Un puñetazo encima de la mesa del otro Barcelona
El Barcelona logró remontar el 2-0 del Sánchez Pizjuán en un muy buen partido en el que participaron todos, se retomaron las esencias y el equipo dio motivos a la grada para enchufarse
Al Barça le hacía falta como el agua al desierto un partido como este. Nada mejor que una remontada épica para entusiasmar al personal. Y encima jugando bien. Hasta ahora, el equipo azulgrana era sólido y aburridísimo en la Liga, pero a la afición le mosqueaban la planicie, la sensación de que el equipo iba a medio gas y la duda de si cuando llegara lo bueno estarían a la altura. Con el 6-1, el Barcelona no solamente se ha clasificado para semifinales de la Copa sino que, sobre todo, ha multiplicado la ilusión y enganchado a los escépticos para que se suban al carro ante lo que está por venir. Es el puñetazo encima de la mesa que tanto se necesitaba.
El primero en darlo fue Valverde con la alineación: toda la artillería pesada sobre el terreno de juego. Después siguieron la presión, la actitud, el hambre. Y a continuación, el gesto de Messi de dejar tirar a Coutinho el penalti que abría el marcador en el minuto 13, el paradón de Cillessen respondiendo al taconazo de Silva y parando un penalti un minuto después a Banega, el pase de Arthur en el 2-0 de Rakitic que podrían haber firmado Xavi o Iniesta, la asistencia de Luis Suárez y el cabezazo en plancha de Coutinho recuperado para la causa en el 3-0 y el mimo de Messi para darle el 4-0 a Sergi Roberto en el minuto 54. Y con todo eso y prometiéndoselas muy felices, llegó el gol de Arana en el 68’, tocó remar, sufrir y también supieron hacerlo. El último gol, el 6-1 de Messi tras una jugada primorosa coral, fue la guinda perfecta del pastel.
El Barça llevaba una racha de ocho partidos consecutivos ganando en Liga, pero si el fútbol es un estado de ánimo, el del culé rozaba el desánimo, el desafecto. Tanto hablar del estilo y el ADN azulgrana para terminar viendo a Arturo Vidal acelerado y al tuntún, a Coutinho deprimido, a Busquets desaparecido y apostándolo todo al genio de Messi y al acierto de Ter Stegen. Eso pasó en el último encuentro ante el Girona. De ahí que solamente 58.000 espectadores acudieran al Camp Nou.
Un punto de inflexión
Dosificar fuerzas, jugar a la carta, no ha sido históricamente el punto fuerte del conjunto catalán. Para ganar, había que disfrutar, como dijo Cruyff. Y la afición no estaba gozando de nada más que de los fríos números que certificaban el liderato. Desde este encuentro ya hay alma, algo con lo que identificarse. Un calorcillo. Un Arthur filtrando pases verticales al espacio, por ejemplo, en lugar del caótico Vidal. Este puede ser el punto de inflexión que tanto se anhelaba y la hoja de ruta para Valverde cuando llegue lo mollar, lo esencial, lo que de verdad importa.
Porque al Barça, no nos engañemos, la Copa no le soluciona la temporada. Ya van cuatro consecutivas y el sueño húmedo es la Champions. Que se hayan empleado con semejante pasión para pasar a semifinales significa que el apetito competitivo está intacto, pero que al mismo tiempo, cuando sea necesario guardar la ropa antes de nadar, lo harán. Y que están preparados para ello. Así será más fácil digerir partidos de entreguerras en los que ni fú ni fa, que vendrán. Pero a este Barça, otro Barça, le hacía mucha falta decir en voz alta un “cuidadito que aquí estamos”. Misión cumplida.
Al Barça le hacía falta como el agua al desierto un partido como este. Nada mejor que una remontada épica para entusiasmar al personal. Y encima jugando bien. Hasta ahora, el equipo azulgrana era sólido y aburridísimo en la Liga, pero a la afición le mosqueaban la planicie, la sensación de que el equipo iba a medio gas y la duda de si cuando llegara lo bueno estarían a la altura. Con el 6-1, el Barcelona no solamente se ha clasificado para semifinales de la Copa sino que, sobre todo, ha multiplicado la ilusión y enganchado a los escépticos para que se suban al carro ante lo que está por venir. Es el puñetazo encima de la mesa que tanto se necesitaba.