La cruda realidad del mundo del fútbol que indigna al aficionado español
Las despedidas de Christantus Uche y Fábio Silva recuerdan al hincha futbolero que su sueño no es más que un trabajo como cualquier otro, pese a la idealización del fan
Uche, durante un partido de Liga con el Getafe. (AFP7)
Hace unos días pasó algo muy divertido. Pasó en X, que es como decir, pasó en la vida real. O más bien en una representación estilizada de la vida real. Allí donde la ideología es la ley fundamental de la naturaleza y cada uno construye un personaje con las adherencias que el tiempo le va dejando en el alma. Lo que sucedió fue que la despedida de Christantus Uche, del Getafe, fue idéntica a la que había publicado el jugador Fábio Silva para despedirse de los Wolves unos días antes. El sublime texto decía así: "When I first arrived at Wolves, I came full of ambition, dreams, and the desire to make a real impact".
Ambition, dreams, desire, real impact. Ese vocabulario que suena mucho mejor en inglés que en español y se puede utilizar tanto para el estreno de una película de catástrofes como para la propaganda de una nación que invade a su vecina. Es un texto pergeñado por IA. La gran revolución de nuestras vidas. La IA en teoría mejora la productividad, pero la gente trabaja las mismas horas y cada vez cobra menos. Será España que es un amante pésimo. Los textos de los periódicos han empeorado considerablemente.
Todos utilizan el mismo estilo corporativo con palabras calcadas que van y vienen entre la psicología, el deporte de élite y el mundo empresarial. Y por supuesto, gran corrección política, gramatical y literaria. Incluso los profesores de universidad han entrado por la puerta de esa homogeneización verbal que suele llevar detrás una mortal ausencia de ideas. Recuerden que en la ola de incendios que asoló el noroeste español hace muy poco se hablaba de "gestionar el paisaje", tomando medidas que tuvieran un "impacto real" y logrando un equilibrio entre la naturaleza y un "desarrollo sostenible", que es sin duda la vía para llegar a la pobreza de la forma más cool.
Leed las despedidas de Fábio Silva y Christantus Uche, por favor.
Todo va de la mano. El lenguaje en los medios se ha convertido en algo parecido a la música de Taylor Swift: es el eco de los últimos 30 años rebajado a un lenguaje accesible, monótono y en el fondo carente de sentido. Sin aristas. Sin vida. Al final la única aventura que nos va quedando es el cambio climático. ¿Qué catástrofe nos deparará 2026?
Muchos aficionados se sintieron decepcionados por las palabras de Uche. O más bien por la plantilla que su agencia de comunicación había utilizado. Se preguntaban dramáticamente cómo podíamos haber llegado a esa despersonalización, como si asistiésemos a la muerte del fútbol tal y como nos lo imaginamos los hinchas. Pero en realidad ese fútbol no ha existido nunca. Ese mundo sentimental y violento donde los futbolistas dan la vida por un escudo, es una idealización que los aficionados hacemos para darle sentido a una pasión que para muchos comienza en la infancia y no se extingue hasta la vejez.
Christantus Uche, exjugador del Getafe. (AFP7)
Se sobreestima el cariño que los jugadores tienen a sus equipos del alma. Una de las razones es la gran cantidad de exjugadores madridistas y en general de grandes equipos, bajo los focos. Suelen seguir al equipo blanco (o al Barcelona, al Milan o al Bayern) con pasión y el Madrid se la devuelve con cargos simbólicos o entradas en los palcos. Es normal ese cariño nada desinteresado: han ganado muchísimo y medio mundo les adora por eso.Nadie le dice que no al Olimpo, ningún Dios se bajó de allí por propia convicción. Pero son excepciones. Para la mayoría de los jugadores el fútbol es un trabajo. Y cuando te vas de un trabajo no sueles echar la vista atrás.
Para unos es un trabajo y para otros su principal afición, su foco de identidad, el gran tema de conversación de sus vidas. Esa contradicción se da también en las religiones. El creyente de a pie tiene una fe más auténtica que el sacerdote. El hincha se inventa un mundo imaginario para ser feliz y errores como el de Uche, le enseñan la tramoya. Es como la persistencia retiniana. Las imágenes del cine eran fotogramas que pasados uno detrás de otro muy rápido daban la impresión de movimiento. El cerebro unía los puntos, nos engañaba; es la mejor forma de ser dichoso. Creerse las ficciones.
La niñez del aficionado
El fútbol es la respiración de la niñez. Y la niñez es la edad antigua del hombre. En la edad antigua hay grandes zonas de oscuridad no polucionadas por la ciencia. De esa oscuridad surgen los mitos, las fábulas y los Dioses, esclavos de los hombres y jueces de su conciencia. En esa edad antigua de todos los sabios y el absoluto, viven los niños. En esa edad antigua del hombre surge la pasión por el fútbol y su idealización, que durará ya, para toda la vida. No puede haber un hincha descreído. Cuando esa herida se cierra, se cierra para siempre. Es como el aterrizaje en el mundo cuando la Fe religiosa se evapora. Se descorre un telón tras el que se encuentran los escombros de la realidad. Y eso no tiene vuelta atrás.
Vinícius celebra un gol. (AFP7)
A esos aficionados que se volvieron incrédulos se los encuentra uno en cualquier parte. A veces miran la tele con el partido del Madrid de refilón y menean la cabeza como los bueyes al entrar en el establo. Tienen una serie de frases de una sabiduría deslumbrante que utilizan para quedar por encima de sus interlocutores, pobres tontos seducidos por el fútbol. "Yo cuando me di cuenta de que a estos millonarios en calzoncillos solo les interesaba el dinero, me di de baja".
"Ahora prefiero el fútbol femenino, es un fútbol más puro", dicen y no se les cae la cara de vergüenza. El equipo blanco arrastra una serie de hinchas que no gustan de ser tomados como tales. Se sienten por encima de esa palabra con connotaciones militares o incluso clasistas, ya que se tiene al hincha por alguien de bajo nivel cultural que se toma su afición como si se enrolara en un ejército.
Los madridistas acomplejados
Son los madridistas acomplejados. Le suponen un origen culpable al Madrid (hijo predilecto de España) y quieren, por tanto, ser disculpados por el irreductible centralismo del que los blancos, al parecer, hacen gala. Están por encima de una afición que creen retrógrada y casposa. Odian a los jugadores violentos y a los entrenadores que imponen una disciplina férrea. Todo lo que no es de su gusto les devuelve al franquismo. Experimentan una enorme vergüenza cuando su equipo gana por un gol en fuera de juego. Hacen suyos todos los estereotipos antimadridistas para así ser absueltos en la plaza pública.
Detestan al madridista que defiende a su club, ya que el poderoso no tiene derecho a la defensa. Sobreactúa el cariño y respeto por los jugadores del otro bando, ya que ellos son ante todo y sobre todo, del fútbol con mayúsculas. Detestaron a Mourinho porque lo veían un representante de un madridismo paramilitar e idolatraron en su momento a Iker Casillas y Vicente del Bosque; dos señores que fueron atacados por lo más vil que anida en el club de Chamartín.
José Mourinho, junto a Jude Bellingham. (Reuters/Carl Recine)
El fútbol cada vez les interesa menos porque se ha alejado de lo auténtico y no tiene mucho sentido pasarlo mal por los destinos de una multinacional. Hay otro tipo de madridistas que, siendo sentidos, auténticos hinchas, piensan que en alguna revuelta del camino el club les abandonó. Son gente que se fueron del amor a unos colores, pero han vuelto de una forma muy crítica, exigiéndole unos valores extraordinarios al futbolista, a la entidad y a los directivos. Quizás tenga que ver con lo espumoso de la ciudad. Madrid es un ente lejano, incluso para los madrileños.
La realidad del fútbol
Carnal en su día a día, pero sin abstracción nacional de ningún tipo. Falta ese anclaje que a veces se convierte en fosa séptica. Ese madridista es reconocible en los sitios de tránsito, trajeado, con la maleta, viniendo de alguna parte y con pocos minutos para coger el vuelo a otro lugar. Se alegra con pudor de un equipo que a veces no siente como suyo porque no sabe qué es exactamente lo suyo. Pero es suficiente una gran victoria o un desastre magnífico para activar de nuevo su pasión.
El mundo del fútbol, a pesar de las ilusiones que nos hagamos, no es diferente al resto de los mundos. Se lo pueden preguntar a Alfredo Relaño, el editorialista y juez más importante de la historia del fútbol español. Alguien que en tres párrafos era capaz de resumir un imaginario colectivo con un lenguaje a la vez castizo y profundo. Fue uno de los inventores de El Día Después, aquel programa de Canal Plus que cambió la forma de ver el fútbol. Dirigió durante 30 años el AS y publicó asiduamente en el país.
Su voz era la más respetada y oída en el deporte español. Se las tuvo tiesas con Florentino mientras los barcelonistas decían de él que cobraba del Madrid. No cejó nunca de denunciar el caso Negreira, la peor corrupción de la historia en nuestro fútbol. Relaño incidía cada poco en esa herida supurante. No parece que eso sentara muy bien. En España fútbol y política están unidos por cables de alta tensión.
El jueves de la semana pasada, Relaño fue despedido. Tenía una edad, 74 años, pero estaba en plena forma, y en los medios donde hizo su vida no ha habido ni una palabra hacia él. Ni buena ni mala. Parece que nunca hubiera existido. Es el fútbol. Y no es diferente al resto de los mundos.
Hace unos días pasó algo muy divertido. Pasó en X, que es como decir, pasó en la vida real. O más bien en una representación estilizada de la vida real. Allí donde la ideología es la ley fundamental de la naturaleza y cada uno construye un personaje con las adherencias que el tiempo le va dejando en el alma. Lo que sucedió fue que la despedida de Christantus Uche, del Getafe, fue idéntica a la que había publicado el jugador Fábio Silva para despedirse de los Wolves unos días antes. El sublime texto decía así: "When I first arrived at Wolves, I came full of ambition, dreams, and the desire to make a real impact".