El Real Madrid y una inyección de cafeína
Sí, Dortmund no es el mejor lugar ni el mejor momento para jugar en un sitio donde jamás se ha ganado, pero claro, ganar donde nunca se ha hecho antes probablemente sea el mejor revitalizante
El segundo palo de Pedraza cuando agonizaba el partido resonó con contundencia en los tímpanos de Zinédine Zidane. Cuando el balón se estrelló en la base del poste a solo un cuarto de hora de la conclusión, el Madrid temblaba, el canguelo se apoderaba de él. ¿Y si de repente el Barça se pone a 9 puntos? No habría sido alocado pensarlo. No jugó bien el Madrid en Vitoria. Ganó, que al final es lo que se suma a la clasificación, claro, pero la consecuencia a largo plazo de lo que está mostrando en el terreno de juego recientemente es que en otros días, ese remate ante una mala salida del portero pueda acabar dentro en vez de fuera y el titubeo se convierta en histerismo.
A la vista de lo acaecido contra el Betis, la preocupación en el Real Madrid era, en realidad, inexistente. Sí, se había creado una distancia con el liderato demasiado amplia para las pocas jornadas que se han disputado del campeonato, pero no había un alarmismo emergente, pues el equipo había jugado un partido bastante serio, las ocasiones de gol se fueron sucediendo una detrás de otra y sí, no entraron, pero la sensación que quedó en el paladar no fue del todo amarga, mucho menos sabía a podrido. El Madrid estaba vivo y tuvo un accidente de circulación que apenas supuso daños materiales. No había que lamentar víctimas. Al contrario, en Álava, el equipo desafinó, como si se hubiera olvidado de la partitura que antes recitaba de memoria y sin esfuerzo.
Desde antes de comenzar la competición oficial, a Zidane se le cuestionaba sobre el dibujo que iba a emplear este año y si había llegado el momento de renunciar a los tres atacantes fijos arriba por un estilo un poco más asociativo, que tan fantástico resultado daba cuando se ausentaban piezas importantes y titulares indiscutibles. Esos momentos en los que la personalidad del Madrid no cambiaba jugase quien jugase le otorgaron al equipo una fiabilidad que pocos clubes en el mundo podrían tener, tanto con la primera fila como con los que juegan menos. El día en que el entrenador eligió para reestructurar la alineación, esa virtud majestuosa no estuvo presente por ningún lado.
En Mendizorroza, en el Madrid descansaron Bale y Modric y no estuvieron Marcelo, Kroos y Benzema por lesión, por lo que futbolistas en teoría secundarios tuvieron los minutos que el año pasado disfrutaban, por ejemplo, James y Morata. Destacó por encima de todos Dani Ceballos por sus dos goles y el de siempre, Isco Alarcón. En un momento poco vistoso y eficiente de Marco Asensio, el Madrid no se sintió cómodo en prácticamente ningún instante contra el colista, que le marcó el primer gol que hacía en lo que va de temporada y que por poco no sumó su primer punto. Mientras, futbolistas como Carvajal está desde ya aglomerando minutos en su cuenta personal por la desconfianza que siente el entrenador marsellés en su relevo natural, Achraf Hakimi, que a sus 18 años es el jugador más joven del primer equipo del campeón de Europa.
Ni siquiera una demostración de solvencia tal como la de San Sebastián ha devuelto al Madrid a la senda de la confianza, de la que le desvió el Valencia. Incluso ese día, el del empate a dos en el Bernabéu, el Madrid no hizo un mal partido. La sencillez con la que el equipo ha parecido descomponerse es incluso más extraña e inquietante que la propia ausencia de juego y, al menos en casa, de resultados. No hay un elemento evidente que señalar como responsable de la imagen contradictoria del equipo en este mes de septiembre. Ha habido bajas, sí, pero incluso sin jugadores indispensables los blancos funcionaban como un reloj y no echaban de menos a nadie. Y las rotaciones se han producido y se producirán a lo largo del año, y las mismas han sido básicas para el correcto desarrollo de la temporada pasada.
Quizás sea lo menos recomendable en estos momentos, pero hay que visitar el Signal Iduna Park, o lo que es lo mismo, el Westfallenstadion, territorio comanche en la historia madridista. Últimamente, jugar en Alemania no ha sido un 'vía crucis' merengue. Ganar en Múnich antes era tan factible como ver un cerdo volando sobre el Bernabéu, como diría John Benjamin Toshack, pero se le ha cogido el punto, el tranquillo y ahora en la capital bávara los madridistas se sienten tan cómodos como recostados en el patio de su casa. Allí, en Múnich, el Madrid ha hecho el ridículo con constancia, como si fuera eso en lo que consiste esto, al igual que sucede todavía en Dortmund. El Borussia Dortmund es uno de los equipos más en forma del planeta. El Madrid es el mejor equipo del planeta. Y dos momentos muy diferentes de ambos. Sí, no es el mejor lugar ni el mejor momento para jugar en un sitio donde jamás se ha ganado, pero claro, ganar donde nunca se ha hecho antes probablemente sea el mejor revitalizante posible, algo así como una sobredosis inyectada vía intravenosa de cafeína.
El segundo palo de Pedraza cuando agonizaba el partido resonó con contundencia en los tímpanos de Zinédine Zidane. Cuando el balón se estrelló en la base del poste a solo un cuarto de hora de la conclusión, el Madrid temblaba, el canguelo se apoderaba de él. ¿Y si de repente el Barça se pone a 9 puntos? No habría sido alocado pensarlo. No jugó bien el Madrid en Vitoria. Ganó, que al final es lo que se suma a la clasificación, claro, pero la consecuencia a largo plazo de lo que está mostrando en el terreno de juego recientemente es que en otros días, ese remate ante una mala salida del portero pueda acabar dentro en vez de fuera y el titubeo se convierta en histerismo.