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La afición se entrega como nunca a la causa madridista de acabar con la hegemonía culé
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CENTRARON SU IRA EN EL TRÍO ARBITRAL

La afición se entrega como nunca a la causa madridista de acabar con la hegemonía culé

Si por un momento alguien pensó que la Supercopa iba a ser un trofeo descafeinado por culpa de las fechas veraniegas, se equivocó de principio a

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La afición se entrega como nunca a la causa madridista de acabar con la hegemonía culé

Si por un momento alguien pensó que la Supercopa iba a ser un trofeo descafeinado por culpa de las fechas veraniegas, se equivocó de principio a fin. Un Madrid desierto por la evasión de sus habitantes buscando el placer de la playa, de la montaña o de un lugar exótico se transformó radicalmente. La Castellana recibía con los brazos abiertos a miles de madridistas, unos cuantos culés y algún despistado que no parecía estar contento con la próxima visita del Papa. De todo hay en la viña del Señor, nunca mejor dicho.

Un clásico siempre mueve masas. Con la mayoría de los socios perdidos en sus destinos veraniegos, la Supercopa se convirtió en la mejor opción para los no habituales de ver fútbol. Y de nivel. Los madridistas, que lucían un moreno resaltado aún más por la camiseta de su equipo, no se querían perder ni un solo detalle. Dieron una cálida bienvenida a los de Mourinho que llegaron al campo con una hora y media de antelación pero no fueron tan cariñosos cuando treinta minutos más tarde apareció el Barça. Los culés llegaron al Bernabéu en dos autobuses, uno de ellos con una luna rota. Y en medio de la algarabía blanca apareció un coche rojo que circulaba despacio, como queriendo saborear cada segundo. Al volante, Esteban Granero. Casi nadie reparó en que uno de sus ídolos estaba tan cerca.

En el Santiago Bernabéu flotaba el optimismo y las ganas de ver a su equipo por encima del Barça. Cambio de ciclo lo llaman. El objetivo estaba claro: querían ver cambiar la suerte del Barça en Concha Espina y la afición se entregó a la causa. En las gradas las camisetas blancas se mezclaban con las de Portugal en un gesto evidente de amor profundo del madridismo a su entrenador mientras se regaba el césped. El coliseo blanco sólo se calló cuando se guardó un minuto de silencio por Idoia Santamaría, hija de del directivo madridista Gumersindo Santamaría. Ni siquiera la superioridad momentánea del Barça en el marcador pudo con las gargantas de los más de 80.000 aficionados que llenaban las gradas. La sintonía era tal que la afición jaleaba hasta los saques de esquina o el pase de Mourinho a Ramos desde la zona técnica. Casillas tenía menos trabajo que Valdés y, probablemente, eso le llevó a estar más disperso de lo habitual en el gol de Villa pero los aficionados que campan en el fondo sur del estadio se encargaron de dibujarle una sonrisa al recordarle con su cánticos que es un grande.

Antes de ir al descanso, Messi dio un revés al madridismo. Los blancos eran superiores pero el marcador no lo corroboraba. El rugido de la afición se diluyó pero Xabi se encargó de revivirlo y viendo que sus jugadores estaban enchufados las miras se volvieron hacia el rival y hacia Teixeira al que en el descanso le tuvieron que doler los oídos por la pitada que se llevó. Hubo recados para los culés y para Shakira cuando Piqué saltó al campo. Se trataba de amedrentar al equipo de Pep como fuera incluso recordando a los que ya no están: la grada coreó el nombre de Raúl cuando Guardiola dio descanso a Villa. Pero si hay un jugador que no cae bien en Concha Espina es Alves. El brasileño recibió insultos y pitidos por doquier y de una acción suya se derivó la tangana del partido. El enfrentamiento entre madridistas y barcelonistas sacó viejas rencillas y se vio como Ramos e Iniesta o Xabi y Abidal tenían sus más y sus menos. El buen rollo de los internacionales españoles se pone en entredicho.

Mientras tanto los jugadores de uno y otro equipo se afanaban por romper las tablas del marcador y Teixeira cavaba su propia tumba en el Bernabéu al no pitar un penalti de Valdés a Cristiano que no cesaba en su empeño por meter el balón en las redes que defendíaValdés. El estadio temblaba y Mourinho no se creía lo que sus ojos veían. El Real Madrid era el que más necesitaba reforzarse en la historia de los Madrid-Barça y tras la primera toma de contacto de esta temporada, lo consiguió y con creces. Los aficionados blancos vuelven a soñar y su equipo, despedido con una gran ovación, les da razones para ello sin olvidar quién es el rival que tienen en frente. El miércoles el Camp Nou decidirá. Para la afición el atracón de clásicos de este año nunca es suficiente. En eso consiste la magia del fútbol.

Si por un momento alguien pensó que la Supercopa iba a ser un trofeo descafeinado por culpa de las fechas veraniegas, se equivocó de principio a fin. Un Madrid desierto por la evasión de sus habitantes buscando el placer de la playa, de la montaña o de un lugar exótico se transformó radicalmente. La Castellana recibía con los brazos abiertos a miles de madridistas, unos cuantos culés y algún despistado que no parecía estar contento con la próxima visita del Papa. De todo hay en la viña del Señor, nunca mejor dicho.