda disimular, sino que el problema se queda dentro, como un mal recuerdo que viene de vez en cuando a la memoria para aguar cualquier buen momento. El Atleti está tocado, desconfiado, diría incluso que hasta cansado, deseoso de que se acabe esta temporada tan lejos de ser igual de histórica que la pasada. En Villarreal jugó mal, desperdició una ingente posesión y se salvó en varias ocasiones de las intentonas amarillas. Pero ganó (0-1) como ganan los grandes estos partidos: con sufrimiento y un detallito. Como justicia dantesca, el verdugo que ejecutó la pena fue el que más está sufriendo en el infierno: Fernando Torres.
El delantero volvió para ser algo que no ha sido, y es algo similar a lo que fue en su día: un líder, un goleador. Ha jugado mucho menos de lo que la afición del Atlético, la opinión pública y el propio jugador esperaban, y si así ha sido es por decisión de Simeone, que sin duda habrá visto que el Niño no está bien. A sus 31 años ya no tiene la misma velocidad, ni el mismo aguante físico. No es el mismo que un día se vistió de rojo dejando su hogar, pero si no es igual por lo que ha perdido, tampoco lo es por lo que ha ganado, y eso es templanza, confianza en sí mismo a pesar de los palos que se ha llevado. Cuando Bailly falló, sabía lo que iba a hacer: sentar al portero y a los dos defensas antes de marcar su segundo gol en Liga.
Nunca ha sido un jugador de grandes aspavientos, ni cuando marca, ni cuando gana, ni cuando pierde. Siempre se guarda dentro de sí esos sentimientos que cualquier otro futbolista mostraría al mundo a las primeras de cambio. Una vez más, Torres fue tan frío como un glaciar cuando recorría la línea de fondo del Madrigal en espera de la felicitación de sus compañeros. Lejos, lejísimos estaba su estado de ánimo quejumbroso y sepulcral de la euforia con la que se abrazaron en el área técnica Simeone y Arda Turan. Torres había dado al Atleti tres puntos vitales por el tercer puesto, pero el gol no le supo bien. ¿Habría marcado más goles que los cinco que lleva si hubiera participado más en el juego? Quién sabe. Pero al menos la sequía le habría dolido menos.
Pero cuando los buenos no están bien, es imposible que todo salga como siempre. Arda lleva más de un mes en stand-by, sin dar aparentemente el máximo, perdido por el campo y apenas dejando buenas imágenes para vídeos de skills de YouTube. Mandzukic no ha vuelto a recuperar su gen goleador desde su pequeña lesión y ni siquiera Koke es decisivo con la pelota quieta o en movimiento. Durante los últimos partidos ha surgido Griezmann como cabecilla indiscutible, pero por primera vez en cinco partidos no vio puerta. Estuvo también difuminado entre los dos buenos centrales amarillos.
Y es que el Atleti tuvo el balón, pero no el mando. El mando lo tenían Trigueros y Pina en el mediocampo. Se encontraban en inferioridad numérica con respecto al Atlético en la parcela ancha, pero no se notó, incluso parecía que sólo estaba por allí Tiago para entorpecer el buen hacer de los dos pivotes villarrealenses. Y sin los tres cuchillos que solía tener arriba Marcelino (a saber, Giovani, Vietto y Cheryshev), fue Joel Campbell el que, como Torres, requirió a su entrenador más presencia en el césped con desparpajo y ambición.
Los gritos del que conoce el miedo
Nos dijo Sergio Asenjo en una entrevista hace pocas semanas que “aquellos dos años de lesiones no se los deseo a nadie, pero me hicieron madurar”. Pero ya ha madurado bastante, conoce lo bueno pero sobre todo se entiende con lo malo, y lo que aprendió fue que no quiere volver a cruzarse con ello jamás. Cuando saltó y volvió a la tierra con su peso sobre la rodilla derecha, se derrumbó, lloró como el niño que ha perdido su globo, sabedor de que el miedo llamaba a su puerta de nuevo, otra vez, tres veces ya.
Tenía pánico de comprobar que era verdad, que de nuevo iba a pasarse mínimo seis meses sin poder hacer lo que le gusta. Iglesias Villanueva paró el partido y los médicos fueron a consolar a un Asenjo que gritaba y gritaba y gritaba, rompiendo el corazón de todos los que estaban en el estadio y los que lo veían por la tele. Los médicos le calmaron, le pudieronponer de pie, incluso. Sergio se fue del campo por su propio pie, andando con una pequeña cojera. Las otras dos veces que se rompió el cruzado se fue en camilla, pero aun así la lesión ha vuelto.El fantasma de las navidades pasadas, al parecer, se volvióa cruzar en su camino.
Ficha técnica:
0 - Villarreal: Asenjo (Juan Carlos, m. 84); Mario, Bailly, Víctor Ruiz, Jokic; Rukavina (Moi Gómez, m. 46), Pina, Trigueros, Jaume Costa; Campbell y Gerard Moreno (Fran Sol, m.84).
1 - Atlético de Madrid: Oblak; Juanfran, Godín, Miranda, Jesús Gámez; Arda (Saúl, m. 61), Gabi (Raúl García, m. 69), Tiago, Koke; Griezmann y Mandzukic (Torres, m. 61).
Gol: 0-1. Min. 73: Torres.
Árbitro: González González (C. Castellano-Leonés). Amarilla a los visitantes Gabi (m. 41), Jesús Gámez (m. 54), Miranda (m.86) y Juanfran (m. 89).
Incidencias: Partido correspondiente a la jornada 34 de la Liga BBVA disputado en el estadio El Madrigal ante la presencia de 19.000 espectadores. Se guardó un respetuoso minuto de silencio por las víctimas del terremoto en Nepal.
Perder un derbi de una trascendencia tan grande como el de hace una semana hace daño. Un daño que no se ve a simple vista, no deja una marca, una cicatriz que se pueda disimular, sino que el problema se queda dentro, como un mal recuerdo que viene de vez en cuando a la memoria para aguar cualquier buen momento. El Atleti está tocado, desconfiado, diría incluso que hasta cansado, deseoso de que se acabe esta temporada tan lejos de ser igual de histórica que la pasada. En Villarreal jugó mal, desperdició una ingente posesión y se salvó en varias ocasiones de las intentonas amarillas. Pero ganó (0-1) como ganan los grandes estos partidos: con sufrimiento y un detallito. Como justicia dantesca, el verdugo que ejecutó la pena fue el que más está sufriendo en el infierno: Fernando Torres.