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Fragmentos de una semifinal de Champions del Real Madrid contra el City de Guardiola
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Fragmentos de una semifinal de Champions del Real Madrid contra el City de Guardiola

El Manchester City no tiene portentos físicos en el medio campo ni está capacitado para parar los tsunamis blancos. Vinícius, Valverde o Camavinga podrían marcar la diferencia

Foto: Guardiola rascó un valioso empate del Bernabéu. (Reuters/Isabel Infantes)
Guardiola rascó un valioso empate del Bernabéu. (Reuters/Isabel Infantes)

Hace unos días, en el partido de ida contra el Manchester City, se produjo un pequeño acontecimiento. Uno de esos que hace que todos se vuelvan durante unos segundos hacia el televisor. El tipo de cosas que silencian un bar. Mediada la primera parte, con el City echando fuego, Camavinga emprendió un viaje al más allá. Fueron unos metros llenos de decisión y potencia. Partiendo de banda, desde un sitio sin espacio, ni oxígeno, se encontró con un obstáculo. A su derecha estaba Modric, siempre en el foco de la jugada cuando está a punto de volverse grande. Camavinga le dio la pelota y Modric se la devolvió a la velocidad justa, con la temperatura adecuada, había transformado un balón en un destino.

El nubio francés siguió y siguió hasta que Vinícius cogió el testigo de su aceleración, y en el mismo paso, como si partiera de la naturaleza, dejó correr el balón y le pegó con violencia y con un poco ternura. De esa forma que solo los brasileños saben. Un dominio que empieza en la cadera y acaba en las pupilas de los espectadores. Pero fue esa pared con Modric, la que convirtió un lance de tantos en algo que estaba predestinado al gol. Toda la jugada estuvo encantada desde ese instante. Exactitud y belleza. Ningún equipo en el mundo convierte la materia anodina de la que está hecha la realidad en un suceso. Solamente el Madrid lo consigue. Y esa fuerza impredecible, está en el fondo de sus Copas de Europa.

placeholder Vinícius Júnior dinamitó el partido. (Reuters/Isabel Infantes)
Vinícius Júnior dinamitó el partido. (Reuters/Isabel Infantes)

Consternación

El Manchester City quedó trastornado desde ese momento. Siguió representando con aparente pasión su plan primigenio, pero no había peso en sus jugadas ni imaginación en sus futbolistas. Es un equipo que lleva muchos años dominando la Premier. La mejor liga del mundo, donde están todas las riquezas —o casi todas, faltan Mbappé y los blancos—, la que refunda el fútbol hacia la velocidad de la luz. Y ellos son la nueva aristocracia. Los más admirados. Los que mejor juegan, los hijos de una belleza como una trituradora. Están convencidos de su superioridad futbolística e incluso moral. Juegan para la historia y para provocar la admiración ajena.

Guardiola sabe muy bien cómo seducir a sus futbolistas y convencer al público de la gravedad del espectáculo. Y de repente se encuentran con el Madrid. El año pasado fueron vencidos por la mística y esas cualidades incorpóreas que nadie puede explicar. Un accidente. Este año salieron precavidos, sabían de la velocidad de Vinícius y el talento de los jugadores blancos. Sabían que el público iba a apretar. Lo que no sabían es que el cetro del fútbol no era suyo. Desconocían que se pudiera jugar de esa forma mágica y sutil, natural y definitiva, de la que el Madrid es capaz. Y eso los trastornó. Fueron despojados de su máscara.

placeholder Camavinga estuvo espléndido. (Reuters/Isabel Infantes)
Camavinga estuvo espléndido. (Reuters/Isabel Infantes)

Resistencia

El Madrid no hizo sangre. Siguió percutiendo al mismo paso, ampliando ligeramente el radio de acción de sus asesinos, pero sin querer dominar el cauce. No quería invertir los papeles que Guardiola y los señores de la previa habían dibujado con ahínco: Un equipo —el blanco— que iba a resistir y salir a la contra a través de Vinícius, con ese peligro sin automatizar. Se está cómodo ahí. El City estaba aturdido, pero sus jugadores conocían el plan. No se desordenaba ni caía en la depresión. El Madrid confió en su capacidad erosiva para ir decantando el gol por pura genialidad. Llegó el descanso.

placeholder Guardiola, en el Bernabéu. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Guardiola, en el Bernabéu. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Encantamiento

Del descanso surgió un tiempo renovado. Un Madrid más ágil y un City situado para contraatacar. Los blancos dominaban sin darle demasiada importancia. Comenzaron a surgir esos instantes que los poetas cursis bañarían en la luz de la luna. Combinaciones de una dificultad absurda. La nada y la jugada que aparece sin avisar. Rüdiger ataba en corto al gigante y los demás creían que el peligro había pasado. El público sonreía extasiado. Los dibujos animados que veía sobre el césped ante un equipo de Guardiola colmaban su capacidad de dicha. Cuando el Real se emociona, deja de afilarse en el área. Es uno de sus mandamientos históricos. Perdonar goleadas cuando el ensueño llama a su puerta.

Realidad

El City no se había dejado ir. No estaba comido por el miedo. Se sintió aturdido al comprobar que existía alguien más bello y más cruel. Pero estaba avisado por Guardiola. Esperaron a que en lo impredecible del Madrid, surgiera un agujero. Para el Real, sacar el balón al filo del abismo, es algo necesario. De ahí surge la ocasión, tan cerca siempre del peligro. Y el City aprovecha como nadie los errores en salida del balón, los balones perdidos por el centro. Ahí entran como el agua. Fluyen. Camavinga erró un pase y segundos después, el belga pelirrojo hacía las tablas con un disparo violentísimo desde la frontal.

Benzema

Karim hizo un partido impresionista. De aquellos de cuando Cristiano era la tempestad. Él se paseaba con una sombrilla pasándole la mano a las jugadas. Pero ya no le llega para el gol. Le sobran unas décimas y en el último tercio del encuentro se le vio cansado. Cansado de verdad. Todos lo estaban, pero era Karim el que poseía la llave de la victoria. Y no tuvo fuerzas para arrojarla desde las almenas.

placeholder Benzema se quedó corto. (Reuters/Isabel Infantes)
Benzema se quedó corto. (Reuters/Isabel Infantes)

La paz

Con un ojo mirando a retaguardia, el Real conservó el dominio hasta el final. No estaba enfadado consigo mismo —se conoce demasiado bien— y quería ganar planeando como un águila un poco perezosa que se resiste a abalanzarse sobre su presa.

Una debilidad

Otra de las constantes históricas del Madrid es jugar con un mediocentro posicional. Muy posicional. Xabi Alonso, Redondo, Casemiro. Esa gente está enseñada a barrer la frontal del área propia. En su orfandad, nos disparan a bocajarro desde ese lugar tan peligroso. Como vuelve Militao y Rüdiger no se irá. Alaba pasará al lateral izquierdo y Camavinga se pondrá a dictar las normas desde el mediocentro. La debilidad quedaría sellada, pero el joven genio francés también pierde balones ahí. Y el técnico catalán, lo sabe.

Una fortaleza

En el Madrid, no solamente la contra es letal, también lo es un tipo de transición veloz y con tendencia a lo genial, que ocurre una docena de veces por partido. El City no tiene portentos físicos en el medio campo ni está capacitado para parar, ni siquiera para paliar, esos pequeños tsunamis que se ponen en marcha de cualquier manera y por cualquier jugador. Puede ser una cabalgada de Camavinga o de Valverde. Un pase en diagonal de Kroos a un Benzema haciendo de plataforma petrolífera. Un envío en largo de Alaba o de Militao a Vinícius o Rodrygo. Una serie de paredes geométricas seguidas de una conducción y esos regates de los brasileños. El sentido aventurero de Carvajal. Cualquier aventura de Vinícius. El City no sabe ni puede parar eso. Y eso será una amenaza desde el minuto 15 hasta el 95.

La tormenta

El City, como todos los equipos de Pep, tendrá una puesta en escena arrasadora. Lo hacía con el Barça. Y aquella vez con el Bayern. Lo repitió el año pasado y sacó dos goles de esos momentos donde sus jugadores parecen un enjambre y las líneas de pase se multiplican hasta el infinito. Y lo hará de nuevo. Pero no tiene energía para doblegar el tiempo y el espacio más allá de 20 minutos. Ese será el límite. Luego son un gran equipo normal. Bien construido. Con el ánimo de los que quieren lograr algo grande. Con muy buenos jugadores que saben tomar decisiones correctas. Con alguien en la banda que lee perfectamente lo que está pasando en el césped. Sin genios. Sin un espíritu que vaya más allá de la lógica. Con un plan de hierro que tiene muchas variantes. Pero no todas las variantes.

placeholder El partido del año. (Reuters/Carl Recine)
El partido del año. (Reuters/Carl Recine)

Porque la variante final la tiene el Madrid. El destino de la eliminatoria lo dictará el equipo blanco. Y eso lo saben todos y Guardiola intentará ocultárselo a sus pupilos. Los jugadores del City no pueden saber que los reyes no vienen de Oriente sino de Chamartín. Y que el fútbol es aquello que ocurre cuando Kroos, Modric y Karim se encuentran sobre el césped y dialogan con los santos. Desde su ignorancia y desde su plan sin fisuras, el City puede ganar. Están en casa. Son muy buenos. Tienen ganas. La cuestión es a quién tienen enfrente. El famoso mar de una profundidad insondable. El equipo blanco. Una vez más. Que llega al altar del sacrificio. Su sitio predilecto.

Y no hay más que decir.

Hace unos días, en el partido de ida contra el Manchester City, se produjo un pequeño acontecimiento. Uno de esos que hace que todos se vuelvan durante unos segundos hacia el televisor. El tipo de cosas que silencian un bar. Mediada la primera parte, con el City echando fuego, Camavinga emprendió un viaje al más allá. Fueron unos metros llenos de decisión y potencia. Partiendo de banda, desde un sitio sin espacio, ni oxígeno, se encontró con un obstáculo. A su derecha estaba Modric, siempre en el foco de la jugada cuando está a punto de volverse grande. Camavinga le dio la pelota y Modric se la devolvió a la velocidad justa, con la temperatura adecuada, había transformado un balón en un destino.

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