Todo lo que esconde la sonrisa de Dani Alves
El lateral de la Juventus, con mil batallas libradas contra el Real Madrid, asegura que estudia con ahínco a sus rivales antes de cada partido. Su historia personal muestra afán de superación
Dani Alves tiene dos caras, y aunque esto suela tener connotaciones negativas, no es necesariamente el caso. La imagen pública del lateral brasileño es cristalina. Se muestra guasón, disfrutón, despreocupado, un poco dejado, con ganas de mambo. De esos hombres que nunca se muerden la lengua ni evitan una situación incómoda. En la vida como en el fútbol, pues como lateral también es así, alegre por encima de todo, de los que no se piensa dos veces subir al ataque y, en ocasiones, no recuerda que técnicamente es un defensa. Un lateral brasileño.
Pero mirar a Alves y solo ver eso es quedarse en la superficie, algo que él mismo fomenta con su actitud, quizá como estrategia, probablemente por naturaleza. "Os voy a contar un secreto. Antes de jugar contra los mejores delanteros del mundo -Messi, Neymar, Cristiano- estudio sus fortalezas y debilidades como una obsesión y luego planeo como atacarlas. Mi objetivo es mostrarle al mundo que Dani Alves está al mismo nivel. A lo mejor ellos me regatean una o dos veces, vale, está bien, pero yo les atacaré a ellos también. No quiero ser invisible, quiero estar en el escenario, incluso a los 34 años quiero probar que aún puedo hacerlo", explica el lateral esta semana en un extenso artículo en The Players Tribune.
Ya lo dice él, sorpresa. Ese jugador despreocupado, un punto anárquico, se pasa días y días registrando los movimientos del rival. Viendo vídeos, buscando las carencias y las maneras de atacarles. No, no debería ser tan extraño, los que llegan alto siempre tienen a su lado un punto de preocupación por su profesión. Lo que pasa es que, como ocurre en todos los campos, unos lo son y otros solo lo aparentan. Alves no parece vivir obsesionado con el fútbol, pero para llegar a los 34 títulos que tiene profesional -un dato que repite machaconamente en su tribuna- ha tenido que entregar su vida a su oficio.
A estas alturas ya le queda poco por demostrar. Cuando salió del Barcelona lo hizo con cierto enfado, especialmente con los directivos del club que, tácitamente, le estaban contando que ya no valía para esto, que se ha hecho mayor y eso se nota. Alves, que cuando se enfada es muy suyo, decidió que les iba a demostrar que nada más lejos de la realidad. Y lo ha hecho, es uno de los mejores jugadores de la Juventus, finalista en la Champions, campeón de Liga y Copa. Con revancha incluida por el camino: "El partido del Camp Nou no era una broma, aunque la gente me vea y diga que no soy serio. No lo era, especialmente no para mí".
La Juve ganó, por eso está en Cardiff. Alves estuvo entre los mejores. Antes del partido repitió sus rutinas que también explica en su artículo. No es de los que da saltos o se santigua, al menos, eso no es lo suficientemente importante para contarlo. Lo que sí ve necesario explicar son esos cinco minutos en los que cierra los ojos y repasa su vida.
La infancia de Alves
Sorpresa, otra sorpresa. El carácter de Alves se forjó en la pobreza, en la dureza, en un ambiente complicado aunque familiar. "En la primera escena tengo diez años y duermo en una cama de cemento en nuestro diminuto hogar en Juazeiro, el colchón no es más profundo de un dedo, la casa huele a tierra mojada y aún está oscuro fuera. Son las cinco de la mañana, pero tengo que ayudar a mi padre antes de ir a la escuela", rememora Alves.
No termina ahí la cosa. "Mi padre utiliza un fertilizante para matar las bacterias, es probable que mi hermano y yo fuéramos demasiado jóvenes para esas toxinas, pero le ayudamos igualmente. Es nuestra manera de sobrevivir, durante horas compito con mi hermano a ver quién trabaja más duro, porque nuestro padre decidirá quién le ha ayudado más y ese tendrá el derecho de ir al colegio en nuestra única bicicleta", explica el lateral brasileño.
Ir en bici marca la diferencia. Es llegar a tiempo al partido de fútbol de la tarde. También es ser "el hombre", según sus propias palabras. "Puedo tener a las chicas, las puedo recoger por la calle y llevarlas al colegio", explica Alves, que tampoco se ha cortado nunca en su interés por resultar sexi. Es parte del envoltorio, la fachada del lateral, la que esconde ese niño que ayudaba a fumigar los campos, también tiene que ver con esa manera de ser fuera del campo.
Ese niño ha crecido, tiene 13 años y su padre toma una decisión: le va a llevar a ciudades más grandes para probar que es un gran jugador de fútbol. El progenitor de Alves era un buen futbolista, uno sin oportunidades. Eso no le pasaría a su hijo. Ahí empieza la carrera, la del niño que llega a una academia en la que está hacinado con otros, al que le roban su único recambio de equipación. El niño que piensa en volver pero no lo hace porque, sobre todo, no quiere decepcionar a su padre. "Si él es un luchador, yo también".
El resto es algo más conocido. Con 18 años alguien le dice que se va a ir al Sevilla y él miente. No tenía ni la más remota idea de dónde estaba la ciudad, pero le valía para salir de ahí. Además, tampoco iba a decirle nada al agente que había conseguido llevarle a Europa. Se enteró después de que ese equipo jugaba contra el Madrid y el Barcelona. Suficiente, tampoco pedía más. Él ya haría el resto. Pasó unos meses en el banquillo, sin opciones. Pero él no iba a rendirse tan rápido.
Los inicios con Caparrós
Alves se encontró a Joaquín Caparrós como técnico y lo primero que le dijo el de Utrera es que en su Sevilla el lateral se quedaba quitecito en su banda a la espera de que llegue el extremo para defenderle. Al brasileño, que en su propia confesión recuerda que llegó muy corto de peso, casi desnutrido, aquello le sonó a chino. Así que un día, sin preguntar, simplemente se pasó el partido subiendo la banda. Y Caparrós, que es conservador pero no tonto, terminó dándole licencia para hacer daño desde su posición. Cuando un jugador tiene esa capacidad lo mejor es no restringirle.
Después el Barcelona, los títulos, Guardiola, Messi... una carrera llena de éxitos, con Champions, con ligas, con recuerdos de leyenda. También con piques con el Real Madrid. Porque ser jugador del Barça, especialmente si uno es como Alves, obliga a mirar de reojo al rival. La identidad azulgrana se asienta también en la existencia del máximo rival. Y viceversa.
Lo curioso es que Alves estuvo cerca de haber fichado por los blancos. Se interesaron por él, negociaron, pero finalmente termino de azulgrana. "Tuve suerte, desde que llegué he conseguido todo lo que podía conseguir, allí no lo habría conseguido", rememoraba hace un año el lateral. Sobre el amor a los colores y demás, él tampoco se quiere engañar: "Somos profesionales, no aficionados, nos enamoramos de los sitios en función de lo que vivimos y de cómo nos tratan. Yo soy aficionado del Bahía y del Sao Paulo", ha llegado a decir.
Alves, que se toma muy en serio lo suyo aunque lo tome de broma, no se ha cortado nunca en cargar contra el Real Madrid. Sergio Ramos tenía esta semana que decir que no tiene problema alguno en saludar al lateral de la Juventus, y eso solo quiere decir que tienen un pasado juntos. Cuando el central blanco fue pitado en el Pizjuán él se quedó dolido porque aún se considera sevillista. Alves, que también pasó por esa casa, dijo que sevillista sí pero no para tanto, que no era una leyenda en esa casa. También las ha tenido con Cristiano, que se negó a darle la mano en la última gala de la FIFA. "No me gusta cómo es su postura pero yo respeto su vida. Mi historia en el fútbol va más allá de hablar de él", comentó tiempo después Alves.
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Alves es así, el que se disfraza de mujer después de perder un partido, el que habla de la independencia de Cataluña sin pelos en la lengua y quien vio llorar a su padre, orgulloso, después de una final de Champions. También es, a sus 34 años, uno de los pilares de la Juventus, un equipo que ha descubierto este año que el fútbol también puede llegart desde las orillas del campo. Todo eso y mucho más tiene acento brasileño, ojos claros y una guasa que esconde algo más que un jugador.
Dani Alves tiene dos caras, y aunque esto suela tener connotaciones negativas, no es necesariamente el caso. La imagen pública del lateral brasileño es cristalina. Se muestra guasón, disfrutón, despreocupado, un poco dejado, con ganas de mambo. De esos hombres que nunca se muerden la lengua ni evitan una situación incómoda. En la vida como en el fútbol, pues como lateral también es así, alegre por encima de todo, de los que no se piensa dos veces subir al ataque y, en ocasiones, no recuerda que técnicamente es un defensa. Un lateral brasileño.