Cuando el éxito te devora: el Leicester se desangra y el vestuario grita contra Ranieri
El campeón inglés es una sombra. Eliminados de la Copa por un Tercera y tras cinco derrotas seguidas en liga, acusa la tensión existente entre sus estrellas y el entrenador italiano
Protagonista de la mayor gesta futbolística de los últimos tiempos, el hasta hace poco maravilloso Leicester se desangra entre derrotas humillantes, como la del pasado sábado en la FA Cup con el Millwall, y movidas intestinas. Con este desolador panorama aterriza el actual campeón de la Premier League en Sevilla para tratar de seguir alimentando su sueño europeo, único frente en el que la escuadra de Claudio Ranieri ha enseñado en el presente curso ese insaciable colmillo que le llevó hace menos de un año a pasar por encima de todos los grandes del balompié sajón hasta el punto de coronarse, contra el más optimista de los pronósticos, rey de Inglaterra. De la gloria al infierno en apenas ocho meses, hasta el punto de que el núcleo duro del vestuario haya pedido la cabeza del laureado entrenador al presidente.
[El mejor Sevilla de la historia no tiene quien le cante: huelga en la grada]
Si el cierre de 2016 dejó a los ‘Foxes’ un sabor netamente amargo, el arranque de 2017 ha servido para confirmar la peor de las noticias: este Leicester sólo se asemeja al del pasado ejercicio en el color de las camisetas. En apenas mes y medio los de Ranieri acumulan cinco derrotas consecutivas en liga (sólo concedieron tres en la 2015-16), habiendo sido incapaces de cantar un gol en Premier desde que se estrenó el año (610 minutos). Su último punto en el campeonato doméstico data del 31 de diciembre, lo que les ha relegado hasta las profundidades de la tabla, apenas un punto ya por encima del descenso directo. Para colmo de males, un Tercera les acaba de apear de la Copa en los octavos de final jugando la mitad del choque con un hombre menos…
Malos hábitos
Demasiadas calamidades en tan corto espacio de tiempo para justificar desde un prisma estrictamente deportivo. “Así no podemos seguir. Quizás he sido demasiado fiel a mis jugadores, les he dado demasiadas libertades. Ahora eso va a cambiar”. Las palabras de Ranieri después de caer en Gales ante el Swansea, en la última entrega liguera, airearon el abrupto cambio de rumbo que han dado estos últimos meses las relaciones entre el gran artífice del ‘milagro’ en el King Power Stadium y sus pupilos. De irse a comer pizza juntos cada vez que mantenían la puerta a cero, invitados por ‘King Claudio’, se ha pasado a una atmósfera ‘bajo cero’ provocada, según parece, por la ‘estricta’ metodología de trabajo del ex técnico del Valencia y Atlético, la misma por otra parte que les llevó no hace mucho a tocar el cielo con las manos y, de paso, mejorar sustancialmente sus contratos, por no hablar del prestigio que supuso para sus carreras conquistar la Liga inglesa y disputar, por vez primera en la mayoría de los casos, la Liga de Campeones.
El epicentro del problema estaría en las sesiones de táctica que el italiano diseña una vez por semana. Les resultan repetitivas y aburridas, aunque su duración no suele superar los 20 minutos precisamente para evitar el tedio en una plantilla que hace año y medio llegó a una entente cordial con Ranieri para mantener sus tradicionales usos y costumbres a la hora de encarar la semana laboral. En otras palabras, gozar de un par de jornadas libres (el día posterior a cada partido y los miércoles que no haya competición). Los brillantes resultados del año pasado validaron una fórmula que ahora ha saltado por los aires por mor de todo lo negativo que está aconteciendo sobre el verde. Donde antes sacaban petróleo rematando lo justo a portería, ahora se muestran incapaces de acertar entre los tres palos pese a gozar de un mayor número de ocasiones. Por contra, la defensa, otrora inexpugnable, hace aguas a las primeras de cambio.
El núcleo duro
La tensión entre el núcleo duro del vestuario ‘fox’ (Vardy, Drinkwater, Morgan, Albrighton y Mahrez) y el preparador italiano habría llegado hace una semana hasta el despacho del propietario del club, el tailandés Vichai Srivaddhanaprabha, con una supuesta petición en firme de los sublevados: la cabeza de Ranieri. Empero, el multimillonario asiático, que nunca podrá agradecer lo suficiente a Claudio lo que le ha hecho vivir en los últimos tiempos, les recordó sus obligaciones antes de otorgar públicamente su confianza en el estratega romano… al menos de momento, porque el hecho de hacerlo suele interpretarse como el paso previo a la destitución. El propio Ranieri no tardó mucho en depurar responsabilidades, dejando a los ‘amotinados’ en el banquillo en el duelo copero, en el que sólo el joven Gray repitió en el once de salida con respecto al equipo que cayera ante el Swansea. El trascendental choque europeo ante el Sevilla fue el motivo oficial para tanto cambio, pero es evidente que hubo algo más.
Por desgracia para el ganador del trofeo al mejor entrenador del mundo en 2016, el fondo de armario de los ‘Foxes’ ni está, ni se le espera. Los Ndidi, Mendy, Gray, Chilwell o Musa no han sabido aprovechar las oportunidades recibidas en las semanas precedentes a tenor del bajísimo estado de forma de sus primeros espadas, desaparecidos en combate hace meses. Además, la marcha de Kanté al Chelsea se está dejando sentir mucho más de lo que se esperaba. Sin el francés partiendo y repartiendo el bacalao, el medio campo del Leicester es un coladero desde el primer minuto al último, recordando a aquel equipo que, a estas alturas hace dos años, se debatía entre la vida y la muerte precisamente por carecer de músculo y carácter en la Santa Bárbara.
The Den pareció Wembley en la famosa final de 1923. Policías a caballo en el verde para impedir q el pique entre hinchas fuera a más #FACup pic.twitter.com/FpEd25UBi4
— David Ruiz (@azalkmaar67) February 18, 2017
Duro ridículo
Ranieri, a quien el mosqueo no se le borra de su otrora risueño rostro, puso el dedo en la llaga el pasado sábado tras el ridículo vivido en The Den, el hogar del corajudo y batallador Millwall, un espejo en cutre, pero espejo al fin y al cabo, de lo que fue su propia escuadra durante la mágica campaña anterior. “El año pasado ganábamos este tipo de partidos porque los jugamos con más corazón que nuestros rivales. Quiero hablar con mis jugadores y decirles que tenemos que aprender de lo que nos ha enseñado el Millwall. ¿Quién quiere luchar? ¡Decidme! Ahora tenemos que pelear a muerte cada partido. Necesito soldados. Necesito gladiadores”, apuntó.
Con semejante incendio volando a 9.000 metros de altura en dirección a la Península Ibérica, la pregunta del millón está en saber qué versión del Leicester City se verá en el Sánchez Pizjuán: la que solventó con relativa facilidad la fase de grupos doblegando al Porto, Brujas y FC Copenhague; o la depauperada y lastimosa de las últimas semanas, incapaz de hacer un gol ni a su propia sombra. El escenario, qué duda cabe, se perfila ideal para edificar una reacción inmediata que corte de raíz la hemorragia de resultados negativos en la que andan sumidos los ingleses. Y es que Europa es, en el fondo, el único salvoconducto que puede garantizar la continuidad de un Ranieri que sigue gozando del respeto y admiración de la hinchada del Leicester (su nombre fue coreado desde la grada un par de veces en la tarde negra de Millwall), pero que necesita recuperar con urgencia los favores del vestuario para sobrevivir al asedio del Sevilla de Sampaoli.
Protagonista de la mayor gesta futbolística de los últimos tiempos, el hasta hace poco maravilloso Leicester se desangra entre derrotas humillantes, como la del pasado sábado en la FA Cup con el Millwall, y movidas intestinas. Con este desolador panorama aterriza el actual campeón de la Premier League en Sevilla para tratar de seguir alimentando su sueño europeo, único frente en el que la escuadra de Claudio Ranieri ha enseñado en el presente curso ese insaciable colmillo que le llevó hace menos de un año a pasar por encima de todos los grandes del balompié sajón hasta el punto de coronarse, contra el más optimista de los pronósticos, rey de Inglaterra. De la gloria al infierno en apenas ocho meses, hasta el punto de que el núcleo duro del vestuario haya pedido la cabeza del laureado entrenador al presidente.