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Así no, Vinícius: lo que el brasileño debería de aprender de Valverde tras otro dantesco show
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FALLÓ UN PENALTI Y SE HARTÓ A PROVOCAR

Así no, Vinícius: lo que el brasileño debería de aprender de Valverde tras otro dantesco show

Protestas, quejas, rifirrafes con la grada y provocaciones coparon el partido de Vinícius. Eso sí, en la única que tuvo, mandó el penalti a las nubes. Se olvida de hablar en el césped

Foto: Vinícius se encara con un rival en el Metropolitano. (EFE/Juanjo Martín)
Vinícius se encara con un rival en el Metropolitano. (EFE/Juanjo Martín)

El Real Madrid logró otra épica clasificación a los cuartos de final de la Champions (1-0), un encuentro donde la tanda de penaltis fue decisiva para dar un nuevo éxito al conjunto blanco ante un Atlético al que le tiene cogida la medida. En un choque tan tenso, tan intenso y tan igualado, todos los focos recaían en un futbolista: Vinícius. Era el momento de ver qué cara ofrecía el brasileño y, de nuevo, volvió a decepcionar. Demasiados fuegos de artificio y escasa responsabilidad.

Hace no mucho, un joven brasileño empezó a ocupar portadas de medio mundo. Era un recién aterrizado en todo un Real Madrid y, lejos de amilanarse, asumía la responsabilidad del ataque blanco: driblaba, encaraba, regateaba e inventaba dibujos sobre el césped que nadie era capaz de frenar. Solo le faltaba mejorar la puntería. Lo hacía todo bien, menos el remate, quizá la suerte más sencilla del fútbol. Si era capaz de mejorarlo, sería un futbolista de nivel mundial.

Foto: El Real Madrid celebra en el Metropolitano. (Reuters/Juan Medina)

No tardó en encontrar la vía del gol, con aquellas lágrimas incontenibles en aquel disparo lejano contra Osasuna. Ese día, el madridismo cerró filas con él: Uno di noi. Esas bromas, esos memes y esas faltas de respeto iban a ser entendidas por el aficionado blanco como un ataque a su propia persona. Se había acabado el reírse y menospreciar a un joven que solo quería jugar al fútbol. Y Vinícius, protegido y feliz, empezó a romper todo tipo de moldes.

Entonces, algo se estropeó. Las aficiones rivales encontraron una manera de hacer daño a Vinícius, con el deleznable racismo de por medio incluido, pero el brasileño, lejos de trabajar en silencio y hablar en el campo, empezó a perderse en batallas absurdas. Responder a la afición, entrar en continuas trifulcas, hacer gestos a la grada y responder en redes no deberían de ser nunca el mejor ejemplo a seguir, por mucho que sea una respuesta a una lamentable acción inicial.

El brasileño se olvida de ser peligroso en el desborde, de combinar de los compañeros, de encontrar su zona de incidencia, de ser un dolor de cabeza para los rivales. Se pierde en continuas guerras: señalándose las 15 Champions, dejando el escudo del Madrid sobre el césped del Metropolitano o recordándole a la grada rojiblanca que no han ganado la Copa de Europa, no saca nada positivo. En el campo, que es donde hay que demostrar, se apaga y difumina por no estar centrado.

Un futbolista tiene que estar por encima de todo esto, pero Vinícius no termina de entenderlo y empieza a molestar, especialmente en el Real Madrid. La monumental bronca de Jude Bellingham por no devolverle un balón, después de pedirle más de 20 combinaciones en el partido, es el mejor reflejo de ello. Perder balones en zonas peligrosas y olvidarse de defender, somete a sus compañeros a sobreesfuerzos. No vale de nada señalarse las 15 Champions si uno se olvida de jugar.

Y, para colmo de males, el penalti lanzado en el minuto 69. Era la ocasión de golpear, de hacer daño de verdad, de hablar donde hay que hablar: en el césped. Pero entonces, en el momento de la verdad, su lanzamiento se marchó un metro alto y un metro a la derecha de la portería de Jan Oblak, en uno de los peores lanzamientos desde los once metros que se recuerdan en toda la historia. Cuando tocaba reivindicarse de verdad, se hizo pequeño. Esa es la cruda realidad.

Contra el Atlético, disputó 115 minutos, en los que solo disparó en el penalti (no fue ni a puerta), logró 3 regates de los 14 que intentó, erró 8 pases de los 35 que intentó, hizo más faltas que las recibidas (3 por 2) y perdió la friolera de 26 balones. Estaría bien que alguien le explicara a Vinícius que se habla con el balón y no con gestos y provocaciones. No gana nada, todo lo contrario. Y los compañeros y la afición madridistas empiezan a estar cansados de tanto show esperpéntico.

Valverde, puro corazón

En el otro lado de la moneda, aparece Fede Valverde. Tocado, entre algodones y a pesar del dolor, volvió a ser el mejor del Real Madrid. Como lateral derecho, como mediocentro o como interior, su aportación es fundamental en este equipo. Le da raza, corazón, coraje y furia al fútbol blanco, contagia la intensidad a sus compañeros y nunca se da por rendido, por mucho que esté tieso. Y jamás se le verá hacer un mal gesto, tener una mala palabra, un desprecio hacia el rival o la grada.

Siente el madridismo en vena. Su rabia por una mala jugada de ataque en la última acción de los 90 minutos mostraba su hambre de victoria. Podía estar con la gasolina justa, pero no se iba a ahorrar un solo esfuerzo si, con ello, podía ayudar al Real Madrid. Puro sentimiento blanco en vena. Sus golpes sin control contra el pecho y el escudo tras marcar en la tanda de penaltis confirmaban ese sentimiento pasional que ayuda a un equipo a superar todo tipo de adversidades.

Es el caso diametralmente opuesto al de Vinícius: por manera de actuar, por comportamiento, por el ejemplo que ofrece y por la manera de sentir el madridismo. Para demostrar que eres el mejor hay que hacerlo en cada acción del juego, sin guardarse un gramo de energía, y no tantos gestos perdidos a la grada que no valen de nada. Los partidos se ganan en el césped y no con provocaciones. El mejor ejemplo en el que se debe de mirar Vinícius se sienta a su lado en el vestuario.

El Real Madrid logró otra épica clasificación a los cuartos de final de la Champions (1-0), un encuentro donde la tanda de penaltis fue decisiva para dar un nuevo éxito al conjunto blanco ante un Atlético al que le tiene cogida la medida. En un choque tan tenso, tan intenso y tan igualado, todos los focos recaían en un futbolista: Vinícius. Era el momento de ver qué cara ofrecía el brasileño y, de nuevo, volvió a decepcionar. Demasiados fuegos de artificio y escasa responsabilidad.

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