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La batalla del Real Madrid contra los árbitros y la catapulta letal de Güler y Mbappé
Kylian Mbappé destrozó a la Real Sociedad al espacio, donde Arda Güler le brindó un catálogo de pases precisos al espacio. Huijsen sintió la frustración arbitral del Real Madrid
Se acabó el parón de selecciones y seguimos todos aquí. Eso ya es una victoria. En estos 15 días sin el Madrid, el universo se ha hecho un poco más grande, las cosas están algo más separadas entre sí, los niños siguen jugando solos, el vacío se hace presente. Pero hay una línea que une a Güler con Mbappé y que nos devuelve la esperanza.
Entre medias jugó la selección. Una parte del madridismo la ha abandonado. Eso fue hace mucho tiempo, cuando el Barça colonizó el equipo de España justo antes de ganar el Mundial del 2010. Se le renombró como la Roja y se utilizó su estilo, sus victorias y la verbosidad de Xavi para intentar anular al Real Madrid de Mourinho que, punto por punto, era justo su contrario.
La selección ganó como nunca antes había ganado ningún equipo nacional y parecía que el Madrid estaba destinado a desaparecer. Le habían usurpado el trono. Sin España detrás, ¿a quién representaría? Esa es toda una pregunta, puesto que los grandes equipos son como los Estados. Y los Estados necesitan de una nación detrás, de una idea, de una pulsión para llenarse de un espíritu que hinche sus velas en alta mar. Los organismos de pura gestión no funcionan en el sur de Europa. Acaban atrofiados, corrompidos por la mediocridad y los intereses de una casta que los parasita sin dar explicaciones.
¿A quién representa el Real Madrid?
Una casta que se alimenta de sí misma apoyada en palabras tan grandes como vacías. El Madrid sin España podía acabar en el gran cementerio de elefantes donde yacen el Milan o la Juve. Pero no fue así. Unido al desplazamiento del equipo blanco del cetro español, se hizo evidente una confabulación arbitral que hacía que los merengues tuvieran que ganar tres veces un partido cualquiera. Alfredo Relaño le llamó el Villarato. Luego hemos sabido que se quedó corto.
Mou tensó las cuerdas al límite para igualar la contienda. Lo consiguió durante un año fabuloso que llevó al fútbol español al borde de la guerra civil. Cuando llegó Ancelotti se encontró un grupo humano con un ansia de victorias nunca vista. Jugadores en la misma línea de lo extraordinario que llevaban nadando a contracorriente desde que llegaron a Chamartín. El italiano los inundó con su don apacible y el resto es historia. El Madrid se comenzó a comportar en Copa de Europa como Cortés en el Palacio de Moztezuma. Y ganó tantas Champions que no había sitio en el salón de reinos del Bernabéu para que cupieran todas.
Había demasiado oro, había demasiada plata, había demasiados trofeos, había demasiadas victorias. Tras eso ya se puede responder a la pregunta de a quién representa el Madrid. Es un club que se representa a sí mismo. A un ideal. El de la victoria constante; algo imposible. Por eso es un ideal. El de la exigencia máxima. Aquel que intenta aunar belleza y practicidad. La belleza sin el sentido práctico es considerada un narcisismo inofensivo y cargante en el Bernabéu, y lo práctico sin la esquina de lo artístico convierte a los blancos en un acorazado matando focas a cañonazos.
De La Fuente, escuela del Bosque
La Selección Española jugó un par de partidos en el parón. El segundo de ellos contra Turquía. Un buen equipo con Güler en la sala de mandos. Ahora recordemos cómo llegó el entrenador ahí. De la Fuente cogió los remiendos del equipo de Luis Enrique y le plantó dos extremos y dos centrales de verdad. De la Fuente es de la escuela de Sancho Panza. La de Del Bosque. Ojo de águila, paso de buey, diente de lobo y hacerse el bobo. Cogió un equipo con una idea deslavazada y buenos jugadores que no llegaban a la excelencia y lo convirtió en la mejor selección de Europa.
Contra Turquía se vio un equipo que juega a un fútbol nuevo. Futbolistas que se desparraman por el campo dueños de un orden que emana del mismo juego, sin jerarquías claras ni una táctica rígida. Sabes que te vas a encontrar a Lamine por la derecha y a Nico por la izquierda. Huijsen saca el balón como si estrenara el nuevo curso escolar. Zubimendi está atento a todo y Pedri abre las puertas que otros cerrarán. Contra Turquía todo funcionó en muchas direcciones. No hay un medio campo español, puesto que todos son centrocampistas.
De Oyarzabal a Lamine, de Huijsen a Merino. En el otro lado Güler estaba solo. Fue despojado del balón y llegaba tarde a todas las citas. No pareció que tuviera la culpa, pero tampoco dio la impresión de tener armas para imponerse en lo malvado, cuando la fábula se vuelve terrorífica. Días después, Güler se vestía de blanco, o más bien de gris. Jugaba contra la Real Sociedad. Xabi ha corregido un poco su altura. Está a la vez lejos y cerca de los puntas. A la distancia justa. Su velocidad mental es grande y su pase, un don musical. Cuando recibe tras una intercepción del Madrid, Mbappé se tensa y se dispara antes que los defensas hayan percibido siquiera el peligro.
La magia de Güler
A la vez, Vinícius comienza su carrera, ahora más lenta, pero llena de sentido. Su sentido es quizás dejarle el campo abierto a la bestia. De momento es suficiente. El sitio del turco no es el de los interiores ni el de la media punta. Tchouamení y Ceballos fueron los medios que se repartieron esa línea imprecisa que es la mitad del campo. Güler casi nunca estuvo ahí. Alonso ve las cosas rápido. Lo hacía cuando su sitio estaba en el césped y lo sigue haciendo ahora que está al otro lado de la línea de cal. Una característica importante del jugador que asiste a los delanteros es que siempre esté de cara a la jugada.
Darse la media vuelta es un arte que los jugadores españoles suelen dominar a la perfección. Güler lo hace todo en el mismo gesto. Su economía de movimientos es absoluta. No le va el barroco, sus gestos son naturales: geniales por su proyección pero sencillos en su ejecución. Es muy fino en la media punta, pero al entrar en los salones del área se hace gigante.
En el segundo gol le pone un buen pase a Kylian que se retuerce sobre sí mismo y se va por la línea de fondo. La jugada ya es de peligro. El turco se mete en el área por un escondrijo siguiendo con la mirada las evoluciones del francés. Y el balón le llega en el sitio donde no hay oxígeno ni tiempo para pensar. Güler se pasa la pelota de un pie a otro con un control que ya es un regate. Y con su pierna izquierda la pica de forma perversa hasta el fondo de la portería.
No parece un gol poético o lleno de magia como lo hubiera sido uno de Özil o Zidane de ese estilo. En realidad fue mejor. Es un gol casi normal. Porque sabemos que el turco no necesita acudir al más allá para dominar los sitios donde otros se atrofian. Otra de sus cualidades es el balón parado. Se la suele poner a Huijsen para las jugadas de estrategia, quien la dobla hacia el meollo del área. Su zurda no es una llamarada. La gente no se gira para verla. Quizás porque no hay dudas en ella.
Gil Manzano no perdonó
Es una certeza. Como aquella frase de Picasso: yo no busco, encuentro. Güler hace lo que tiene que hacer a la velocidad justa y con la temperatura adecuada. Tras la expulsión de Huijsen, Güler bajó un escalón y ahí sufrió. Todos sufrieron, pero él más que nadie. Todavía no está hecho para la vida de piedra que exige ese nivel. Pero el niño tiene arte y su conexión con Mbappé augura tiempos felices. Lo demás ya se irá viendo.
El resto del partido, lo que no fue Güler no tuvo mayor interés. Huijsen fue expulsado por cometer un error que ya empieza a ser de su propiedad. Muy adelantado, le cogen la espalda rápida porque tarda en darse la vuelta lo mismo que un político español en dimitir. Así que llega la falta y la expulsión fatal. Él debe saber que el Madrid juega con otras normas. Debe saber que los árbitros desean con todas sus fuerzas que los blancos ganen la Champions y por eso le juzgan con mayor severidad que a otros. Es una prueba de fuerza, de resistencia ante la adversidad.
🟥 Roja directa para Huijsen por esta falta sobre Oyarzábal. #LALIGAEASPORTS #LaCasaDelFútbol pic.twitter.com/cHKaxm7cO5
— Fútbol en Movistar Plus+ (@MovistarFutbol) September 13, 2025
Por supuesto, la tarjeta no debió ser roja. Huijsen no era el último hombre y estaba escorado a la derecha. Minucias. Las interpretaciones se hacen siempre a favor del reo y el reo es aquel que juega contra el malvado equipo del centro del estado. El árbitro, Gil Manzano, se llevó la mano a la cartuchera y sacó la tarjeta roja a la misma velocidad con la que Mbappé rompe el fuera de juego. Fue casi instantáneo. Lo deben ensayar en un sótano en las Rozas hasta llegar a esa perfección espacio-temporal. El gesto del árbitro español es de un autoritarismo paródico. Un poco como aquel Chaplin imitando a Hitler en el gran dictador. Tiranos de bolsillo que de mayores tendrán algo que contar a sus nietos.
¡Expulsé a un jugador del Madrid! Los dejé con 10. Así es tu abuelo, un hombre de honor que no se achanta ante nada. Y mientras tanto Mbappé, que ha recuperado esa agilidad cósmica, va acompasando sus estampidas a la ley del frame. Le anularon solo un gol de los dos que marcó. Así es la liga española. Su mejor jugador marca dos goles y uno va para el Madrid y otro para el limbo de las clases trabajadoras. Una suerte de justicia social redistributiva. Otro éxito de nuestro país
Se acabó el parón de selecciones y seguimos todos aquí. Eso ya es una victoria. En estos 15 días sin el Madrid, el universo se ha hecho un poco más grande, las cosas están algo más separadas entre sí, los niños siguen jugando solos, el vacío se hace presente. Pero hay una línea que une a Güler con Mbappé y que nos devuelve la esperanza.