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La mala planificación y la crisis institucional se llevan por delante a un Betis de Segunda
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se confirma su descenso a tres jornadas del final

La mala planificación y la crisis institucional se llevan por delante a un Betis de Segunda

El Betis confirma su descenso a Segunda a tres jornadas del final en la crónica de una muerte deportiva que se veía venir desde hace tiempo

Foto: Los jugadores del Betis durante el partido ante la Real Sociedad. (Cordon Press)
Los jugadores del Betis durante el partido ante la Real Sociedad. (Cordon Press)

Esta es la crónica de una muerte anunciada. Faltaba la confirmación oficial. Un hecho que quedó constatado antes de que el Betis saltara al verde del Benito Villamarín para disputar un intrascendente choque ante la Real Sociedad que acabó con una nueva derrota (0-1). Unas horas antes, la victoria del Getafe sobre el Málaga (1-0) dejaba sin opciones matemáticas de salvar la categoría y certificaba un descenso que se antojaba cuestión de tiempo. Meses de agonía que, por desgracia para los intereses béticos, tocaron a su fin tres jornadas antes de que terminara de la temporada. El sábado, el descontento de la parroquia bética sólo se contuvo para respetar el minuto de silencio en memoria de Tito Vilanova. Tras el emotivo recuerdo al exentrenador del Barcelona, buena parte de la semivacía grada de la plaza sevillana quiso evidenciar su descontento con un conjunto funesto, sin ambición, que vive en la amargura y a quien le aguarda la complicada papeleta de afrontar tres partidos (Almería, Valladolid y Osasuna) sin nada en juego.

Ya antes del partido ante la Real, una pancarta en los inmediaciones del estadio sevillano, un coso inacabado, símbolo del desbarajuste político y financiero reinante en el fútbol patrio durante las últimas décadas, donde se podía leer "se buscan jugadores a la altura de este escudo" avisaba del merecido e inevitable rapapolvo. Durante el partido, los pitos se mezclaban con algunas lágrimas y aplausos llenos de pena y desolación. Al desastroso recorrido del equipo sobre el césped, se le suma una caótica situación institucional. Una inestabilidad y un vacío de poder que representan el origen de todos los males que han influido en el incontestable desplome del club.

En enero, su por entonces presidente, Miguel Guillén, confirmaba la salida del consejo de José Antonio Bosch, administrador judicial del paquete mayoritario de acciones perteneciente a Manuel Ruiz de Lopera. Una parte del pastel embargada por la justicia mientras se resuelve el proceso contra Lopera por un presunto delito societario a la hora de gestionar el club. El consejo bético reprobó a Bosch al cerciorarse de que su bufete de abogados llevó a cabo lucrativos negocios con proveedores del club. La juez Mercedes Alaya, bética de pro y encargada de instruir el proceso, nombró a Francisco Estepa tras la petición de cese de Bosch.

En medio de la película aparece Luis Oliver, el que fuera presidente del Xerez, para adquirir 51 por ciento de las acciones de la entidad, todas de titularidad de Lopera, por un valor aproximado de 16 millones de euros. Con esta situación, a finales de marzo, en la primera reunión del nuevo Consejo de Administración del Betis designado en la Junta General extraordinaria, Manuel Dominguez fue designado como nuevo presidente en sustitución de Miguel Guillén. Mientras que Fernando Casas Pascual, al que muchos señalaban como posible sucesor de Guillén, se quedaba como vicepresidente.

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En el aspecto futbolístico, la plantilla, al igual que los dirigentes, no estuvo a la altura. Las últimas cinco derrotas seguidas (Málaga, Barcelona, Sevilla, Rayo y Real Sociedad) amplían el record negativo de los verdiblancos al acumular veintitrés derrotas, once en casa y doce fuera, en una misma temporada, superando las 19 cosechadas en la 87/88 y la 90/91. Curiosamente, en la primera evitaron el descenso pero en la segunda no pudieron y fueron a parar al pozo de Segunda. Para ahondar más en el deshaucio deportivo que asola al cuadro verdiblanco, decir que en los 35 partidos disputados hasta la fecha el Betis suma 22 puntos hasta el momento merced a cinco victorias y siete empates.

Esta nefasta estadística pone el colofón a una desastrosa temporada donde los verdiblancos han llegado a tener hasta tres técnicos distintos: Pepe Mel, durante las primeras quince jornadas, Juan Carlos Garrido, en las cinco siguientes, y el actual, el argentino Gabriel Humberto Calderón, que acumula quince partidos al frente del banquillo. Con Mel, quien tras abandonar Sevilla entre lágrimas de rabia e indignación por el trato recibido consiguió trabajo en el West Bromwich Albion de la Premier, el equipo del barrio de Heliópolis perdió nueve partidos, empató cuatro y ganó dos, con lo que el equipo sumó diez puntos en quince encuentros. Garrido sólo fue capaz de arañar un punto en cinco partidos. Con Calderón la tendencia descendente siguió inalterable como acredita el balance de diez derrotas, dos empates y tres triunfos en 15 partidos.

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Las últimas semanas sólo han servido para corroborar el fallecimiento futbolístico de un equipo sin alma, timorato, que se ha ido diluyendo de forma irremediable cual azucarillo. El pasado Domingo de Ramos, el Villamarín acogía el cuarto derbi sevillano del curso. Sobre el césped, el penalti sobre Bacca y la posterior expulsión de Juan Carlos Pérez condicionó un duelo falto de la pasión que se le presupone a la eterna rivalidad entre los dos equipos sevillanos. Momento para acordarse de las decisiones arbitrales, ésas que, sin incidir de forma decisiva en la previsible debacle verdiblanca, han tratado de enmascarar, sin éxito, una triste realidad. "Hoy el equipo no me pareció más agresivo de lo normal. Salió a ganar el partido y el árbitro se encargó en el primer minuto de pararnos las ganas de ganar", comentó sin morderse la lengua Calderón en aquella ocasión.

La semana siguiente, en lugar de la resurrección que invocaba el calendario católico, llegó la puntilla en Vallecas. Paulao regaló un gol a Rochina para minutos después despejar un centro a su propia portería. Un horror que duró 32 minutos. La presión se apoderó de él y un río de lágrimas brotó de sus ojos de forma desconsolada. El jugador, hundido, pidió el cambio, a pesar del apoyo de los rivales y de la grada del Estadio de Vallecas “para no perjudicar al equipo”. Tras una semana convulsa y repleta de ruido, el técnico optó por no incluirle en la convocatoria en el último partido. No era la primera ocasión en la que el central brasileño rompía a llorar. Ya lo hizo después de ser expulsado en el partido de ida ante el Sevilla (4-0) disputado en el Pizjuán. Ello, unido a los insultos racistas proferidos por el sector radical del sevillismo dio pie a unas lágrimas que aunaban rabia y tristeza a partes iguales. Resultado de la pesadilla en el coso madrileño, el Betis ya no dependía de sí mismo para seguir en Primera. 10 puntos por debajo del alambre con 12 por disputar dibujaban un escenario tétrico.

Contra todo pronóstico, y con un componente de épica importante, los sevillanos, moribundos en Liga, se afanaron y lucharon infatigablemente en la Europa League. Una competición que lastró físicamente y condenó más si cabe a un plantel diseñado para luchar por cotas menos exigentes. Un caramelo envenenado al que tuvo acceso por méritos propios. El pasado curso, en una segunda vuelta plagada de altibajos, el apoteósico derbi ante el Sevilla, donde lograron empatar un 0-3 en contra, dio alas a los béticos, que consiguieron sumar los últimos siete puntos en juego para certificar su billete europeo después de siete años. Una séptima plaza que les permitía acabar por delante del eterno rival (noveno) por primera vez en ocho años. Caprichos del destino, fueron sus vecinos quienes, gracias al error de Nono en la tanda de penaltis, les apearon en los octavos de final de la segunda competición continental en una emparejamiento inédito hasta la fecha.

Un hecho que se ha venido repitiendo en varias ocasiones durante los últimos tiempos. En 2012, en Villarreal, tras doce años consecutivos en la máxima categoría, un cabezazo de Falcao en El Madrigal cercenaba las aspiraciones de salvación de los castellonenses y les mandaba a Segunda. Se trató de un curso para olvidar que arrancó con la estrepitosa eliminación en la primera fase de la Champions. Manchester City, Nápoles y Bayern de Múnich fueron un escollo difícil de sortear para un equipo en caída libre. El mismo equipo que en 2006, en su estreno en la máxima competición continental, se quedara a las puertas de la final tras caer eliminado ante el Arsenal, se fue difuminando sin remedio. Coincidencias o no, al igual que en el caso del Betis, hasta tres entrenadores (Garrido, Molina y Lotina) trataron en vano de enderezar el rumbo de una nave condenada al fracaso.

También perdió la categoría el Celta en la 2003/2004 tras jugar la Champions, donde cayó ante el Arsenal en segunda ronda. Radomir Antic se bajó del barco antes de que se constatara el desastre, en lo que fue el epílogo de un lustro (1999-2004) plagado de éxitos que dio paso a una era ominosa en Balaídos. Algo similar ocurrió con el Atlético de Madrid. Antes de que iniciara su bienio en el infierno, los rojiblancos alcanzaron la final de la Copa del Rey donde cayeron ante el Espanyol.

"Recordemos las situación del Betis cuando yo vine aquí y las condiciones en las que vine. Vine a dar la cara. Si se confirma que no pude colaborar para salir adelante, pues va a ser triste. Si no soy capaz de hacerlo la tristeza para mí es enorme”. Las palabras del todavía técnico del Betis en la previa del encuentro ante la Real Sociedad fueron esclarecedoras. Al margen de sueños y carambolas poco probables, las opciones de salvación eran mínimas y el descenso era cuestión de tiempo. El 31 de mayo de 2009, en la última jornada del curso, el Betis empataba en casa frente al Valladolid (1-1) y, tras ocho temporadas consecutivas en Primera, descendía por undécima vez en su historia a la categoría de plata del fútbol español. Por desgracia, tres años después, el beticismo deberá seguir derrochando su duende, su simpatía, su humor, su 'musho' Betis y su histórico 'manquepierda' por los campos de Segunda División.

Esta es la crónica de una muerte anunciada. Faltaba la confirmación oficial. Un hecho que quedó constatado antes de que el Betis saltara al verde del Benito Villamarín para disputar un intrascendente choque ante la Real Sociedad que acabó con una nueva derrota (0-1). Unas horas antes, la victoria del Getafe sobre el Málaga (1-0) dejaba sin opciones matemáticas de salvar la categoría y certificaba un descenso que se antojaba cuestión de tiempo. Meses de agonía que, por desgracia para los intereses béticos, tocaron a su fin tres jornadas antes de que terminara de la temporada. El sábado, el descontento de la parroquia bética sólo se contuvo para respetar el minuto de silencio en memoria de Tito Vilanova. Tras el emotivo recuerdo al exentrenador del Barcelona, buena parte de la semivacía grada de la plaza sevillana quiso evidenciar su descontento con un conjunto funesto, sin ambición, que vive en la amargura y a quien le aguarda la complicada papeleta de afrontar tres partidos (Almería, Valladolid y Osasuna) sin nada en juego.

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