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De la superioridad rojiblanca en Milán a la sonrisa imborrable del madridismo
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De la superioridad rojiblanca en Milán a la sonrisa imborrable del madridismo

La afición del Atlético de Madrid volvió a mostrar que no tiene nada envidiar a ninguna otra, pero cuando llegó la hora de la verdad no pudo borrar la eterna sonrisa del Madrid

Foto: La afición del Atlético de Madrid sufrió en Milán un nuevo y duro desencanto (EFE)
La afición del Atlético de Madrid sufrió en Milán un nuevo y duro desencanto (EFE)

Si alguna vez has acudido a un partido de élite, comprenderás lo que es estar en una final de la Champions League, pero te quedarás todavía lejos de las sensaciones que se experimentan viendo en vivo al capitán del equipo levantar la Copa de Europa. La felicidad del prójimo acaba por contagiar. Sergio Ramos alzó el trofeo por segunda vez, ahora como primer capitán. Fue el primero en tocarlo, ningún compañero quiso mancillar ese honor, y mientras se acercaba el trofeo, los demás se apartaban hasta ver por fin a su líder, al asesino de finales, hacer lo que todo futbolista (y los que no son futbolistas) ha soñado alguna vez con hacer.

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Suceden muchas cosas alrededor de la final. Para un periodista es una locura, en cierta manera. Son horas y horas de trabajo, de moverse de un lugar a otro, y más con una organización un poco extraña. Me explico: el viernes, el ‘Match-Day -1’, como lo llama la UEFA, estaba prevista la rueda de prensa de Simeone a las 12:30 del mediodía, pero el entrenamiento del Atlético era a las 17:45. Y entre medias, a las 16:00, se disputaba el partido de leyendas. Llegar a todo (San Siro está a 45 minutos en transporte público) se antojaba complicado. Se hizo, con sudores, largos paseos y cierto nivel de agobio nada aconsejable.

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El día de partido es diferente. Aunque parezca mentira, conlleva menos esfuerzo físico y se disfruta más. Es imposible no saborear una ciudad enorme plagada de aficiones que nos son familiares. Es una manera pacífica y temporal de conquistar un feudo extranjero. En Milán, estos días ha sido más sencillo encontrar por la calle a un hispanohablante que a un italiano. Y lo normal era que, si bien se veía igualdad de colorido, se oyese muchísimo más a la afición del Atlético de Madrid, más motivada, más cantarina, más ingenua sobre lo que estaba por venir. Nadie le quitará a esa gente, pese a la derrota, los buenos momentos que han pasado saboreando la cerveza italiana (y bebidas espirituosas internacionales) y los lugares más emblemáticos de la capital de la Lombardía.

placeholder Cibeles fue tomada por los madridistas (REUTERS Paul Hanna).
Cibeles fue tomada por los madridistas (REUTERS Paul Hanna).

Lo de ‘lugares’ en plural es una manera de hablar, en verdad. Porque solo hubo un lugar colapsado: el Duomo. Es bastante habitual que gente que no conoce Milán se vaya de ella diciendo que tiene el Duomo y poco más, que es una ciudad triste, poco italiana. Pero Milán tiene mucho más. Resultaba sobrecogedor que un sitio de tanta belleza como los ‘Navigli’, la zona de canales de la ciudad, estuviera sin un solo aficionado. Y sin embargo, otra parte más apartada, y menos conocida, como el Piazzale Loreto (donde fue colgado Mussolini con su mujer y sus hombres de confianza) o Basiglio, un pueblo a las afueras de Milán, sí contase con camisetas blancas y rojiblancas.

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La parte bonita es ya en el estadio. Ver cómo se llena poco a poco cada asiento hasta no dejar ni uno vacío, cómo van subiendo los decibelios de los gritos de las aficiones y todo se va preparando para que, en un momento dado, los jugadores salten al campo a calentar. Y en medio de la parafernalia, un mensaje desde la megafonía: “Por favor, los padres de Ahmed pueden pasar a recogerlo por el punto de seguridad”. Un niño perdido y en la grada solo le importaba a los padres de Ahmed. No se volvió a repetir, así que da a suponer que se encontró la familia, felizmente.

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La actuación musical, y todo este tipo de ceremonias de apertura y de clausura, tiene un toque patético por lo poco que encajan en el ambiente de un partido de fútbol. ¿De verdad era necesario cubrir todo el césped con una alfombra azul y montar un escenario para que Alicia Keys cantara sus clásicos? Los futbolistas apenas podían hacer sus carreras habituales antes de empezar porque costó retirar todo el material. Andrea Bocelli demostró desde el palco que no hacía falta montar ningún ‘follón’ para cantar. Aunque su versión pisando el himno oficial de la Champions League resultó, cuando menos, extraña. Será que estamos demasiado habituados a oír el himno sin interferencias italianas…

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Y el partido, que al final es lo único que verdaderamente importa, lo que se recordará pasen los años que pasen. La grada no paró en ningún instante, ni siquiera al final, con el resultado igualado, después de dos horas de fútbol, de tensión, de pulsaciones a más de mil por hora. Y, como en la ciudad, en eso también ganó el Atlético de Madrid, que tuvo a 25.000 personas que nunca dejaron de creer y que seguirán creyendo hasta que quede fútbol por jugar. Sin embargo, pese a estar más callados, fueron los madridistas los que volverán a Madrid con la sonrisa en la boca y con la satisfacción de haber visto al Real Madrid campeón de Europa por undécima vez. Si son once, casualidades hay pocas ya.

Si alguna vez has acudido a un partido de élite, comprenderás lo que es estar en una final de la Champions League, pero te quedarás todavía lejos de las sensaciones que se experimentan viendo en vivo al capitán del equipo levantar la Copa de Europa. La felicidad del prójimo acaba por contagiar. Sergio Ramos alzó el trofeo por segunda vez, ahora como primer capitán. Fue el primero en tocarlo, ningún compañero quiso mancillar ese honor, y mientras se acercaba el trofeo, los demás se apartaban hasta ver por fin a su líder, al asesino de finales, hacer lo que todo futbolista (y los que no son futbolistas) ha soñado alguna vez con hacer.

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