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Martino se limita a justificar mientras su Barça se desmorona sobre el césped
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el equipo no tiene capacidad de reacción

Martino se limita a justificar mientras su Barça se desmorona sobre el césped

Con la parte decisiva del curso a la vuelta de la esquina, la segunda derrota liguera consecutiva fuera de casa sigue alimentando la crisis del equipo

Foto: El Tata Martino durante la vista del Barcelona al Nuevo Zorrilla. (Reuters)
El Tata Martino durante la vista del Barcelona al Nuevo Zorrilla. (Reuters)

Hace tiempo que la apatía se ha apoderado de un Barcelona irreconocible. El inesperado traspiés ante el Valladolid (0-1) en el Nuevo Zorrilla fue la última muestra de una tendencia inquietante a las puertas de la fase decisiva del curso. Igual que ocurriera en San Mamés, en el Amsterdam Arena o en Anoeta, los jugadores catalanes emanaban una mezcla de desidia e impotencia que les atoraba y dejaba sin ideas. Mediocre por momentos, el cuadro azulgrana dista mucho de aquel equipo que apabullaba y zarandeaba a los rivales con un fútbol de fantasía. En un año de por sí complejo por todos los asuntos extradeportivos que acaparan el foco y distraen la atención, el sonrojo sobre el verde multiplica el estado de crispación que domina el ambiente. Cuando peor van las cosas, no hay ni rastro de la balsa de aceite que, al menos de cara a la galería, había caracterizado a la entidad barcelonista hasta no hace mucho.

No perdía el Barcelona dos encuentros ligueros de manera consecutiva fuera de casa desde mayo de 2008, con Rijkaard en el banquillo. Ni la posesión del balón, santo y seña de su ADN, garantiza ya el éxito. Ante el Valladolid, el contundente 75% de posesión no cristalizó en ocasiones claras de gol. Hasta el punto de que el meta Mariño pareció ser un mero testigo del encuentro. La fluidez en la circulación se ralentiza y el esférico cambia de pies con desgana, como si estuviera anestesiado. Un hecho que minimiza el margen para atemorizar y causar estragos en los rivales, quienes optan por esperar su oportunidad agazapados o, en vista de la pasividad exhibida en ciertos compases, venirse arriba, castigando la zozobra ajena.

Es como si los adversarios no sintieran ese canguelo que les hacía estar más pendientes de no llevarse un saco de goles a casa antes de agotar sus opciones. Juegan de tú a tú y tratan de hacer valer sus cartas. Algunos con maestría. "A medida que pasaron los minutos nos ganó la impotencia", reflexionaba el Tata al término del encuentro frente al Valladolid. Una incapacidad para reaccionar ante la adversidad que les condena a un desierto de juego y resultados. En este sentido, la hemeroteca no engaña y pone de manifiesto que el equipo azulgrana es reincidente. Los partidos ante Athletic (1-0), Valencia (2-3), Levante (1-1) o Real Sociedad (1-3) son buena muestra de ello.

En días grises como el de Anoeta, la coartada de las famosas rotaciones se convertía en un argumento de paso para enmascarar una falta de actitud palpable. Aquel día, todas las miradas se centraron en la controvertida decisión de salir de inicio con varios suplentes, sin importar demasiado el esquema habitual. Sin embargo, en Valladolid no se pudo achacar el mal juego a los juegos del Tata con el once. Con una de las alineaciones de gala, sus pupilos cuajaron otra actuación desconcertante, impropia de su caché. Tras irse al descanso con un marcador desfavorable por primera vez en las 27 jornadas disputadas, y con 73 minutos para remontar desde que Fausto Rossi marcara, no hubo manera. La desesperación volvió a adueñarse de unos jugadores que no dudaron en pagar parte de sus frustraciones (Xavi y Pedro) con el estado del césped.

Acostumbrado a campar a sus anchas sobre el campo, el Barcelona se bloquea cuando le vienen mal dadas. Se vuelve vulnerable y pierde la fe un equipo que durante los últimos años ha vivido afincado en la nube del triunfo, saboreando diariamente los merecidos halagos de medio mundo. A diferencia de lo ocurrió en las visitas a Getafe (2-5) o Sevilla (1-4), con Pedro y Messi tirando del carro y asumiendo responsabilidades para remontar, ya ni los arranques de orgullo del elenco de estrellas que conforma la plantilla consigue sacar las castañas del fuego. En defensa, las lagunas a balón parado se han convertido en un auténtico quebradero de cabeza: 8 de los 22 encajados por los culés en la Liga han llegado de saques de esquina. El que más se le acerca es el Málaga con cinco. Una fragilidad defensiva agravada por la falta de concentración, alarmante en un conjunto de su categoría.

Desde la banda, el director de orquesta se contagia del espíritu fatalista y da la sensación de perder el control de la nave de forma irremediable. En el centro de la diana desde que aterrizó en la Ciudad Condal, al Tata, como no podía ser de otra manera, le corresponde una parte importante de culpa en el drama que achucha a una plantilla titubeante, carente de la rotundidad y la confianza que desprendía un fútbol que enamoraba. La dialéctica y el gesto pausado del técnico rosarino no pueden ocultar la angustia que le invaden. Una verborrea que busca más la autocomplacencia y la justificación pública de hechos del todo injustificables que atajar de raíz los males que atormentan al equipo.

"En todos los partido debemos salir con más intensidad, con más ganas, adelantarnos en el marcador y, a partir de ahí, hacer nuestro juego", explicaba en la sala de prensa del Nuevo Zorrilla. En vista de los acontecimientos, lo difícil es ponerlo en práctica. Mientras el técnico sigue bebiendo agua y camina con las manos en los bolsillos por la banda, el equipo sufre y requiere un cambio de actitud radical para voltear una situación que se complica con la parte decisiva del curso a la vuelta de la esquina. Todo, el día que Pep Guardiola igualaba con el Bayern el record de 16 victorias ligueras seguidas logradas con el Barça en la temporada 2010-2011.

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"Hay que pensar en el miércoles. Es un paso atrás para la Liga", comentaba Xavi. El miércoles llega el City al Camp Nou para disputar la vuelta de los octavos de final de Champions. Pese al 0-2 cosechado en el Etihad Stadium, los de Pellegrini acudirán a la cita con el colmillo afilado sabedores de las dudas que ahogan al equipo. En Liga, aunque el Real Madrid pueda colocarse con cuatro puntos de ventaja si supera al Levante, distancia nada desdeñable a estas alturas de la competición, la verdadera reválida llegará el domingo 23 (21.00), cuando los culés visiten el Santiago Bernebéu con la opción de despedirse definitivamente del título.

Sonrojo en una ciudad llena de buenos recuerdos

Caprichos del destino, el último esperpento aconteció en una plaza que evoca grandes recuerdos para el barcelonismo. La más famosa tuvo lugar en la lejana temporada 84/85. A pesar de la marcha de Maradona y la llegada al banquillo de un joven e inexperto Terry Venables, el Barcelona se plantaba en Valladolid con la opción de sentenciar matemáticamente el título en la jornada 30. Sólo valía el triunfo. Con los Alexanko, Lobo Carrasco, Víctor Muñoz y compañía liderando el marcador por 1-2, el colegiado señaló penalti a favor de los locales en el minuto 88. ‘Mágico’ González, autor del gol pucelano, se dispuso a lanzar la pena máxima rebosante de confianza. Pero entonces emergió la figura de Javier ‘Urruti’ para atajar el lanzamiento gracias a una estirada felina. Aquella mágica parada otorgó el primer título de Liga para el Barcelona tras once años de sequía (73/74) y nos dejó para la historia el mítico "Urruti t'estimo” que exclamara el periodista Joaquim María Puyal, por entonces voz de 'Catalunya Radio'.

Pero no fue la única. Corría el 20 de diciembre en 1998 cuando un gol de Xavi Hernández daba la victoria por la mínima al Barcelona. Tras cuatro derrotas consecutivas y con Van Gaal en la cuerda floja, el triunfo supuso un punto de inflexión en el devenir de la temporada. Los culés remontaron el vuelo hasta hacerse con el segundo título de Liga. Menos de un año después, el 2 de octubre de 1999, Carles Puyol, el eterno capitán que esta misma semana anunciaba su marcha del club a final de temporada, se estrenaba con la casaca azulgrana en Valladolid con un triunfo por 0-2.

El pasado sábado, ni los nombres ni la historia sirvieron para evitar un haraquiri que volvió a abrir en canal las vergüenzas de un Barcelona que acabó derramando sangre a borbotones sobre el césped. Con el triunfo del Atlético en Vigo (0-2), el Barça se fue a la cama tercero, algo que no acontecía desde la novena jornada de la temporada 2011-12, cuando los catalanes figuraban en la tabla por detrás de Levante y Real Madrid. Además, la segunda derrota consecutiva fuera de casa (cuarta en Liga y quinta en lo que va de campaña) y la posibilidad de haber dinamitado gran parte de sus opciones en la la competición doméstica, dibujan un panorama desolador. Una hemorragia a todos los niveles que debe ser frenada antes de que sea demasiado tarde.

Hace tiempo que la apatía se ha apoderado de un Barcelona irreconocible. El inesperado traspiés ante el Valladolid (0-1) en el Nuevo Zorrilla fue la última muestra de una tendencia inquietante a las puertas de la fase decisiva del curso. Igual que ocurriera en San Mamés, en el Amsterdam Arena o en Anoeta, los jugadores catalanes emanaban una mezcla de desidia e impotencia que les atoraba y dejaba sin ideas. Mediocre por momentos, el cuadro azulgrana dista mucho de aquel equipo que apabullaba y zarandeaba a los rivales con un fútbol de fantasía. En un año de por sí complejo por todos los asuntos extradeportivos que acaparan el foco y distraen la atención, el sonrojo sobre el verde multiplica el estado de crispación que domina el ambiente. Cuando peor van las cosas, no hay ni rastro de la balsa de aceite que, al menos de cara a la galería, había caracterizado a la entidad barcelonista hasta no hace mucho.

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