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El bigote de Zygmantóvich, el último líbero, todavía pervive en la memoria del Racing
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El bigote de Zygmantóvich, el último líbero, todavía pervive en la memoria del Racing

El actual seleccionador interino de Bielorrusia dejó un recuerdo imborrable en el Racing de los rusos de inicios de los años 90, con Radchenko y Popov

Foto: Andréi Zygmantóvich defendiendo a la Unión Soviética en el Mundial de 1990 (Imago).
Andréi Zygmantóvich defendiendo a la Unión Soviética en el Mundial de 1990 (Imago).

Si nos hubiésemos parado en la Plaza Roja de Moscú a principios de los años 90, habríamos visto a cientos de personas nerviosas por los movimientos que estaba tramando Mijaíl Gorbachov para empezar a destruir los restos de la Unión Soviética. Entre la preocupación por un futuro bastante incierto, el fútbol siempre dejaba margen para la evasión, y el combinado de la URSS era la mejor motivación para el común de los soviéticos. Cada uno tendría sus clubes amados, aquellos a los que alentaba incluso cuando las temperaturas hacían que las lágrimas de alegría se solidificasen. Pero no sólo tenían ojos para mirar hacia su propio país en plena división. En el corazón de cada ruso y cada bielorruso había un huequito para el Racing de Santander.

Esa inusitada relación entre el Racing, un humilde equipo de la capital cántabra, y el fútbol soviético comenzó en el invierno de 1993. Un tal Andréi Zygmantóvich llegaba al Sardinero sin hablar una palabra de español y con unas pintas de defensa férreo tremendas. Cualquiera podría decir que había servido en la KGB, pero venía de vivir una pequeña y breve experiencia en el Groningen.

No era por ese paso por Holanda por lo que el Racing decidió fichar a Zygmantóvich para reforzar su zaga, sino por ser un jugador clave en la URSS del Mundial de 1990 y por sus muchos años al servicio del Dinamo de Minsk. Ese bielorruso cuyo bigote concentraba (y concentra) las miradas es el actual entrenador de Bielorrusia… y va a debutar contra España en el Colombino.

Fue la primera incorporación al Racing de un jugador del este, pero en absoluto fue la última. Zygmantóvich abrió el camino del Sardinero para otros seis rusos. Al año siguiente, después de que Zygmantóvich y su Racing consiguieran el ascenso a Primera División en la promoción ante el Espanyol, Javier Irureta fichó a Dmitri Radchenko y Dmitri Popov. Un delantero y un centrocampista que aportaron muchísima calidad a un Racing que a partir de esa temporada se mantuvo ocho temporadas en Primera hasta el año 2001. Y en los cursos sucesivos llegaron también Ilshat Faizulin, Vladimir Beschastnykh, Dmitri Oulianov y Sergey Shustikov.

Después de tres años y medio vestido de verdiblanco, Zygmantóvich no se fue del todo de Santander. Se enamoró de esa tierra verde bañada por el mar y siempre que puede, cuando su agenda se lo permite, se escapa de la estepa para visitar la que fue su casa. Siempre quiso quedarse en España para entrenar, pero no encontró su hueco y se tuvo que buscar la vida tanto en su país como en Lituania. En esta nación, otra exsoviética, logró lo más grande que ha logrado jamás, un triplete con el FBK Kaunas (Liga, Copa y Copa del Báltico).

Ahora, la dimisión de Georgy Kondratyev como seleccionador de Bielorrusia le ha otorgado la oportunidad de entrenar a su país, al que siempre ha querido… aunque opine abiertamente que estaba bastante mejor con la URSS que por su cuenta. Es únicamente un entrenador interino. Era el ayudante de Kondratyev y ahora es el máximo responsable de la selección.

Su estreno no puede ser más impresionante. Va a enfrentarse a la campeona de Europa con su país, una selección que nunca ha dado el salto de calidad que la pueda comparar, por ejemplo, a Letonia, que se clasificó para la Eurocopa del 2000. Su líder ahora mismo es Mikalay Signevich, la estrella del BATE Borisov. No, ya no está Aliaksandr Hleb. El exjugador del Fútbol Club Barcelona no ha vuelto a encontrar ese gran juego que exhibió en el Arsenal y que lo hizo ser la grandísima estrella de Bielorrusia y su capitán. Actualmente milita en el Konyaspor de la Superliga de Turquía, su última oportunidad en el fútbol de (más o menos) máximo nivel europeo.

Si nos hubiésemos parado en la Plaza Roja de Moscú a principios de los años 90, habríamos visto a cientos de personas nerviosas por los movimientos que estaba tramando Mijaíl Gorbachov para empezar a destruir los restos de la Unión Soviética. Entre la preocupación por un futuro bastante incierto, el fútbol siempre dejaba margen para la evasión, y el combinado de la URSS era la mejor motivación para el común de los soviéticos. Cada uno tendría sus clubes amados, aquellos a los que alentaba incluso cuando las temperaturas hacían que las lágrimas de alegría se solidificasen. Pero no sólo tenían ojos para mirar hacia su propio país en plena división. En el corazón de cada ruso y cada bielorruso había un huequito para el Racing de Santander.

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