El otro lado de la final de la Champions: una locura para un milanés
Para una ciudad, una final de Champions es una fuente de ingresos, pero para los propios ciudadanos, sus zonas habituales se convierten en un caos circulatorio en el que perder el tiempo
La ciudad que acoge una final de la Champions League se siente muy afortunada de haber sido elegido por la UEFA de tal honor. Los políticos y los economistas del país solamente tienen una cosa en la cabeza: los ingentes ingresos que van a recibir por parte de los patrocinios y, sobre todo, de los miles de aficionados que poblarán sus calles. Y nadie podrá llevarles la contraria.
Bueno, quizá sí. Un evento como es una final continental de fútbol supone mucho dinero para las arcas del país, la región y la ciudad por algo que sucede en apenas unos días, pero los ciudadanos de esa localidad agraciada no siempre están tan contentos.
Milán es una ciudad muy grande, habituada a grandes convocatorias, como pudo ser la reciente Expo Universal, concluida en octubre de 2015. Pero la Champions es otra cosa, la afluencia que genera supera siempre las expectativas.
En las zonas donde se sitúan las atracciones formadas por los patrocinadores, las aglomeraciones realmente hacen ya difícil caminar, y eso que la llegada masiva de aficionados está prevista para este sábado, el mismo día del partido. Además, la fortuna (o desgracia a veces) del buen tiempo crea cierto sofoco.
Pero lo peor es la circulación. Los sistemas públicos de transporte en Milán son bastante buenos, pero salvo el metro, el resto, los que van sobre tierra firme, crean un caos. Para recorrer una distancia en coche desde dos puntos neurálgicos, como la estación de Garibaldi y Porta Ticinese, de unos diez kilómetros, se necesitan unos cuarenta minutos. Así que, si estás por Milán, haz caso a nuestra guía práctica y muévete en metro.
La ciudad que acoge una final de la Champions League se siente muy afortunada de haber sido elegido por la UEFA de tal honor. Los políticos y los economistas del país solamente tienen una cosa en la cabeza: los ingentes ingresos que van a recibir por parte de los patrocinios y, sobre todo, de los miles de aficionados que poblarán sus calles. Y nadie podrá llevarles la contraria.
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