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El xenófobo Viktor Orban resucita el fútbol de Hungría con fondos públicos
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El xenófobo Viktor Orban resucita el fútbol de Hungría con fondos públicos

Primer ministro de Hungría, ha inyectado cerca de 500 millones de euros en los seis últimos años para lavar la cara de los principales clubes del país

Foto: En la imagen, Viktor Orban, primer ministro de Hungría (Reuters)
En la imagen, Viktor Orban, primer ministro de Hungría (Reuters)

“Aquí en Hungría jugar al fútbol es tan común como respirar. Todo el mundo tiene una opinión sobre el fútbol… y la política. Somos un país de apenas 15 millones de habitantes, pero el deporte nos ha enseñado que eso no es incompatible con la grandeza”. Viktor Orban se presentó de esta guisa hace un par de meses en el Congreso de la UEFA. Pareciera intuir por entonces el controvertido primer ministro magiar la sorpresa que les tenía preparada la escuadra de Bernd Storck en esta Eurocopa en la que la otrora magnífica selección subcampeona del mundo en 1938 y 1954 ha entrado como un elefante en una cacharrería destruyendo todos los pronósticos habidos y por haber en el grupo F.

Desde luego, si hay alguien que tiene motivos en el país de las 'czardas' para sacar pecho después de 44 años vagando por el desierto de la mediocridad sin un solo ‘major’ que echarse al gaznate, ese es sin duda este enamorado del más popular de los deportes en el planeta, que llegó a practicar de manera seria durante casi dos décadas en las que defendió los colores del club de la localidad donde reside, el Felcsut, donde actuaba como delantero. Su discreto nivel nunca le permitió pasar de la Tercera división, pero lo que no pudo hacer por su selección con el ‘9’ a la espalda, lo ha hecho desde el despacho de presidencia del gobierno, que ocupa por segunda vez desde 2010 (su primer mandato fue de 1998 al 2002).

Su obsesión por devolver a Hungría la grandeza de los tiempos de Puskas, Kocsis, Zcibor, Kubala o Florian Albert le ha llevado a estimular inversiones y proyectos faraónicos en la construcción de nuevos estadios, centros deportivos e incluso en tratar de impulsar la liga local, cuando no a sostenerlos directamente recurriendo a la caja de caudales del Estado. Líder del partido nacionalista Fidesz (Unión Cívica Húngara), Orban se ha ganado la animadversión del occidente europeo con sus políticas antimigratorias, sus leyes contrarias a los matrimonios homosexuales o la que coarta seriamente la libertad de prensa de los medios de comunicación. Su política de desarrollo del deporte, y más en concreto del fútbol, es la cuarta pata por la que sus opositores le critican duramente.

La alargada sombra de Puskas

Amigo de Putin, con el que lógicamente comparte la pasión por el balompié, el ex artillero del Felcsut (club al que sigue ayudando como una especie de mecenas en la sombra) ha inyectado cerca de 500 millones de euros en los seis últimos años para lavar la cara de los principales equipos del país. Gracias a esas ayudas, muy superiores a las que recibe, por ejemplo, el mundo de la enseñanza, se han podido construir los nuevos estadios del Debrecen, Ferencvaros o el Estadio Nacional, el Nepstadion, que en 2002 le cambió el nombre para ponerle el de la mayor gloria del fútbol magiar, Ferenc Puskas. Para contar con el apoyo del capital privado, clave para asegurar la sostenibilidad de su plan, Orban se inventó una ley, llamada TAO, por la cual toda aquella empresa que financiase algún deporte de equipo, quedaría exonerada del pago de impuestos.

Esas generosas aportaciones hicieron posible la puesta en marcha de un ambicioso proyecto deportivo engendrado de principio a fin por el político-atacante natural de Szekesfehervar: la fundación del Puskas Ferenc Labdarugo (Academia de Fútbol Ferenc Puskas). Nacida en abril de 2007, esta entidad, de la que es presidente honorario de puertas afuera y dueño de puertas adentro, dispone de una espectacular ciudad deportiva con seis terrenos de juego (cuatro de hierba natural), un pabellón cubierto y un estadio con capacidad para casi 4.000 personas, el Pancho Arena. Su construcción costó a las arcas públicas 14 millones de euros. Durante el paréntesis de ocho años en el que abandonó la residencia gubernamental, Orban se daba el gustazo de ver desde la terraza de su casa en Felcsut el feudo de su ‘Akademia’ mientras tomaba el desayuno.

Invasión magiar

El ‘crownfounding’, procedente de entes privados, que consiguió para amamantar a su juguete favorito fue de tales proporciones que en apenas seis temporadas pegó el salto a la élite del fútbol magiar. Tres ejercicios después, la Academia se ha consolidado en la máxima categoría e incluso ha llegado a contar con nombres de relumbrón en su banquillo, como el del exbético y exmadridista Robert Jarni.

Todos esos esfuerzos de este sagaz político, tildado por sus detractores como ‘democrator’ (a caballo entre demócrata y dictador), perseguían un objetivo: que el fútbol magiar recuperara su papel protagónico a nivel mundial en un plazo no superior a 15 años. La ampliación a 24 selecciones en esta fase final francesa le ha venido como anillo al dedo para que Hungría haya podido asomar la cabeza otra vez en una gran competición según sus cálculos. Como el propio Orban preveía, los éxitos de nuevo cuño han disparado el interés del aficionado y del que no lo es tanto por un combinado que al fin ofrece al gran público una hornada de nombres con tintes heroicos que difieren de los que llevan escuchando como un mantra desde los años 50 y 60.

Tanto la capital, Budapest, como las principales ciudades del país se han paralizado literalmente para ver a sus internacionales dar la campanada ante Austria e Islandia. Hay quien ha pedido incluso a su empresa que pasen la festividad de fin de año al próximo miércoles, cuando se jueguen en plena tarde el liderato del grupo con Cristiano y Portugal. Esa misma fiebre ha desplazado 15.000 seguidores a Francia, algo impensable no hace tanto tiempo en una nación gobernada con mano de hierro por el mejor amigo del balón.

“Aquí en Hungría jugar al fútbol es tan común como respirar. Todo el mundo tiene una opinión sobre el fútbol… y la política. Somos un país de apenas 15 millones de habitantes, pero el deporte nos ha enseñado que eso no es incompatible con la grandeza”. Viktor Orban se presentó de esta guisa hace un par de meses en el Congreso de la UEFA. Pareciera intuir por entonces el controvertido primer ministro magiar la sorpresa que les tenía preparada la escuadra de Bernd Storck en esta Eurocopa en la que la otrora magnífica selección subcampeona del mundo en 1938 y 1954 ha entrado como un elefante en una cacharrería destruyendo todos los pronósticos habidos y por haber en el grupo F.

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