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Sergio calla y aprieta los dientes
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REAL MADRID

Sergio calla y aprieta los dientes

Los aires soplan fríos Guadarrama abajo y parece que se han llevado de un golpe todos los adornos admirativos que colgaban en la terraza de Sergio

Foto: Sergio calla y aprieta los dientes
Sergio calla y aprieta los dientes

Los aires soplan fríos Guadarrama abajo y parece que se han llevado de un golpe todos los adornos admirativos que colgaban en la terraza de Sergio Ramos. El de Camas ya no es el Faraón, tampoco Sergio Rambo, ni el Lobo, ni Tarzán. El viento gélido de la sierra madrileña que mira el Bernabéu parece que se ha llevado la memoria. Ahora apuntan lanzas al corazón de un chaval de 22 años, hijo de José María, hermano de René, que miró a los ojos a los saurios y puso el dedo en la llaga. Sergio calla y aprieta los dientes. Sus amigos de Sevilla le han dicho que abra el paraguas y aguante el chaparrón. Y que no cambie.

“Este niño siempre ha sido un líder, desde que tenía 12 años y aterrizó en la Ciudad Deportiva”, asegura Pablo Blanco, coordinador general de la prolífica y brillante cantera sevillista. “Sergio es corazón y clase y tremendamente sevillista, como su padre y toda su familia. Seguro que remontará el vuelo”, apostilla. “No me cabe la menor duda: es un director de orquesta. Nació capitán y líder”, apuesta por él Agustín Páez, preparador físico de los escalafones inferiores del club blanco, amigo íntimo del camero, con el que habla con cierta frecuencia. Desde chico ha tenido esa manera privilegiada de los grandes. Cuando era cadete, lo sacabas con una grúa de la Ciudad Deportiva, lo colocabas en el Camp Nou y jugaba exactamente igual, con el mismo desparpajo. No es un campeón porque sí, sino porque se ha hecho a sí mismo, con disciplina y sacrificio, se lo merece”, manifiesta orgulloso Páez.

De aquel chiquillo de ojos lobunos y nariz afilada, queda mucho. Según Páez, todo: “Me acuerdo cuando, en el segundo entrenamiento con el primer equipo del Sevilla, Sergio saltó a por un balón con Pablo Alfaro al que derribó con un codazo. Pablo se revolvió desde el suelo y miró a Sergio, que le mantuvo con la mirada, sin pestañear”. A Pablo Alfaro, el capitán de aquel Sevilla de fajadores de Joaquín Caparrós, le hizo gracia las maneras de aquel guerrerito que ya apuntaba lejos.

Sergio no cambiará

No crean que la fama le borró del disco duro del corazón el nombre de sus amigos de siempre. Lo demostró con Antonio Puerta, amigo eterno, como quedó demostrado en el podio de Viena y en el autobús de la selección. También guarda como oro en paño los nombres de sus maestros (Mariano Pulido, Joaquín Caparros o Abades, el veterano delegado), o de sus amigos de siempre, como José Antonio Reyes, Jesús Navas, Diego Capel  y los menos conocidos, como Antonio Vera y Rubén Jurado.

Cuando aterrizó en el Real Madrid tras dejar 27 millones de euros en las arcas del club de toda su vida (su familia sigue siendo socia del Sevilla FC), Sergio llevó consigo un caudal de energías. De principio le compararon con las leyendas, entraron en su mundo Fernando Hierro, Pirri, pero él escribió nítido su camino. Es pieza única, con papel y bolígrafo para escribir su historia. Si Raúl González y algún meapila le hacen vacío, Sergio no se achantará. Zidane se acuerda cómo, tras su cuarto mes de estancia, el sevillano lo cosía a preguntas, pero al quinto mes le llamaba “calvo”. Sergio es así, duro y puro. No cambiará y mirará de frente a sus amigos (Casillas, De la Red…) y también a sus enemigos.

Los aires soplan fríos Guadarrama abajo y parece que se han llevado de un golpe todos los adornos admirativos que colgaban en la terraza de Sergio Ramos. El de Camas ya no es el Faraón, tampoco Sergio Rambo, ni el Lobo, ni Tarzán. El viento gélido de la sierra madrileña que mira el Bernabéu parece que se ha llevado la memoria. Ahora apuntan lanzas al corazón de un chaval de 22 años, hijo de José María, hermano de René, que miró a los ojos a los saurios y puso el dedo en la llaga. Sergio calla y aprieta los dientes. Sus amigos de Sevilla le han dicho que abra el paraguas y aguante el chaparrón. Y que no cambie.

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