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La cuna de Leo Messi: "La gente nos decía que Grandoli tenía el próximo Maradona"
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SU CLUB, SU BARRIO Y SU ESCUELA LE RINDEN CULTO

La cuna de Leo Messi: "La gente nos decía que Grandoli tenía el próximo Maradona"

Leo Messi dio sus primeros pasos en el Grandoli gracias al empeño de su abuela, Celia Olivera. La cuna futbolística del argentino así como su barrio y la escuela donde estudió le rinden homenaje

La culpa de todo la tuvo Celia Olivera. La abuela de Lionel Messi se las ingenió para que a su nieto menor le dieran la oportunidad de mostrar por vez primera su interminable idilio con una pelota a los cuatro años en una pequeña escuadra de baby-fútbol: el club Abanderado Grandoli. Han transcurrido 24 veranos australes desde que el difunto Salvador Aparicio, a la sazón el responsable técnico de aquella muchachada, se viera entre la espada y la pared y accediera a dar la alternativa al más pequeño de la saga de los Messi ante la ausencia de uno de sus mocosos (bendita baja) y el escenario de aquella primera borrachera messiánica parece haberse quedado varado en el tiempo. Pocas cosas han variado en la mítica cancha sita en la avenida del mismo nombre, esquina con José María Gutiérrez, y que por las mañanas atiende al nombre de Centro de Educación Física Número 8.

La suave brisa del río Paraná se deja sentir sobre la superficie irregular del Grandoli. La hierba, como antaño, pelea a salto de mata con la tierra en esa interminable pugna por dominar el pequeño rectángulo de juego ubicado en pleno corazón del barrio de Saladillo, en el extremo sur de Rosario. Por la tarde, en torno a las 18:15, comienza el goteo incesante de niños para la práctica. Talento a raudales en un entorno difícil de gente trabajadora con perfil humilde, un alto índice de delincuencia callejera y la amenaza latente de la venta y consumo de estupefacientes. Una esmirriada tribuna de cuatro gradas sigue resistiendo el inexorable paso del reloj, como aguardando la vuelta de su hijo más célebre para devolverle el esplendor de aquellas mañanas pretéritas en las que Lionel se escondía tras la pelota para destrozar las cinturas de los nenes rivales con sus trepidantes ‘moñas box-to-box’.

A un costado, la canchita alternativa de cemento con sus viejas canastas sigue dando cobijo a los alumnos más noveles para hacer jueguitos con el cuero, tirar sus gambetas iniciáticas o rematar sobre el arco imaginario pintado en el muro de contención de las aulas que tantas y tantas veces golpeó el ganador de cinco Balones de Oro. Detrás, unos vetustos y elevados edificios grises ‘estilo Chernóbil’ completan el cuadro costumbrista de la primera parada que hizo el crack del Barcelona y la albiceleste camino del panteón de los dueños eternos de la redonda.

“Para Rosario y para la gente que formamos parte de la familia del Grandoli es un honor y un orgullo que Leo sea de acá", señala David Trevez, presidente del humilde equipo santafesino. Aunque trata de contenerse, el dirigente se viene progresivamente arriba en lo se le pregunta por las habilidades de la 'Pulgita' cuando vestía la elástica colorada de su club. “Era tan diferente del resto… Agarraba la pelota, pasaba cuatro o cinco jugadores y hacía gol. Uno tras otro. Era increíble. Es muy raro poder hacer eso para un nene de esa edad y tan chiquito como era Leo”. Y prosigue con su perorata rememorando los días de gloria del equipo, coincidentes con los de las exhibiciones de Messi: “La gente decía que Grandoli tenía al próximo Maradona. Inmediatamente atrajo la atención de la gente del barrio. Cuando él jugaba venían personas que no estaban conectadas con el club, todo el vecindario miraba sus partidos”.

Las estrecheces económicas del Grandoli se agudizaron con la crisis recurrente que tanto daño sigue haciendo en el conurbano rosarino. La pequeña cuota que han de pagar los papás de los chavales apenas alcanza para cubrir los gastos fijos del club. Ahí es donde suele aparecer la generosidad de un Messi siempre presto y dispuesto a echar un cable a su primer hogar futbolístico. “Si tenemos un problema, lo ponemos en conocimiento de Jorge, su papá, y de inmediato nos dan una mano. Leo siempre nos hace llegar su afecto y cariño. A pesar del paso de los años y de que era muy pequeñito, sigue llevando a Grandoli en el corazón”.

No muy lejos de allí, concretamente a quince cuadras del primer escenario oficial de sus acrobacias, en el barrio de Las Heras, sus vecinos de toda la vida tampoco olvidan lo que era capaz de hacer con un balón sin apenas levantar un palmo del suelo. “En su debut con Grandoli dejó a todos boquiabiertos. Era una cosa tan chiquita en medio de jugadores más grandes, dos o tres años mayores, pero se llevaba la pelota y no se la sacaban más. Lo ficharon de inmediato”, recuerda Abel Fragotti al ser interpelado por un servidor si vive en la calle Estado de Israel, precisamente donde Leo vino al mundo y en la que disputó sus primeros 'picaditos' con sus hermanos y amigos. La casa de dos plantas donde se ubica el número 525 permanece cerrada, aunque es posible acceder al patio enano de hierba que antecede a la puerta de entrada.

Atento al corte, Fragotti resuelve de inmediato mis dudas explicando que “la familia ya no vive acá aunque sigue siendo de ellos. Cuando están en Rosario, se quedan en la casa que está media cuadra más adelante, que es donde vive actualmente uno de sus hermanos, Matías”. Todo cristalino. El fútbol era, ya desde bien chiquito, su razón de ser y en cuanto escapaba del colegio se las ingeniaba para dar rienda suelta a su pasión: “Leo tiraba paredes para burlar a sus amigos con una pelota de trapo, de goma o de cuero. Daba igual lo que pillara mientras fuera redondo”.

La escuela General Las Heras, donde cursó el preescolar y casi toda la primaria, es el tercer vértice sobre el que giraba la vida del pequeño Leo. Si bien los estudios se le atragantaban, la cosa cambiaba radicalmente cuando sonaba la sirena y comenzaba el recreo. Ahí era el 'puto amo'. “Era un niño bastante callado, pero tremendamente risueño. No le gustaba demasiado estudiar, pero con la pelota en el patio era incansable. Todos lo querían en su equipo”, reconoce Diana Ferretti, una de sus profesoras en primaria. Un mural gigante del genio santafesino en versión albiceleste, con el sello del artista brasileño Paulo Consentino, preside desde agosto del pasado año el cuadrado de tierra al pie de un árbol gigante sobre el que Messi dibujó sus gambetas primigenias y firmó un porrón de goles entre clase y clase. El mejor homenaje posible a quien destila su magia de potrero rosarino por las cuatro esquinas del planeta fútbol vestido de azulgrana.

La culpa de todo la tuvo Celia Olivera. La abuela de Lionel Messi se las ingenió para que a su nieto menor le dieran la oportunidad de mostrar por vez primera su interminable idilio con una pelota a los cuatro años en una pequeña escuadra de baby-fútbol: el club Abanderado Grandoli. Han transcurrido 24 veranos australes desde que el difunto Salvador Aparicio, a la sazón el responsable técnico de aquella muchachada, se viera entre la espada y la pared y accediera a dar la alternativa al más pequeño de la saga de los Messi ante la ausencia de uno de sus mocosos (bendita baja) y el escenario de aquella primera borrachera messiánica parece haberse quedado varado en el tiempo. Pocas cosas han variado en la mítica cancha sita en la avenida del mismo nombre, esquina con José María Gutiérrez, y que por las mañanas atiende al nombre de Centro de Educación Física Número 8.

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