El Alavés vuelve a ser glorioso
Han pasado 16 años y muchas tropelías, pero el Alavés vuelve a sentirse uno de los más grandes al clasificarse por primera vez en su historia a la final de Copa tras ganar al Celta
Durante muchísimo tiempo, en Vitoria solo se hablaba de baloncesto. Al final, es normal, es lo que tiene tener un equipo en la élite española y europea, mientras otro, el de fútbol, malvivía en el pozo nacional preguntándose si lo que vivieron una vez, una historia mágica propia de leyendas bálticas, fue real o solo un sueño pasajero, solo que muy vívido. Aquel día en Dortmund volvió a la memoria de todos los que en Gasteiz piensan en azul y blanco, cuando Edgar Mendes, un chico que acababa de pisar el césped, amagaba a Sergio y definía con la izquierda para poner el 1-0 en el marcador. El Alavés se metía en su primera final de Copa del Rey.
No es posible hablar de esa final del 27 de mayo sin hablar del Liverpool, de Jordi Cruyff, de Javi Moreno, Iván Alonso y Delfí Geli. O sí. Porque aquellos hombres que le dijeron al mejor equipo de la historia de Inglaterra que las iban a pasar más que canutas para ganar la UEFA tienen ahora herederos. Y son tan o más humildes que esos que rozaron la gloria europea con la yema de los dedos. El Alavés ahora tiene otros héroes. Ya no tienen únicamente que recordar la final perdida de 2001, sino que podrán recordar a Pellegrino, a Toquero, a Llorente, a Laguardia, a Deyverson, a Ibai. Y bueno, a Edgar Mendes. Y todavía queda jugar la final, enfrentarse al Barça en el estadio que sea para luchar por el título. Al menos un precedente no es malo: el Alavés ganó en el Camp Nou al inicio de temporada.
Pellegrino se comió a su paisano. Lo hizo desde el principio del partido hasta el final, incluyendo esos largos casi siete minutos que añadió Mateu Lahoz. Entre los tres palos, el Celta no tiró prácticamente ni una sola vez. Pacheco, el gran portero del Alavés y, probablemente, la mayor revelación en las porterías españolas, no tuvo que hacer ninguna parada de mérito en esta vuelta. Y eso que lo que necesitaba el Celta era un gol, un golito de nada, de esos que valen doble y torturan a los locales que los reciben. Pero no hubo manera, ni una oportunidad decente en todo el partido, más allá de un intento de vaselina de Aspas que se fue alta por poco. El Celta fue una nulidad en ataque permanente.
Estamos hablando del Alavés, de un equipo que hace tres años vagaba por Segunda B y que no es que tenga, precisamente, un gran presupuesto para conseguir este hito. Y el Celta, conjunto europeo, salió acongojado a Mendizorroza, sintiéndose el pequeño... o el demasiado grande, el que tiene todo que perder. Berizzo se sintió confiado en el mismo esquema que le funcionó ante el Madrid. Lo ha utilizado en toda la eliminatoria, y en 180 minutos no ha marcado. Tres centrocampistas, dos hombres de banda y un punta. No es su estilo, renunció a su manera de ser y lo ha pagado carísimo, quedándose fuera de una final que tenía en la palma de su mano.
La organización defensiva del Alavés fue, una vez más, espléndida. Se siente comodísimo en casa y entiende a las mil maravillas cuáles son sus limitaciones y cuáles son sus virtudes. No tiene una plantilla diseñada para tener la pelota y ser fuertes a través de la posesión, pero sí que Pellegrino ha gestionado un bloque sólido asentado en su pareja de centrales y en Marcos Llorente. Deyverson no es un grandísimo goleador, pero le aporta un trabajo descomunal, al igual que Toquero, probablemente el mejor jugador del partido hasta que fue sustituido por el goleador.
Era de esperar que el Celta saliera con la intención de hacer un gol que obligase al Alavés a hacer dos. Y así fue. Pero fue un visto y no visto. Apareció en un par de ocasiones Bongonda por su banda intentando habilitar a Aspas, no lo consiguió y, a partir de entonces, empezó a hacer la guerra por su cuenta y el Celta perdió un elemento indispensable para el desborde. Wass, más pendiente de tapar las subidas de Theo Hernández, apareció poquísimas veces por su banda. Y en la zona de creación, Tucu, Chelo y Radoja no se coordinaban para ser profundos.
Sí lo era el Alavés, y constantemente. Femenía y Theo eran cuchillos y, mientras, Ibai probaba suerte desde media distancia. Tenía que aparecer una y otra vez Sergio para evitar los goles vitorianos, hasta que apareció el recién entrado, el que apenas le había medido la temperatura aún al partido, para hacer que el Alavés recobrase la memoria de cuando fue grande. Ahí está otra vez. Glorioso.
Ficha técnica
1 - Deportivo Alavés: Pacheco; Kiko Femenía, Laguardia, Feddal, Theo; Marcos Llorente, Manu García; Camarasa, Ibai (Vigaray, min. 88), Toquero (Méndez, min. 78, Alexis, min.93) y Deyverson.
0 - Celta: Sergio; Hugo Mallo, Cabral, Roncaglia, Jonny; Marcelo Díaz (Guidetti, min.82), Radoja; Bongonda (Sisto, min. 74), Pablo Hernández, Wass (Rossi, min.85); y Iago Aspas.
Gol: 1-0, m.81: Méndez.
Árbitro: Mateu Lahoz (Valenciano). Amonestó a los locales Feddal (min. 38) y a los visitantes Aspas (min. 38) y Díaz (52).
Incidencias: partido de vuelta de las semifinales de la Copa del Rey disputado en Mendizorroza ante 19.307 espectadores, de los cuales cerca de 700 seguidores fueron celtiñas.
Durante muchísimo tiempo, en Vitoria solo se hablaba de baloncesto. Al final, es normal, es lo que tiene tener un equipo en la élite española y europea, mientras otro, el de fútbol, malvivía en el pozo nacional preguntándose si lo que vivieron una vez, una historia mágica propia de leyendas bálticas, fue real o solo un sueño pasajero, solo que muy vívido. Aquel día en Dortmund volvió a la memoria de todos los que en Gasteiz piensan en azul y blanco, cuando Edgar Mendes, un chico que acababa de pisar el césped, amagaba a Sergio y definía con la izquierda para poner el 1-0 en el marcador. El Alavés se metía en su primera final de Copa del Rey.