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¿Quién mató a Maradona? Los principales sospechosos son los médicos (y el propio Pelusa)
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JUICIO POR EL FALLECIMIENTO DEL ASTRO

¿Quién mató a Maradona? Los principales sospechosos son los médicos (y el propio Pelusa)

El astro argentino pasó sus últimos días solo, apenas asistido por un par de ayudantes que no dudaban en darle puros y alcohol cuando lo pedía

Foto: Seguidores de Maradona se manifiestan a las puertas del juzgado. (Cordon Press)
Seguidores de Maradona se manifiestan a las puertas del juzgado. (Cordon Press)

El juicio a varios sanitarios por la muerte de Diego Armando Maradona, que arrancó hace unos días en Buenos Aires, transita entre la negligencia médica y la autodestrucción del paciente. Todo para responder a la pregunta: ¿Quién mató a Maradona? ¿Los médicos? ¿El propio Maradona? ¿Su entorno? ¿O todos a una como en Fuenteovejuna? Si la respuesta es compleja, más sencillo es responder a la cuestión contraria. ¿Quién salvó a Maradona de morir antes? Muy posiblemente Fidel Castro.

En efecto, para entender el caos de los últimos meses de Maradona, hay que echar antes la vista atrás. Aunque el futbolista dio muchas versiones contradictorias sobre sus vicios, parece que empezó a tomar cocaína cuando llegó al Fútbol Club Barcelona, con 22 años, y se instaló en una casa en Pedralbes de tres pisos, diez habitaciones, piscina, pista de tenis y parrilla para asados. Además de su mujer, sus padres y sus suegros, también se instalaron allí su cuñado Gabriel “El Morsa” Espósito (detenido en 1996 con medio kilo de cocaína) y un sinfín de personajes de la picaresca porteña, como Ricardo Ayala, ‘El Soldadito’, oficialmente chófer, extraoficialmente el hombre que le contaba chistes al Pelusa.

Con ese entorno comenzó Maradona a meterse coca. “Eran argentinos que estaban necesitando que alguien los protegiera; y ese alguien era yo”, contó el futbolista en su autobiografía. Se empezaba a formar alrededor del jugador una corte de los milagros, con una dinámica de “¡colmemos de caprichos a Diego y hagamos que nunca se aburra!”, clave en su caída final, cuando, a la vez que su salud se degradaba, lo hizo también su entorno, para sorpresa de nadie: en todas las muertes prematuras de famosos en decadencia, de Michael Jackson a Prince, la fauna de fondo siempre es parecida, asesores desahogados y galenos bizarros, un cocktail explosivo entre la megalomanía de los ídolos y el oportunismo parasitario de los que les rodean.

Diego conoció en Barcelona la nieve que quema y afianzó su consumo en Nápoles

Pero no nos adelantemos. La adicción a la cocaína de Maradona se afianzó en sus años en el Nápoles, mezcla de títulos milagrosos y desbarradas festivas varios días a la semana. Como del Mundial 86, su pico futbolístico, lo sabemos todo, mejor resaltar que el final de su carrera estuvo marcado por las suspensiones por dopaje. En su breve etapa de entrenador, por su parte, tuvo más bajos que altos. A final de los noventa, retirado pero aún en la treintena, parecía tener ya todas las papeletas para acabar muerto como una estrella del rock extraviada, con cambios físicos drásticos (engordaba y adelgazaba en segundos), problemas serios de adicciones (también al sexo, a la comida y al alcohol) y una alarmante falta de voluntad. Las promesas de dejarlo todo duraban poco.

Maradona no solo era un paciente terrible, era uno acostumbrado a que se hiciera su voluntad. Agotadas las vías de rehabilitación en Argentina, donde había demasiada gente dispuesta a drogarse con el pibe, surgió la opción de encerrarse en un centro de desintoxicación en Cuba. Estuvo dos veces internado en la isla. La primera tuvo bastante de escenificación maradonesca, pues entraba y salía a su antojo de la clínica, su entorno pululaba por allí, y nadie se privó de las fiestas con la nieve que quema.

placeholder Maeradona y Castro, en una imagen de archivo. (EFE)
Maeradona y Castro, en una imagen de archivo. (EFE)

Tras regresar a Argentina y recaer seriamente, regresó a Cuba… donde Fidel Castro puso toda la carne en el asador. Esta vez las cosas se iban a hacer en serio, con médicos del Comandante y ministros monitorizando personalmente al enfermo, y un régimen mucho más estricto. Cura de desintoxicación a machete. Hay anécdotas alucinantes de los años cubanos del jugador, salidas de la boca de su representante histórico, Guillermo Cóppola: “Le llevé quinientas pastillas de Viagra a Fidel e hicimos un canje: a los pocos días nos mandó cantidades de habanos. Por él, Diego empezó a fumarlos”. Lo contó Maradona en sus memorias: “En la clínica [de desintoxicación] hay uno que se cree Robinson Crusoe y a mí no me creen que soy Maradona”. El caso es que Diego salió limpio de Cuba, pero con una afición a los puros cubanos que nunca abandonaría.

Los meses posteriores al milagro cubano fueron los mejores del Maradona tardío. Buena forma física, agilidad mental y la cocaína, con perdón, a raya. Le dieron un programa de tele en prime time y reventó las audiencias con una apoteosis de argentinidad. Maradona entrevistado a argentinos famosos como Charly García o Maradona, que se entrevistó a sí mismo en un culmen de la televisión latina. Gracias a un juego de montaje, pudimos ver al Maradona tranqui entrevistar al Maradona picaruelo:

—¿Alguna vez pensaste que nunca ibas a salir de la droga?

—Sí. Vos lo sabés bien. […] Cuando te viene el bajón, tenés que drogarte para seguir, y es una cadena. Ahí es cuando te viene la desesperación de no poder salir […] Me agarró lo que me agarró [el episodio de Punta del Este] y con la ayuda de mis hijas, mi vieja, mis hermanas, Claudia, que nunca aflojó… Yo me había alejado de todos, estaba abajo del agua. Me agarraron del pelo y me sacaron para que no me ahogue.

placeholder Maradona entrevista a su amigo Joaquín Sabina en 'La noche del 10'. (Cedida)
Maradona entrevista a su amigo Joaquín Sabina en 'La noche del 10'. (Cedida)

El programa acabó con una entrevista de Maradona a Mike Tyson en Luna Park. Lo más de lo más.

Pero Diego volvió a las andadas, agarrado esta vez más a la botella que a la coca, en peor estado físico, y con apariciones públicas grotescas.

Peores compañías (si cabe)

Hacia 2013, siete años antes de su muerte, el entorno del futbolista se hizo más siniestro y hermético. Se cuenta en el libro La salud de Diego, de Nelson Castro: “Empezaba a configurarse el entorno que regiría su vida hasta el final. Ali García [excolaborador de Maradona] revela los detalles: “Hasta ese momento lo veía cada dos semanas en eventos, reuniones o cumpleaños. Pero de golpe se cerraron las posibilidades de hablarle, escribirle mensajes y visitarlo en su casa. Se armó una muralla de contención a su alrededor, una verdadera runfla… Fue la primera vez que lo vi con personal de seguridad… Hasta ese momento iba al supermercado solo. Nadie lo jodía. Pero se armó un esquema de película mafiosa”. Entre las nuevas personas de confianza del astro, estaba el empresario y penalista Víctor Stinfale, abogado del traficante de armas sirio Monzer al Kassar, y autor de la inmortal frase: “Si Hitler me da un millón de dólares, le defiendo”.

En sus últimos meses de vida, con Argentina confinada por el covid, todos los males del entorno tóxico de Maradona estallaron a la vez.

“Para mantener a Maradona en calma, su entorno le alcanzaba —a través del “escenario barrabrava” que integraban Espósito y la custodia— algunas de sus comidas preferidas (pizza, papas fritas, picadas, churros bañados en chocolate) y no la dieta prescrita”.

“No tiene ganas de nada”, le dijo una fuente a Clarín. “Se habla de una profunda depresión”, agregaba Olé. En ese marco, resultaba increíble la última publicación en su cuenta de Instagram: el anuncio del inminente lanzamiento de los “Cigarros Maradona”.

placeholder La marca de puros que promocionó Maradona en sus últimos días. (Instagram)
La marca de puros que promocionó Maradona en sus últimos días. (Instagram)

“El exjugador no escribía sus tuits y crecieron las sospechas de que, al menos en sus últimos días, tampoco los mensajes de WhatsApp”, cuenta Castro en el libro.

Con su enfermedad convertida en drama nacional permanente, le operaron en un hospital. La decisión de si debía hacer el posoperatorio en casa, derivó en escenas dantescas, propias de una pequeña dictadura caribeña, en la que la corte gestiona funestamente el último aliento del líder máximo. Médicos del hospital, galenos de Maradona, hijas e hijastras peleándose por ver quién tomaba las decisiones… todo bajo la banda sonora de los miles de aficionados que coreaban a Diego en las puertas del hospital.

Fernando Villarejo, jefe de la Unidad de Terapia Intensiva de la Clínica Olivos, declaró luego a la fiscalía: “Desde el punto de vista clínico estaba para ser dado de alta, pero tenía muchas alteraciones vinculadas a cuadros psiquiátricos. Estaba muy inestable… Era autoagresivo, no detectaba el riesgo… Maradona quería hacer las cosas que quería hacer, y el entorno se lo permitía. Por ejemplo, si un paciente así quiere tomar alcohol o drogas, y uno se lo permite, está dejando que se autodestruya. Era muy difícil la relación con él, y también con su entorno… Todos hacían lo que él decía”.

Maradona no era consciente de su situación en los últimos días y seguía bebiendo y fumando

El caso es que a Maradona le dieron el alta... con máxima histeria hospitalaria por si la decisión acababa siendo funesta. Escribe Castro: “Antes de que sus médicos firmaran el alta, uno de los encargados reforzó el mecanismo de cobertura: “Llamé al director de Legales y le dije: ‘Esto va a terminar mal, vamos a tener un quilombo. Escribí lo mejor que puedas un acta que diga que no nos hacemos cargo, no convalidamos ni somos responsables. Léela cuatrocientas veces”.

Optaron por una fórmula de compromiso: “internación domiciliaria”, preparar una casa/clínica en la que Maradona estuviera monitorizado las 24 horas. El último show siniestro acababa de comenzar. Se alquiló una casa en un barrio de lujo. Dicen que la escogió el propio Maradona, cuya preocupación principal es que tuviera tele por satélite. Más parque temático que clínico.

Una casa como otra cualquiera

Nelson Castro sobre el descontrol en la presunta casa médica del Pelusa:

1) “Como no podía usar las escaleras que llevaban a las cuatro habitaciones y el baño del primer piso [Maradona tenía graves problemas de movilidad], lo alojaron en un playroom junto a la cocina. A dos metros de la lavadora y a uno de la bacha de la cocina, una precaria puerta de plástico —que ni siquiera llegaba al piso— conducía a esa habitación improvisada con una cama de dos plazas, TV y sillón masajeador… Para llegar al baño más cercano había que atravesar la cocina y el comedor, a causa de lo cual se decidió sumar un inodoro ortopédico con asiento de plástico” para que Maradona hiciera sus necesidades.

2) “Los primeros días pudo bañarse con un duchador provisorio. El representante legal de Diego, Fernando, Mario Baudry, aseguró que lo hacían “con una manguera”, situación que lo tenía “muy molesto”... “No había ni un termómetro, era una casa de vacaciones”...

Testimonio judicial a posteriori de una de las enfermeras: “Me habían dicho que nosotros los enfermeros estábamos para dar la medicación en tiempo y forma, para que el paciente no se automedicara… Llegaba el horario de la medicación y le decía a Johnny [Espósito] ‘vamos a dársela’, pero él decía ‘se la doy yo’. Si fuera otro paciente, una entra, trata de acercarse, pero decían que no lo molestáramos”. Testimonio judicial de otro de los enfermeros: “Desde el primer momento pregunté por la patología del paciente, antecedentes y medicación, pero no hubo respuesta… También faltaban los elementos para afrontar una urgencia —monitor para controlar la frecuencia cardíaca, tubo de oxígeno, desfibrilador— y otros de relevancia para el caso”. Otro de los sanitarios antes del juicio: “La internación domiciliaria fue pésima para un paciente de elite”.

placeholder La casa donde murió Maradona, en Tigre. (EFE)
La casa donde murió Maradona, en Tigre. (EFE)

Tras intervenirse los teléfonos de los sanitarios acusados de negligencia, afloraron mensajes que reflejaban el caos médico de esos días: “Hoy te juro que me volvieron loca. Todos los enfermeros escribiéndome. Diego echó a un acompañante y el otro se puso mal… Caos total. Y estamos en día dos. Si no termino en el manicomio, le pego en el poste”. “O perdemos la matrícula y vamos en cana, o seremos semidioses [puerta grande o prisión en función de si Diego vivía o moría]”.

Los mensajes pertenecen a Leopoldo Luque, neurocirujano al cargo de Diego, y a Agustina Cosachov, psiquiatra y más centrada en la médicación del astro. Son los principales acusados en el juicio por presunta desatención del más querido de los pacientes. A lo largo de varias semanas, Luque y Cosachov se intercambiaron audios de Whatsapp en los que intentaban, por todos los medios, que Maradona no acabase consigo mismo.

“El problema es que a Charly [amigo y psicólogor de Maradona] no lo controla nadie. Le da las pastillas dos veces. Diego le dice ‘dame cuatro pastillas rosas’ y le da cuatro pastillas. Quieren que se mame el chabón, ¿me entendés? Porque duerme tres, cuatro horas, y estos locos descansan”. Las hijas de Maradona, presentes en la acusación, sostienen que los médicos solo respondían ante Matías Morla, el abogado de Diego, cuyas motivaciones eran puramente crematísticas. Según se ha explicado en el juicio, el entorno intentaba que Maradona pasase el mayor tiempo sedado, único momento en el que no daba problemas a los médicos, y solo trataban de espabilarle cuando tocaba alguna aparición pública, siempre bien pagadas.

La nevera podía abastecer una fiesta de 50 personas. Había vodka, whisky, cerveza...

"Le digo a Charly que le ponga el desayuno y las pastillas y ¿sabes lo que hace? Darle simplemente una cerveza. Y claro, Diego se la bebe, porque es lo que tiene el problema del alcoholismo", dice en uno de los mensajes Cosachov. "Ese es el problema. Cualquier otra afección tiene que quedar en segundo plano, porque lo más preocupante de Diego es la cantidad de alcohol que toma", le respondió Luque. Otras versiones sostienen que en la casa no había apenas material médico, si bien la nevera podía abastecer, sin problema, una fiesta de 50 personas. Había cientos de cervezas, vodka, whisky... y por supuesto un nutrido surtido de habanos, a los que Maradona no renunciaba pese a sus problemas de respiración.

Para Mola, la situación no era tan dramática: "Lo único que tenéis que hacer es evitar que beba antes de las 7 de la tarde. Después ya... ¿o es que te crees que Donald Trump o Putin no se emborrachan por las noches en sus casas?", dejó en un audio que ha sonado durante el juicio. Quizá tenga razón, con la salvedad de que los líderes del mundo no acaban de pasar por una operación cerebral a vida o muerte.

"¿Cómo le puedo yo cortar el alcohol a una persona que ha tenido múltiples ingresos por esta adicción y que tiene un entorno que se lo fomenta?", le respondía Luque. "Y luego está la imagen que da... ¡si es que se pasa el día borracho!".

"El otro día le fui a decir que dejase de tomar alcohol y terminamos brindando con Luigi Bosca (un vino de la tierra)", lamentaba Luque.

He aquí la madre del cordero. La psiquiatra, el neurocirujano, las enfermeras, el psicólogo, el abogado... antes que profesionales, son argentinos que adoran la figura de Maradona. De ahí que al Pelusa le bastase con un hilo de voz, o un simple gesto, para conseguir que se cumpliese su voluntad. De algún modo, todos sabían que el final de Diego estaba a la vuelta de la esquina y que llegaría de la forma en la que Maradona había pasado el resto de su vida.

"El otro día le fui a decir que dejase de tomar alcohol y terminamos brindando con Luigi Bosca"

Una conversación entre Luque y su paciente evidencia esta situación: “Le dije: ‘Mirá, Diego, te vas a morir. Te vas a morir de un paro cardiorrespiratorio. Porque tomas pastillas para dormir y tomás alcohol’. Y me dijo: ‘Tordo, te la voy a hacer corta. Toda mi vida me sacrifiqué. Déjame tranquilo’. ¿Qué le voy a decir, boludo? Tiene razón”.

En los últimos días de Maradona se rompió el esquema que aspiraba a mantenerle con vida. Los médicos, por una parte, dedicaron sus esfuerzos a protegerse legalmente, a sabiendas de que un juicio era el más posible de los escenarios, y Diego a autodestruirse a su manera, esto es, la más hedonista posible. En los escasos momentos de lucidez, Maradona señalaba a la caja fuerte y denunciaba que alguien le estaba sacando dinero. Para su última aparición pública, el 30 de octubre de 2020, con motivo de la celebración de su cumpleaños en el estadio de Gimnasia, los galenos le diseñaron un cóctel de sueros para que apareciese, al menos, funcional ante sus fanáticos. Apenas consiguieron que caminase solo un ex deportista profesional con solo 59 años.

Pocos meses después de la muerte del futbolista, diecisiete de los veintidós integrantes de la Junta Médica Multidisciplinaria encargada de aclarar la muerte publicaron un informe con conclusiones como como: “Nunca se trató de una real internación domiciliaria”, porque “se siguieron las indicaciones del paciente, se retiraron los acompañamientos terapéuticos, las enfermeras no entraban a la habitación, no se controlaron signos vitales y las visitas tanto del psiquiatra y psicólogo no fueron con la debida frecuencia”.

Las últimas 72 horas, Maradona las pasó durmiendo. El cuadro médico, harto de desvivirse sin ver resultados, se refería a él como "la bella durmiente". Maximiliano Pomargo, su asistente personal, ha explicado en el juicio que la máxima era "no molestar al león mientras duerme". Ni siquiera el hinchazón de la cara, que iba creciendo con las horas, sirvió para que sacasen al astro de la cama. Maradona murió por un edema pulmonar, producido por un problema cardíaco. "Tenía los ojos hinchados como una teta, te lo juro por Dios", informó uno de sus médicos. "Tranquilo, es normal después de dormir 20 horas en la misma posición, luego voy yo y le doy un café", le respondió Luque.

El juicio a varios sanitarios por la muerte de Diego Armando Maradona, que arrancó hace unos días en Buenos Aires, transita entre la negligencia médica y la autodestrucción del paciente. Todo para responder a la pregunta: ¿Quién mató a Maradona? ¿Los médicos? ¿El propio Maradona? ¿Su entorno? ¿O todos a una como en Fuenteovejuna? Si la respuesta es compleja, más sencillo es responder a la cuestión contraria. ¿Quién salvó a Maradona de morir antes? Muy posiblemente Fidel Castro.

Diego Armando Maradona
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