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El combustible con el que funciona el Real Madrid en la víspera de la vuelta contra el Atleti
Restan dos días para que se decida quién es el vencedor de los octavos de Champions en este derbi madrileño. Los blancos tomaron ventaja con los goles de Rodrygo y Brahim
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Durante la semana se habló poco del partido. No parecía una cosa importante y menos ahora cuando se sucede un momento histórico tras otro o quizás la escenificación de un momento histórico tras otro. Ya no es posible diferenciar realidad y representación. Seguramente de ahí venga la rabia que se le tiene al Madrid puesto que opera sobre el principio de la realidad y suele convertir en banales todas las palabras que se vierten durante la temporada sobre el club. Sobre todo cuando se gana la Champions. Y eso sucede con cierta frecuencia.
La cuestión es que se decía que el Madrid era inferior al Atleti como equipo porque es sabido que el club blanco es algo indefinible y que no se puede nombrar por lo menos con palabras humanas. Así que como equipo el Atleti superior y como confederación de individualidades unidas para acabar con la moral socialdemócrata europea, entonces sí que el Madrid tiene un pase.
Un conjunto de estrellas contra equipo cuajado, un equipo como Dios manda.
Desde ese punto de vista el 2-1 es un resultado extraño ya que ganó el peor equipo. Y además, el mejor de los dos equipos, el rojiblanco, quedó satisfecho con la derrota lo cual no es fácil de comprender.
Pero así es la rosa. Algo pocha y pisoteada, pero con las espinas intactas.
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El binomio Vinícius-Mbappé
A pesar del 2-1 la afición del Madrid no parecía satisfecha. O eso decían los comentaristas. La clave eran Vinícius y Mbappé. Se nota en el ambiente una honda preocupación sobre todo por el brasileño. Al fin y al cabo el francés viene de marcar un hat-trick contra el City, así que se supone que su bajo rendimiento será flor de un día. Pero Vinícius… con lo que era este chico, la alegría de los partidos, siempre, siempre, siempre yendo recto a la portería, regateando al mundo entero y ahora se nos ha hecho mayor de repente, serio y severo, y eso no rima con su juego.
Los mismos que cada fin de semana movían la cabeza de un lado a otro hablando de la deriva del Madrid encarnada en su joven brasileño, ahora resulta que echan de menos esa energía suya protestona y rebelde que al parecer era lo que le empujaba hasta más allá del límite del campo, de la razón, hasta un playa donde juega él solo a regatear las olas del mar, una a una hasta llegar al final.
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Igual es verdad, igual es como en las fábulas antiguas donde la mujer cuando le dolía algo cantaba. Y el hombre cuando le dolía algo destrozaba el hogar con el hacha. Vinícius cuando siente la llamada del fútbol, destroza el hogar (ajeno) con la pelota siguiendo una melodía que es siempre diferente y que solo él parece conocer. Se podría escribir que desde la normalidad, Vinícius se queda seco, que así no gana partidos, que necesita que algo se erice alrededor suyo para escuchar esa melodía; pero la realidad es que el Vinícius de las eliminatorias Champions es desde hace años un jugador más contenido, menos visceral, igual de fulminante y tan desequilibrante pero más medido. Menos teatral.
Pero sí, el brasileño hizo un mal partido. La máscara de Vinícius la llevó Rodrygo, como en tantas otras eliminatorias de la copa de Europa. La jugada del primer gol contra el Atlético fue muy sencilla. Un pase en profundidad de Valverde y Rodrygo en tierras de extremo cambia de dirección como una bandada de gaviotas. Se monta en una ola en el borde del área y va abriendo y cerrando puertas: detrás de cada una hay un defensa atlético como un muñeco del museo de cera. Cuando ha cerrado la última puerta mira a portería y ve que hay un huego gigantesco y por ahí se va el balón por un tobogán infantil. Es gol y es el inicio del partido, mala señal para los blancos, que en octavos siempre optan por la ley del mínimo esfuerzo. Y así fue. Al final del encuentro, Mbappé y Vinícius no llegaron ni siquiera a los siete kilómetros recorridos. No es ya que luchen para ganar, es que les conviene correr más por pura salud. Eso es una recomendación de la Unión Europea. Y de los expertos alemanes, que saben más que nadie.
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La explicación del Madrid
En este momento hay que dar una explicación sobre lo que es el Real Madrid porque mucha gente está confundida. Algo así como el Madrid explicado a los niños.
El equipo blanco es un equipo que está condenado a ganar desde que Di Stéfano dividió las aguas con su juego. Esas victorias sucesivas que parecían infinitas y la pasión inhumana de Bernabéu, cambiaron la historia del fútbol. Cada dos o tres años, surgen voces en el madridismo pidiendo más táctica, otro desempeño de los jugadores, una modernización del libreto del entrenador que siempre está obsoleto, oxidado y en proceso de descomposición.
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En los alrededores del madridismo, los que lo quieren poco, piden cosas similares o bien, ningunean el juego del equipo y el de sus grandes figuras, que suelen estar entrando o saliendo de una crisis y cuando no es así, se les ve como a electrodomésticos marca Bernabéu, eficaces y crueles pero separados del principio del placer. Y el placer es lo que provoca Pedri o aquel famoso futbolista del Asia Central que está poniendo la Bundesliga patas arriba.
Para que un jugador se convierta en un dominador de la Champions tienen que pasar varias cosas. La fundamental es cocerse en el metal hirviendo del Bernabéu. Eso sucede en el día a día, con ese silencio en el que se puede oír al mediocentro pensar y que pone al futbolista de cara con sus propios demonios. Y más allá del día a día están las noches de la Copa de Europa, y ahí al jugador que ha ido sobreviviendo a la temporada, se le exige que domine la función. Que sea la voz en off del partido, el sheriff que guarda el pueblo y el depredador que abate la pieza. No es algo optativo. O se tiene o no se tiene. Y si no se tiene, hay que construirse penosamente hasta acompañar a los que lo tienen y no estorbar. Eso que Tchouamení está haciendo cada vez mejor.
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Las palabras de Di Stéfano
Para que los jugadores se hagan a ese sino, que es el de los grandes campeones, debe respetarse el principio de la libertad. Y al lado, el de la realidad más cruel. Sólo sobrevive el que sabe ganar, el que se aúpa sobre sí mismo hasta fundirse con el objetivo último de la victoria. Libertad y realidad. Son hombres hechos contra las circunstancias. Todo lo que pasa en el Madrid desde el mes de agosto son esas circunstancias, y en cada pequeño repecho hay una dificultad. Es el propio futbolista el que debe vencer las dificultades hasta convertirse en un jugador del Real Madrid. Hasta merecer la camiseta. Regar los campos con su sangre, eso decían de Di Stéfano, y es el único ejemplo que permanece. Día a día se renueva el mito y nadie debe ser condescendiente ni amable con los que tropiezan, en caso contrario el club se estaría mintiendo a sí mismo.
Para que todo se alinee de esa forma, de la forma en que los futbolistas se hacen a fuego y pasan a ser dominadores de la Champions, caminantes blancos que producen pavor en los oponentes, es absolutamente necesario que el entrenador deje a sus pupilos confundirse, que todos pasen por etapas oscuras, por el sótano del edificio donde la luz no es ni siquiera una quimera. Es necesario que la táctica sea solo un esqueleto, la mínima expresión posible. Unas pocas indicaciones generales y a jugar. No más que eso. Es la inteligencia del jugador, su intuición, su personalidad en los grandes páramos helados de una semifinal de Champions, lo que le debe salvar de la muerte. Porque la derrota es la muerte y todos lo saben.
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Y sabiendo esto, todavía hay gente pidiéndole a Carletto más táctica, más presión, un libreto menos obsoleto. Como si el Madrid no ganara año tras año contra todas las estadísticas hechas por sistemas pretendidamente complejos. Complejos pero no profundos. Sistemas que ni siquiera rozan la verdad del fútbol. Una verdad que solo se desvela a partir del minuto 70.
La resaca de esta manera de entender el fútbol (y la vida) son partidos donde si los jugadores no se encuentran, la función parece entrar en coma. Eso pasó durante un largo rato contra el Atlético. El Madrid por principio, se echa atrás si marca un gol temprano, pero en este caso tampoco le funcionó el contrataque. No es fácil hacerle una contra al equipo del Cholo, es un maestro negando los espacios, pero el desempeño de Mbappé y Vinicius fue paupérrimo. Parecía que estaban buscando una puerta secreta que sólo se podía cruzar moviéndose lo menos posible. El ataque en estático era una sucesión de pases horizontales que hacía añorar la carta de ajuste, así que lo mejor era ver al Atlético trenzar jugadas con cierto tino y en una de esas Julián Álvarez (el jugador más caro sobre el césped) marcó un golazo por la escuadra.
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El ritmo de Modric
El Atleti no sacó más partido a una cierta superioridad en el juego porque no está en sus genes arrojarse encima de la presa si no más bien merodear por la pradera a ver qué cae. Es un equipo echo para la carroña y que sin embargo ataca mejor de lo que se le supone. Hay un contrasentido entre lo que es el Atlético históricamente y lo que se necesita para ganar la Copa de Europa. Y Simeone eso no lo puede arreglar, quizás porque está tan incrustado en el club que no puede ver las cosas desde la distancia.
El Atleti llegó a tener todas las armas en su mano -el Madrid no estaba vencido pero sí huérfano del centro del campo- y sin embargo su mentalidad seguía siendo la del resistente. La de un equipo asediado. Y como esa es su mentalidad, el Madrid acabó dándole el gusto en una segunda parte donde Modric le dio la vuelta al partido.
Todo el mundo vio el encuentro y sabe el resultado: fue un 2-1 gracias a una miniatura de Brahim que solo marca goles geniales y fuera de la norma. Ese tipo de joyas que solo el Madrid parece poseer. El cambio en la segunda parte se debió a Luka, o sea, a un mediocampista que supo marcar el ritmo y con ello, el madrid juntó sus piezas y aprendió de nuevo a atacar la portería contraria. Eso nos lleva al problema Ceballos, un jugador que se había convertido junto con Valverde, en el más importante del 11 titular. Era quien unía el norte y sur del equipo, el verdadero enganche posicional sin el que los delanteros están huérfanos de la pelota.
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Camavinga no supo hacer de Ceballos, quizás sea únicamente un hombre destinado a cambiar los partidos a través de jugadas individuales, ofensivas y defensivas, conducciones al filo, pases implacables y fulminantes. Eso lo sigue teniendo pero el poso que había adquirido se ha evaporado. Sólo con Tchouaméni en su sitio, los blancos fueron un equipo desperdigado, sin nadie que ordenase al equipo ni le diera ritmo al ataque. Y Mbappé necesita ritmo, ir calentando la muñeca hasta dominar la función.
La vuelta en el Metropolitano será una incógnita. Todos conocen los problemas del Madrid pero eso al equipo blanco le da igual. Año tras año se enfrenta a escuadras mejor hechas, con menos remiendos, más compactas y combinativas. Y suele ganar. Pero no siempre. El Atleti tiene armas para colonizar el medio campo del madrid y desde ahí, dictar las normas. Pero incluso así el partido no sería suyo. No es posible que Vinícius y Mbappé repitan un partido inexistente como el que tuvieron en el Bernabéu. Un Bernabéu, por cierto, muy de octavos de final, o sea, callado y aburrido, con el monstruo silente; ese que sólo despertará a partir de cuartos.
Pero antes hay que pasar la frontera.
Durante la semana se habló poco del partido. No parecía una cosa importante y menos ahora cuando se sucede un momento histórico tras otro o quizás la escenificación de un momento histórico tras otro. Ya no es posible diferenciar realidad y representación. Seguramente de ahí venga la rabia que se le tiene al Madrid puesto que opera sobre el principio de la realidad y suele convertir en banales todas las palabras que se vierten durante la temporada sobre el club. Sobre todo cuando se gana la Champions. Y eso sucede con cierta frecuencia.