¿Lo oyes? Es el latido del Real Madrid de Xabi Alonso que empieza a dar señales de vida
A pesar de las dudas iniciales y decisiones arbitrales polémicas, el equipo blanco muestra destellos de talento y busca consolidar un nuevo estilo bajo la dirección de Xabi
Mbappé se lamenta ante el Mallorca. (Reuters/Isabel Infantes)
No gustan los principios en el Madrid. Si el equipo es el de siempre, la gente murmura demasiado, al encuentro se lo come la habladuría y, por bien que se juegue, la impresión es la de un gran pez moribundo que alimenta los fondos oceánicos con su descomposición. Si hay un cambio de entrenador y el nuevo entrenador, como Xabi Alonso, necesita imponer automatismos como si esto fuera la factoría del Ford Modelo-T, el público se muestra agrio e impaciente. ¡Esto es el Madriid!, piensa el hombre que paga y cotiza. En el club blanco no existe el tiempo, no existen los plazos, se vive en un eterno inmemorial donde todo es pasado y todo es futuro a la vez. El tiempo lo crean los acontecimientos y los acontecimientos suelen llegar a finales de marzo, de la mano de la Copa de Europa.
Hasta llegar a ese monumento, la gente sólo busca emociones primarias: remontadas, patadas a las estrellas del Barça y algún destello místico de un jugador inesperado. Ha habido excepciones. Recuerden esas temporada con Mourinho donde cada partido se nos clavaba en los ojos como las esquirlas de un accidente de coche. Y así andaba el Madrid. Feliz por sobrevivir, lleno de sangre y costurones y con la gente volcada sobre el equipo cabalgando el fin del mundo con una sonrisa feroz.
Estamos en los últimos días de Agosto. Lo que no arde se desvanece. La gente acude al Bernabéu con la misma energía que a la misa del sábado (que sirve para el domingo). En los bares se mira la tele de refilón. El interior es un horno y en la terraza se está fresquito. El Madrid es todavía algo lejano, un pequeño silencio en las conversaciones cuando Vinicius vuelve a desbordar o Mbappé cabalga en solitario por la pradera. No es un Madrid nuevo, no tiene una estrella dentro como aquel Cristiano que concite la admiración y el odio de forma natural. El equipo empezó en lo más alto, en el Mundial, ganando con suavidad hasta que se dio de bruces con la realidad: el PSG. Todos saben que hay un límite y toda la temporada consistirá en mantenerlo lo más lejos posible. Por lo menos hasta que nazca un mediocampista donde hoy se mece un niño o hasta que Vinícius y Kylian sean una misma partícula onda – corpúsculo.
El partido contra el Mallorca comenzó en el minuto 6, con un pase lánguido de Trent a un desmarque preciso de Mbappé, que dio dos zancadas y la puso muy lejos del portero en el mismo movimiento fatal. Trent es como el bajista de una banda alternativa de los 90. Toca de espaldas, le sobra el talento y juega cuando quiere. Detesta esforzarse, sólo elige lo natural. Es lo contrario a Carvajal. Podrían montar un dúo cómico y tengan por seguro que nadie iría a verlos.
Mbappé es como un Dios agazapado en la línea del horizonte que es la del fuera de juego. El pobre ha caído en el peor equipo para tener esa virtud. El año pasado la temporada se evaporó en una primera parte contra el Barça donde le anularon 2 goles y le pitaron unos 14 fueras de juego. Algunos claros y otro como el del sábado. La línea que aparece en televisión corta sectorialmente al jugador de blanco que la traspasa por unos milímetros. Pero después, es imposible encontrar el momento en que el balón sale de la bota del pasador. Esa imagen nos es hurtada. Una nueva forma de censura como los floripondios en los escotes de Rocío Jurado. En esta España post-nacional, el club de Chamartín sigue siendo el gran tabú.
El Madrid se mantuvo en su juego, hilvanando cierto dominio y alguna llegada con momentos más o menos aturullados donde sobresalía Muriqui, el jugador del Mallorca que es una reencarnación de todos los futbolistas cuarteleros que han atormentado a los merengues los últimos años. Es de esos que parece que juega por el pan de sus hijos. Tiene un cierto sentido de clase y el Madrid le excita en lo más hondo. Marcó un gol con la espalda a la salida de un córner que demostró que Militao y Huijsen son una pareja a la que se le coge la posición con una facilidad pasmosa. Ninguno tiene roca en el estómago, esa cualidad que le sobraba a Ramos y que también posee Rüdiger.
Comparando estos partidos con aquellos del Mundial parece que ha habido una regresión. Entonces el plan de Xabi parecía más claro, ahora el equipo está ordenado sobre el campo —más que con Ancelotti—, pero no se atisba un nuevo mundo excepto en la presión de los delanteros y el despliegue todocampista de Arda. En el mundialito Xabi pintó sobre un lienzo en blanco. Estaba Gonzalo, jugador que facilita cualquier armazón táctico, y ni Vinícius ni Mbappé influían en los partidos. Tras el verano, llega la realidad. Un equipo con muchos vicios que deben ser demolidos cuidadosamente para que vaya asomando el nuevo orden.
El juego no fluye y faltan exquisiteces en la delantera, ese tipo de jugadas inoportunas que parece que no van a ninguna parte y tres segundos después acaban en gol. Ya saben, de repente se abre una puerta falsa en el área y por ahí se desliza Vinicius con el balón domesticado. En realidad sí hubo una de esas exquisiteces que funcionó como la promesa de un mundo mejor. Mastantuono estaba de repente en lo íntimo del área y amagó hacia un sitio para irse al lado contrario. Fue limpio y hermoso como un tiro de gracia a un animal que sufre. Disparó raso y paró el portero, hubo un rebote que le dio a Arda, otro rebote y el balón que quedó botando y el turco fusila con su zurda.
En ese tipo de jugadas está el convertir un partido sufrido en una oportunidad de disfrute y también, el pasar una eliminatoria de Champions. El único problema fue que el árbitro anuló el gol. Le llamaron desde el Var al que seguramente avisaron desde la Generalitat para decirle que Arda incumplía el decimosexto precepto del reglamento vigente. Había posibilidad de interpretación porque la norma dice que si el gol es "inmediatamente" tras una mano, no puede subir al marcador. No lo era, hubo un rebote. Pero en esta liga marcada todas las interpretaciones son en contra del Madrid. Excepto cuando no hay nada en juego como en los finales de temporada o cuando los partidos ya están vistos para sentencia. Es un sistema a la vez sutil y grosero; una verdadera revancha de los mediocres.
El Madrid tuvo momentos en el que la pelota le llegaba con alegría a los delanteros. Eso que se suele llamar buen juego. Todo dependía de Arda. En el principio estuvo estático. Al turco le pueden en los cuerpeos. No es algo que le guste. Le dan un empujón y le quitan la pelota. Cuando está parado le cuesta un mundo hacerse con el metro. Y hacerse con el metro es la diferencia entre perder el balón y que la jugada aparezca. Arda no es rotundo, como tampoco lo era Ozil. Ozil nunca quiso bajar un escalón, era un jugador que necesitaba coger el mantel por los bordes para sacudirlo. Un media punta puro. Eso le condenó en el Madrid. Arda no odia bajar por el balón, pero todavía no sabe limpiarse el horizonte cuando está quieto. Eso que Kroos lo conseguía con un control orientado o Modric, que era rotundo y a la vez angelical, lo hacía amagando con todas las partes de su cuerpo.
Arda Güler, en una imagen reciente. (Europa Press)
En un momento de la primera parte, Güler empezó a moverse. Primero le puso una pelota de primeras a Vinicius. Fue bonito. Presión tras pérdida, recuperación y pase a los de arriba. Cada vez pasa más en los partidos y le dará al Madrid muchos goles sencillos. Después subió un escalón y se puso en un lugar que domina más: justo detrás de los delanteros. Los balones que pasaban por él salían mejorados. El juego aceleraba y donde antes había agua estancada de repente brotaban las oportunidades. En dos zarpazos, uno de Güler a pase de cabeza de Huijsen y el otro de Vinicius, el partido estaba ganado. El del brasileño fue el tipo de gol que sólo marca él en el mundo. Esos apoyos metafísicos que descuadran a los defensas y no son exactamente regates, disparo mordido y gol. Cuarenta contra uno y gana Vinicius.
Mbappé marcó otro gol en una jugada que hubiera sido imposible en la temporada pasada. Vinicius rebaña un balón en el medio y pasa inmediatamente a Güler. El turco entra en la jugada triunfante vistiendo ese traje de enganche que le queda a medida y le pone uno de esos balones por los que hay que dar gracias al creador. Y Kylian, con esa facilidad en el uno contra uno tan natural como el galope de un caballo, marca. Es gol. El Var se pone a revisar todo lo que ocurre entre la batalla de Navas de Tolosa y el gol de Ramos contra el Atleti. Y lo anula.
El tercero que se pierde en los vericuetos de la España plural.
Luego salieron Ceballos, que estuvo bien y Brahim, que ha perdido el moje. Gonzalo tuvo 7 segundos para demostrar su valía. Será el Endrick de esta temporada. Todo depende de Güler, un niño cabezón que salía en los descartes de Toy story. El argentino de nombre prohibido ya ha dejado un detalle.
Tchouamení sigue mandando en un equipo con reglas fijas, con orden, y él se siente a gusto de saber lo que tiene que hacer. Carreras es un guapo de colegio mayor. Sabe jugar. Es rápido. Tiene hambre y salvó un balón en la raya. Le asoma el carisma. Gusta. Huijsen es un genio al que le falta aprender el manual oculto del área pequeña.
Militao sigue convaleciente. Valverde está demasiado fijo y eso no le sienta bien. Florece en el caos y ahora lo tienen para estampar sellos en el correo sobrante. Mbappé ha vuelto a ser aquel que destruye mundos. Vinicius juega arrastrando piedras y, aún así, marcó el gran gol de la tarde.
Todo sigue igual. Son los finales de agosto y principios de septiembre. A la espera del parón de selecciones. Esa pequeña muerte.
No gustan los principios en el Madrid. Si el equipo es el de siempre, la gente murmura demasiado, al encuentro se lo come la habladuría y, por bien que se juegue, la impresión es la de un gran pez moribundo que alimenta los fondos oceánicos con su descomposición. Si hay un cambio de entrenador y el nuevo entrenador, como Xabi Alonso, necesita imponer automatismos como si esto fuera la factoría del Ford Modelo-T, el público se muestra agrio e impaciente. ¡Esto es el Madriid!, piensa el hombre que paga y cotiza. En el club blanco no existe el tiempo, no existen los plazos, se vive en un eterno inmemorial donde todo es pasado y todo es futuro a la vez. El tiempo lo crean los acontecimientos y los acontecimientos suelen llegar a finales de marzo, de la mano de la Copa de Europa.