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Saúl se acostumbra a ser el héroe inesperado del Atleti en momentos que merecen la pena
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otro gran gol tras una temporada de dudas

Saúl se acostumbra a ser el héroe inesperado del Atleti en momentos que merecen la pena

El canterano Saúl ha vivido una temporada irregular en la que incluso llegó a verse fuera de las alineaciones de Simeone, pero cuando llega el momento de la verdad, siempre cumple

Foto: Saúl volvió a aparecer en un partido clave. (Wolfgang Rattay/Reuters)
Saúl volvió a aparecer en un partido clave. (Wolfgang Rattay/Reuters)

La incertidumbre estaba instalada en el Atlético de Madrid. Era imposible prever qué versión rojiblanca se vería en los partidos que le tocaba jugar, pues un día podía saltar al campo ese único equipo que ha puesto en duda la supremacía de Real Madrid y Barcelona en España y en Europa, o bien perfectamente podía tocarles jugar a los jugadores que habían olvidado cómo era eso de ser impermeables a la presión y al rival. Esta doble vida constante lo ha alejado de la lucha por uno de los títulos en juego y le ha arrebatado otro. Queda uno. El más grande. El que todos quieren en ese club, más incluso que respirar. Y ahí, en esa situación extrema, cuando el deseo les arde por dentro, aparecen las certezas.

Foto: Griezmann marcó el 0-2 tras un gran contragolpe de Gameiro (Wolfgang Rattay/Reuters).

A pocos en el vestuario colchonero les ponen más los partidos gordos que a Saúl Ñíguez. Le varían el ademán, transformándose en una versión superior de sí mismo, como una mutación que lo hace mejor jugador. Esa es una cualidad (o un déficit, según se aprecie) que reside en su propia mente, forma parte de una personalidad destinada a llevar a este chico de Elche a la gloria del fútbol mundial.

Hay ciertos días, muy de vez en cuando, que Saúl no parece estar en el campo, cuando realmente sí, ahí está, con el '8' a la espalda, con el peso que ese dorsal tiene en la historia reciente del Atleti. Pero, pese a que ha sido alineado, no luce en el centro de la cancha. De alguna manera, su presencia se diluye en el discurrir del juego, como si el partido no fuera con él. Eso ocurre en días de carril, es decir, partidos de esos que hay que jugar porque lo manda el calendario, pero que tampoco inspiran una motivación especial. Al final, esos son la mayoría, porque los que realmente merecen la pena se cuentan con los dedos de una mano, y precisamente por eso son especiales, si fueran mayoría, su exclusividad no existiría.

Pero su juego es tan diferente al de sus compañeros, tan singular, que al final acaba jugando siempre, o casi siempre. Solo él sabe con exactitud cuánto le costó entrar en el baile de Simeone. Al Cholo no le gustaba. No le convencía para ser un jugador indispensable en su equipo y apenas contaba con él cuando regresó al Atlético tras una grandísima temporada en el Rayo Vallecano. En el barrio, Saúl jugó de todo. A Jémez le sirvió en todas las posiciones del centro del campo y también como central. A casa volvía como centrocampista, y esa demarcación era, probablemente, la que mejor cubierta estaba de todas. Tiago, Gabi, Koke, Raúl, Mario, Arda... Había mucho donde elegir, y Saúl pensó que él no sería el elegido siempre, o casi siempre. Y dijo: "Pues me voy".

De la que se libró... El chico quería irse al Valencia. Los ches estaban en un buen momento dentro del despiporre constante que viven en Mestalla, se habían metido en Champions, el público no pitaba todos los días y había dinero en un banco de Singapur. A Nuno le gustaba Saúl, y a Saúl le gustaba el Valencia, donde sí iba a ser todo lo indiscutible que quisiese. Y el Atleti dijo: "Pues no te vas".

Y no se fue. Al Cholo le acabó entrando el chico más por obligación que por vocación (ni la chilena al Madrid le acabó de convencer), pero desde el club estaban convencidos desde que se lo birlaron al Real Madrid de que iba para estrella. En las oficinas le defendieron a capa y espada, sabedores de que estaba hecho para triunfar en el primer equipo y se negaron a dejarle ir. Algo que a la segunda solo pudo frenar una desgracia. Se lesionó Tiago y cuando el Arsenal llamó a la puerta, se la encontró cerrada por derribo.

La necesidad hizo que Saúl fuera jugando cada vez más, y cada vez siendo más y más importante, hasta convertirse en indispensable. Nadie se podría haber imaginado un once del Atlético en la final de Milán sin Saúl en él. Y pensar que cinco meses antes tenía apalabrada su marcha. No solo siguió en el Atlético, sino que gracias a él, se pudo jugar ese último partido maldito de la historia rojiblanca. Aquel gol de videojuego al Bayern en la ida de semifinales forma parte ya de la leyenda atlética, y le hizo ganarse el respeto y la admiración de todo un club como el muniqués. Ese era un día grande, de los que realmente cuentan. Y ahí estaba él, saliendo de tres regates y clavándosela en la base del palo a uno de los mejores porteros del mundo. Y aún jugando con la Sub-21, es decir, lo que le queda por delante.

Este año, su papel ha sido más secundario. No porque haya jugado menos, sino porque su influencia en el juego se ha visto reducida. Influye, indudablemente, que el propio Atlético no ha tenido claro, en absoluto, a qué jugar esta temporada. Y en esa disyuntiva, Saúl se ha diluido. Pero en Leverkusen vimos un Atleti reconocible, al de siempre, al que se defiende pero que te mata en una contra o con una acción soberbia. Y cuando el equipo se define, lo que suele pasar en los días grandes, Saúl agarra el partido por la solapa y le dice que le pertenece. Sin el preciosismo del tanto contra el Bayern, el que abrió el marcador recuerda a aquel en la valentía y la clase con que se ejecutó. El Atleti estalló en Leverkusen, Saúl fue el detonante.

La incertidumbre estaba instalada en el Atlético de Madrid. Era imposible prever qué versión rojiblanca se vería en los partidos que le tocaba jugar, pues un día podía saltar al campo ese único equipo que ha puesto en duda la supremacía de Real Madrid y Barcelona en España y en Europa, o bien perfectamente podía tocarles jugar a los jugadores que habían olvidado cómo era eso de ser impermeables a la presión y al rival. Esta doble vida constante lo ha alejado de la lucha por uno de los títulos en juego y le ha arrebatado otro. Queda uno. El más grande. El que todos quieren en ese club, más incluso que respirar. Y ahí, en esa situación extrema, cuando el deseo les arde por dentro, aparecen las certezas.

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