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¿Y ahora qué, Ronaldinho?
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la sombra de la retirada le rodea

¿Y ahora qué, Ronaldinho?

El Querétaro tomó la decisión de romper el contrato del mito del fútbol brasileño, que ahora, a los 35 años, tiene ante sí, por primera vez, la sombra de la retirada. ¿Abandonará lo que le hace feliz?

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Seguro que en varias casas de Manchester, y a la vez en otras tantas en Belfast, un día, los padres reúnan a sus hijos en torno a la chimenea (o en torno a una mesa camilla con su brasero reglamentario), y les cuenten que un día ellos tuvieron la oportunidad de ver, con sus propios ojos, a un futbolista extraordinario, fuera de lo común, de esos que no se veían en el rudo fútbol inglés. Dirán que no era inglés, que era norirlandés, que allí también se juega al fútbol y no sólo al gaélico, y que tardarían muchos años en volver a ver tanto talento junto incrustado entre carne y huesos. “¿Cómo se llamaba, papá?”, dirán los niños. “George Best”. “¿Ese? ¿El que se bebía hasta el agua de los floreros?”, le responderán, sorprendidos. “Ese mismo”. Incrédulos, se levantarán, mirarán con recelo al progenitor y se pondrán a ver vídeos en YouTube de Ronaldinho. “Ese sí es el mejor”, pensarán.

Mucho tiempo después, cuando los y las de nuestra generación nos hagamos mayores, tendremos una situación similar con nuestra descendencia. Les contaremos que había un jugador que habría dejado en mantilla a aquél al que llamaban el quinto Beatle, del que por cierto poco habrán oído hablar. Dirán que esa nueva estrella era uno de esos futbolistas que sólo juegan bien al fútbol cuando tienen una sonrisa en el rostro, pero que cuando es así, hacen olvidar que estás viendo puro y simple balompié y te hacen pensar que estás viendo al mejor bailador de samba del planeta, que estás viendo arte con una pelota. Que a nosotros la historia nos dio el lujo de ser contemporáneos al hombre que cambió la historia del Barça. “¿Quién era?”, cuestionarán. “Ronaldinho Gaucho”. “¡Pero si de ese sólo he visto fotos en fiestas y con culos de mujeres en una piscina!”. “Pues ese mismo hacía magia”.

Pero como un mago con amnesia, de repente a Ronaldinho se le olvidaron los trucos que había aprendido en las calles de Porto Alegre, cuando se escapaba de casa para poder divertirse con unos amigos y una pelota. Porque la hechicería que hacía Dinho con el balón no se aprende en una ciudad deportiva, donde decenas de personas se preocupan hasta de que el jugador tenga las chanclas preparadas a los pies de su taquilla para quitarse las botas y meterse en la ducha. Se aprende en la calle, donde surge la inspiración para superar al rival, a la farola, a la caja de cartón, con el fin de introducir la pelota entre las dos botellas de agua. Un día, el espectáculo mágico que hacía babear hasta a los que odian el fútbol no sirvió ni para que un club mexicano con ganas de promoción internacional tuviera paciencia.

Ronaldinho no jugará más en el Querétaro, ese club que ni él mismo había oído en su vida, pero que le dio una oportunidad más, otra de tantas que el fútbol le ha dado desde que decidió que lo externo al césped iba a tener una trascendencia vital. En México se cansaron de que su estrella, la que tiene cierto derecho a disfrutar de los lujos propios de la clase VIP, se pasara constantemente de la raya, de que su rendimiento no compensara sus excesos, ni que su ego no aguantara el banquillo esporádico. Pero esa sonrisa con patas es tan bueno, y lo será aunque no quiera, que llevó por primera vez en la historia a los Gallos Blancos a la final de la Liga MX.

Sus rizos buscarán ahora otro destino, el último, el penúltimo… quién sabe. A sus 35 años, la sonrisa empieza a parpadear como si fuese la señal de la gasolina, que nos alarma de que estamos ya en la reserva. La de Ronaldinho se está gastando, sino está ya gastada. La sombra de la retirada se cierne sobre el jugador con más talento individual que ha dado el fútbol brasileño (o mundial, en realidad), lo cual es decir muchísimo. Bien busque otra aventura, bien decida que ya ha tenido suficiente fútbol en su vida, Dinho se irá de México dejando un recuerdo allí donde se hizo grande Maradona: el estadio Azteca.

Seguro que en varias casas de Manchester, y a la vez en otras tantas en Belfast, un día, los padres reúnan a sus hijos en torno a la chimenea (o en torno a una mesa camilla con su brasero reglamentario), y les cuenten que un día ellos tuvieron la oportunidad de ver, con sus propios ojos, a un futbolista extraordinario, fuera de lo común, de esos que no se veían en el rudo fútbol inglés. Dirán que no era inglés, que era norirlandés, que allí también se juega al fútbol y no sólo al gaélico, y que tardarían muchos años en volver a ver tanto talento junto incrustado entre carne y huesos. “¿Cómo se llamaba, papá?”, dirán los niños. “George Best”. “¿Ese? ¿El que se bebía hasta el agua de los floreros?”, le responderán, sorprendidos. “Ese mismo”. Incrédulos, se levantarán, mirarán con recelo al progenitor y se pondrán a ver vídeos en YouTube de Ronaldinho. “Ese sí es el mejor”, pensarán.

Ronaldinho Querétaro FC México
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