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Sevilla-Betis: partes de guerra
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UNA CIUDAD DIVIDIDA POR EL ROJO Y EL VERDE

Sevilla-Betis: partes de guerra

Muchos ponen la mano en el fuego y no se queman cuando aseguran que, al margen del superclásico Real Madrid-Barcelona, un Sevilla-Betis es algo más que un

Foto: Sevilla-Betis: partes de guerra
Sevilla-Betis: partes de guerra

Muchos ponen la mano en el fuego y no se queman cuando aseguran que, al margen del superclásico Real Madrid-Barcelona, un Sevilla-Betis es algo más que un partido. No hay que desbrozar mucho para cargar de razón a quienes así opinan. Sevilla, ciudad de dos orillas, dos amores y dos columnas, tiene el sentimiento dividido en dos colores. El rojo y el verde. Y el blanco como juez y parte en los litigios. Manuel Jiménez, el entrenador del Sevilla, clamaba a los cielos el pasado martes y demandaba atención para el choque ante los leones del Athletic, partido de ida de las semifinales de la Copa del Rey. “Señores”, decía Jiménez, “dejen de lado el partido del sábado, porque mañana nos jugamos la posibilidad de un título y no un desafío Bellavista y Su Eminencia”.

Pero ni por esas. Los cielos “regalaron” agua al técnico del Sevilla. Jarreaba media hora antes del choque contra los bilbaínos, lo que posibilitó que la gente de ‘Jokin’ Caparrós se atrincherase en la anegada cancha y saliera viva en el choque de ida. Habrá sentencia en San Mamés. Los béticos reían nerviosos ante el desgaste de los Jesús Navas y Kanouté. Toca revancha. Revancha, porque el equipo verdiblanco lleva varios derbis sin mojar. La última vez que los verdiblancos ganaron al Sevilla fue en la temporada 2005-06 (2-1), con Serra Ferrer en el banquillo bético. Pero hace doce años, doce, que los béticos no mojan en la cancha sevillista. Era el Betis suntuoso de los Finidi, Alfonso y Denilson, también con Serra Ferrer en el banquillo, y José Antonio Camacho en la acera sevillista. 0-3 quedó la cosa.

De entonces a esta parte, sequía verdiblanca y mucha alegría rojiblanca.

Escándalos, a porrillo. Recuerdo un partido copero entre béticos y sevillistas, temporada 82-83, en el campo bético. Venció el Sevilla 0-2, pero el choque terminó como el rosario de la Aurora, con Santi (Sevilla), Canito y Diarte (Betis) expulsados, y un sevillista, Ruda, en el hospital por una fea entrada del Lobo paraguayo. Por cierto, tan caliente andaba Diarte contra el sevillista Pintinho, que quiso zanjar el asunto más allá del campo y fue a buscar al brasileño a la discoteca ‘El Coto’, cerca del campo del Sevilla. Diarte por fortuna no encontró al canarinho, pero al Lobo le cayeron 10 partidos de sanción, lo que significó su despedida como jugador del Betis.

Recuerdo un clásico de comerse las uñas y los codos, que finalizó con victoria sevillista por uno-cero, gol de penalti, que marcó el italiano Maresca, pero terminó con el equipo blanco jugando con nueve jugadores, los béticos lanzando hasta las zapatillas al portal de Palop, que se erigió en Viriato, bastión de Numancia. Arbitraba Bernardino González Vázquez, gallego de gatillo fácil (tarjetero), al que la bola de los designios (colegio de árbitros) ha vuelto a poner silbato para este Sevilla-Betis (ver pevia).

Se esperan incidencias, aunque no como la de aquel loco borracho, que se agarró al cuello de Toni Prats como si la cabeza del bético fuera una sandía. Se esperan controles, buena mano y templanza. Templanza y no exceso de celo, como el del colegiado Teixeira Vitienes, que atrasó el choque casi una hora, porque no dejó que los béticos actuaran con las camisetas verdiblancas de siempre y sus calzones negros. Ante la cara de asombro de los presentes, el árbitro aseguró que el verdiblanco se confundía con el blanco sevillista. El utillero del Betis tuvo que cruzar en taxi la ciudad y traer uniformes verdes, que colmaran el rigor arbitral.

Se esperan locos pero controlados, cosa que no ocurrió en la vuelta copera de  2007, en el Ruiz de Lopera. Kanouté acababa de inaugurar el marcador y un descerebrado lanzó una botella que impactó en el cráneo de Juande Ramos (hoy entrenador del Real Madrid), que cayó fulminado.

Se espera, por supuesto, alegría y fervor, una inmensa bocanada de pasión y apoyo a los colores del equipo del alma. Y también se espera que los ultras sevillistas (‘biris’), unos artistas, desplieguen el tradicional tifo gigantesco. Por cierto, la tarde del miércoles una treintena de ultras béticos se plantó en los locales de sus antagonistas con ganas de jarana y guerra. Iban al asalto del local y, al parecer, con ganas de arruinar la sorpresa ‘biri’. El asunto terminó con heridos y vidrios rotos pero el mural indemne. Faltan horas y huele a derbi. Corazones a mil, nervios a flor de piel y uñas roídas. En este sitio duermen muy pocos, Sevilla.

Muchos ponen la mano en el fuego y no se queman cuando aseguran que, al margen del superclásico Real Madrid-Barcelona, un Sevilla-Betis es algo más que un partido. No hay que desbrozar mucho para cargar de razón a quienes así opinan. Sevilla, ciudad de dos orillas, dos amores y dos columnas, tiene el sentimiento dividido en dos colores. El rojo y el verde. Y el blanco como juez y parte en los litigios. Manuel Jiménez, el entrenador del Sevilla, clamaba a los cielos el pasado martes y demandaba atención para el choque ante los leones del Athletic, partido de ida de las semifinales de la Copa del Rey. “Señores”, decía Jiménez, “dejen de lado el partido del sábado, porque mañana nos jugamos la posibilidad de un título y no un desafío Bellavista y Su Eminencia”.

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