La final de Liga de Campeones más española a través de sus aficionados

‘Road to Lisbon’ decía la UEFA, pero la fantástica actuación de los dos equipos madrileños en la Champions League lo acabó convirtiendo en ‘Por la A-5 hasta Lisboa’. Decenas de miles de aficionados de los dos grandes clubes de la capital se echaron a la carretera a lo largo del viernes y el sábado para vivir en primera persona un acontecimiento histórico.

Los más afortunados llevaban a buen recaudo su entrada, pero junto a ellos viajaban otros tantos que, aun sin poseer el preciado ticket que daba acceso al Estadio Da Luz, aprovecharon la cercanía de la sede de la final para disfrutar del ambiente que rodeaba al evento y sentirse partícipes del momento.

Durante unas horas, los 629 kilómetros que separan las dos ciudades fueron el escenario de una procesión de bufandas y banderas que colgaban orgullosas de cada coche o autobús que cubría el trayecto. Tras soportar con paciencia las colas en un peaje nada más ingresar en territorio portugués, finalmente los aficionados atisbaban el famoso Puente 25 de abril sobre la desembocadura del Tajo.

Y es que vivir una final de Champions sobre el terreno tiene poco que ver con seguirla por televisión. El partido no comienza cuando uno se junta con sus amigos en el salón media hora antes, sino que empieza a vivirsemuchas horas antes del pitido inicial, hasta convertirse en el único tema de conversación posible durante el día.

Cada cual elige vivirlo a su manera, reunido con sus compañeros de viaje o compartiendo conversaciones y cervezas con extraños de uno y otro equipo, pero al final, todos los momentos vividos antes y después del partido pasarán a formar parte de los recuerdos personales, engrosando el particular bagaje de ‘batallitas’.

Hasta que llega la tan esperada hora, y el partido se convierte en una experiencia única, incluso para los que llevan años siendo habituales en las gradas del Bernabéu y el Calderón. Otro estadio, otra ubicación, la parafernalia previa… Un encuentro que se vive más con el corazón que con la cabeza y en el que los minutos pasaban volando para los aficionados madridistas y terriblemente lentos para los del Atleti.

Al final, euforia para unos y decepción para otros, pero en un ambiente de perfecta deportividad, en contra de los pronósticos más pesimistas que alertaban de los riesgos de juntar a las aficiones rivales. Y ya con el cuerpo agotado por las emociones, vuelta a Madrid para poder contarlo, claro. Muchos serán los que a lo largo de los años presuman diciendo: “Yo estuve allí”.