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Los ultras y la ley de la grada: "Si hay que morir en combate, pues se muere"
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Los ultras y la ley de la grada: "Si hay que morir en combate, pues se muere"

“Si hay que morir en combate, se muere”. Lo dice un aficionado que durante un año perteneció a un grupo ultra. Así piensan los violentos que manchan el fútbol

Foto: En la imagen, efectivos de la Policía Nacional que conducen a uno de los quince detenidos en la reyerta producida en Madrid Río (EFE)
En la imagen, efectivos de la Policía Nacional que conducen a uno de los quince detenidos en la reyerta producida en Madrid Río (EFE)

La ley del fútbol. Un mundo con muchas aristas y muchos recovecos. Una nueva muerte ha teñido de rojo el deporte rey en España. Una muerte que no se pudo evitar porque esta vez las fuerzas de seguridad fueron regateadas por los radicales, unos tipos que viven de la violencia y que encuentran en el fútbol un amplio lugar en el que desarrollar sus actividades delictivas. Porque hablamos de delincuentes en toda regla, como pudo comprobarse este pasado domingo a unos metros del Vicente Calderón. Decenas de individuos que se citaron a primera hora de la mañana para intercambiar golpes. El partido que se disputó horas después era lo de menos… Así es la vida de un ultra en el mundo fútbol, en el que diferentes claves marcan un problema pendiente de resolver. Un territorio convulsionado por el fallecimiento de un aficionado del Deportivo que ha puesto de manifiesto que todavía hay muchas grietas que tapar. “Si hay que morir en combate, se muere”, comenta a El Confidencial un aficionado que estuvo afiliado a una peña ultra hace tiempo –por razones obvias se mantiene en el anonimato–, y pone de manifiesto cómo funciona el cerebro de estos individuos.

Elección de una ideología política. Hacia un lado o hacia otro. Es el punto de arranque, el nacimiento, para un ultra en el mundo del fútbol. A partir de ahí, se van alistando en la peña en cuestión personajes cercanos a ese pensamiento, al mismo tiempo que se pone en marcha la guerra con las peñas que apuestan por otra ideología diferente. “No hay un retrato robot, un trastorno que se dé en todos los ultras”, explica Patricia Ramírez, prestigiosa psicóloga deportiva, a este periódico, recalcando que “estas conductas violentas pueden llegar por la vía de la planificación o por la de un impulso; en este caso concreto, hablamos del primero porque todo estaba perfectamente planificado”.

Da igual la edad y el estrato social. Los grupos ultras están formados por individuos de cualquier edad y condición. Pueden compartir las mismas ideas un periodista que un albañil o un parado. Un joven de 20 años y una persona madura cercana a los 60. “Podemos hablar de un perfil en el que todos se sienten identificados, hay unos rasgos comunes. Personas agresivas, extremistas, con problemas de autocontrol… Esto pasa en el deporte y en cualquier otro ámbito”, comenta Patricia Ramírez.

La violencia como primer mandamiento. “Si hay que morir en combate, se muere”. Lo dice un ex ultra –el club es lo menos relevante– para exponer lo que piensan los radicales que se han instalado en el mundo del fútbol. La violencia forma parte de la personalidad de estos tipos, que no tienen problemas, literalmente, para quedar con aficionados de otra ideología y colores para matarse, como así sucedió en la ribera del Manzanares. En muchas gradas no es complicado ver cómo un exaltado se enfrenta a un seguidor de su propio equipo. A veces con arma blanca en mano. El miedo se instala en determinadas zonas de cualquier estadio y mirar hacia otro lado es habitualmente la actitud de los aficionados sanos. “No te metas con ese o lo pagas”, suele ser la frase de aviso a los que amagan con denunciar una situación.

Delincuentes en las gradas. “Claro que hay delincuentes” –es el caso de Jimmy–, comenta el ultra que recuerda su paso por la grada de la que salió corriendo muy pronto al ver cómo funcionaban las cosas. Las fuerzas de seguridad tienen fichados perfectamente a los violentos. Un buen número de álbumes con las fichas de decenas de ellos están en poder de la Brigada de Información. Cuando se produce un hecho como el del pasado domingo, no hace falta fichar a muchos de los detenidos porque ya lo fueron en el pasado. La Unidad Central Operativa (UCO) cuenta con cámaras en los estadios con las que controlan cualquier incidente que se produzca y que, de manera instantánea, captan el rostro del violento de turno. “He vuelto a ver en el estadio a implicados en casos muy graves”, recalca el anónimo aficionado, para resaltar que queda mucho trabajo por hacer.

Financiados por clubes y futbolistas. En España estos grupos de violentos no mandan tanto como en Argentina, donde en algunos casos hasta meten mano en las alineaciones de su equipo, pero tienen su cuota de poder. Muchos clubes llevan años financiando a estas peñas, ‘ayudando’ a pagar sus desplazamientos o lo que se tercie. Esta práctica que se extiende en el caso de algunos futbolistas, que prefieren no tener guerras con ellas y evitar que los silbidos protagonicen sus actuaciones. Los mandatarios sometidos por los ultras no tienen problemas en pagar los viajes cuando el equipo juega fuera de casa o aceptar cualquier petición que les haga llegar el grupo en cuestión. “Yo me afilié porque los viajes eran más baratos si pertenecías a esa peña”, apunta el ultra, recordando “un viaje al extranjero que costaba 100.000 euros y en el que sólo pagamos 10.000”.

Guerras por el poder. Los Ultras Sur, desterrados por Florentino Pérez, vivieron meses de una gran convulsión por las luchas internas por hacerse con el poder. Estas cosas suelen suceder en muchas peñas de ultras, en las que se mueven hilos sostenidos por mensajes violentos para llegar a ser el líder dominante del grupo. “Te meten una cuchillada en cero coma cero…”, apunta a El Confidencial el aficionado, que ahora disfruta del fútbol junto a su hijo, pero que en su momento vivió en directo cómo se sucedían las peleas –hasta físicas– para tomar el control de la peña… y de todo el dinero que se movía.

Territorio conquistado. Algunos estadios son considerados así por los ultras, que entran y salen a cualquier hora y con total tranquilidad. Muchos dirigentes hacen la vista gorda y ceden un espacio a los más radicales para que se convierta prácticamente en su sede en el interior del coliseo de turno. Allí guardan todo el material necesario para realizar pancartas o tifos. También, en algunos casos, ese reducto se convierte en algo así como un territorio conquistado, donde estos seguidores quedan hasta para disfrutar del botellón de turno.

Drogas y alcohol para funcionar. “El alcohol desinhibe al individuo y potencia una conducta más violenta”, comenta Patricia Ramírez para resaltar otro de los aspectos que tienen en común los violentos, subrayando que “no hace falta ser agresivo ni violento” como individuo para acabar formando parte de un grupo radical. La mayoría de ellos tienen en el alcohol y las drogas la gasolina para ejecutar sus acciones. Antes de los partidos –o de quedar para pegarse, como pasó esta vez–, algunos bares se convierten en el lugar de reunión de los radicales. Cuando entran en el estadio, lo hacen cargados de alcohol y muchas veces drogados. Una vez dentro, la violencia se multiplica a medida que siguen consumiendo. “Una vez nos dimos de hostias con aficionados del Valencia y acabamos tomando whiskies con ellos”, recuerda el aficionado, que durante un año convivió muy cerca de los malos.

La ley del fútbol. Un mundo con muchas aristas y muchos recovecos. Una nueva muerte ha teñido de rojo el deporte rey en España. Una muerte que no se pudo evitar porque esta vez las fuerzas de seguridad fueron regateadas por los radicales, unos tipos que viven de la violencia y que encuentran en el fútbol un amplio lugar en el que desarrollar sus actividades delictivas. Porque hablamos de delincuentes en toda regla, como pudo comprobarse este pasado domingo a unos metros del Vicente Calderón. Decenas de individuos que se citaron a primera hora de la mañana para intercambiar golpes. El partido que se disputó horas después era lo de menos… Así es la vida de un ultra en el mundo fútbol, en el que diferentes claves marcan un problema pendiente de resolver. Un territorio convulsionado por el fallecimiento de un aficionado del Deportivo que ha puesto de manifiesto que todavía hay muchas grietas que tapar. “Si hay que morir en combate, se muere”, comenta a El Confidencial un aficionado que estuvo afiliado a una peña ultra hace tiempo –por razones obvias se mantiene en el anonimato–, y pone de manifiesto cómo funciona el cerebro de estos individuos.

Miguel Ángel Gil Marín
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