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Las grandes dudas y las certezas del Real Madrid en el momento más importante del año
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Ángel del Riego

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Las grandes dudas y las certezas del Real Madrid en el momento más importante del año

El Real Madrid cuenta con un ataque devastador que puede hacer temblar a todos, pero llega con el centro del campo en cuadro, una defensa con asterisco y la incógnita de Camavinga

Foto: Mbappé coge la pelota tras la remontada del Betis. (Reuters/Marcelo Del Pozo)
Mbappé coge la pelota tras la remontada del Betis. (Reuters/Marcelo Del Pozo)

La semana empezó feliz en San Sebastián. Bellingham dio un pase de esos suyos, perezosos y mágicos, y al final del balón estaba Endrick, corriendo cuesta abajo para adelantarse aún más al futuro. El brasileño le había señalado la jugada al inglés y eso la hizo más hermosa. Fue un menú degustación para el espectador, dos de los jugadores más disfrutables del Real Madrid haciendo justo lo que se les exige.

Endrick domesticó la pelota con la cadera, con esa sensualidad de las culturas paganas y de ese mismo gesto surgió el golpeo, recto pero tribal, muy brasileño y a la vez muy suyo. El balón entró fácil y alejado del guardameta, porque este chico lleva dentro las artes mayores del delantero (control, desmarque y disparo) de una forma natural, como si el gol fuera para él una función biológica.

El resto del partido mejor bórrenlo. El Madrid jugó razonablemente bien y corrió razonablemente poco. La estructura o más bien la confianza de los jugadores en sí mismos, en encontrarse sobre el campo, está ya afinada. Las carencias todos las conocen y solo pueden ser subsanadas por la vía del esfuerzo y de la contención, y las virtudes mejor no destaparlas hasta que llegue el partido contra el Atlético, los octavos de Champions, el momento donde se alza el telón.

placeholder Endrick demostró que tiene puntería. (Reuters/Vincent West)
Endrick demostró que tiene puntería. (Reuters/Vincent West)

El Real Madrid despierta por primavera

Es extraño. Estamos a principios de marzo, solamente queda el último tercio de la temporada por jugarse, y, sin embargo, la impresión del madridista es que todo comienza el martes; que la pretemporada justo ahora acaba; que la larguísima escalada por la cara norte que han sido estos siete meses, apenas si ha existido, es una bruma que se funde con otros principios de temporadas pegajosos, aburridos o insignificantes.

Como si los primeros actos del Madrid estuvieran hechos de un material que no resiste el paso del tiempo: un ensayar el ritmo del depredador hasta que surge la melodía. Y cuando surge la melodía (que es siempre la misma, pero hay que buscarla cada año en un lugar diferente), los jugadores se apartan a los límites del campo y descansan. Descansan de manera ostensible, como en el partido contra el Betis, que tuvo 20 minutos inapelables, con Mbappé haciendo de Benzema y un gol precioso hecho de combinación y geometría y 70 minutos donde bajó la niebla, los madridistas se quedaron parados y el Betis aprovechó los caminos que se habían abierto para ganar el partido.

Vinícius y el odio antimadridista

La melodía está ahí y se puede tocar en cualquier momento, pero hay que tener cuidado porque la superioridad de esta escuadra no es grande respecto a las demás. Se han ido cayendo piezas, la última Ceballos, que era quien unía el norte y el sur del equipo en una espiral sin fin. Ahora mismo, la única línea superior a la del Atlético es la delantera. Los tres galanes más Bellingham. Y todos llegando en el momento justo porque han tenido mucho cuidado de no romperse el cristal de las articulaciones, luchando contra el entramado de odios y rencores que es la liga.

Solamente hay que ver a Vinícius, cuyos últimos partidos parecen jugados con la batería al 20%, algo cicatero, incluso mezquino en el esfuerzo, pero entendible visto con la perspectiva que tiene el que ha sido el mayor objeto de odio antimadridista desde Cristiano. Vini conoce el percal y ha visto cómo desde mitad de enero a mitad de febrero, el Madrid fue el mejor equipo de Europa; encontró su sino, encontró su juego, encontró la melodía después de desenredarse a sí mismo. Ganó al City a ratos con un juego abrumador, pero en cuatro partidos en liga apenas si rascó una victoria contra el Girona. Dos empates y una derrota. En todos fue superior al rival y en todos la ley le hizo tropezar una y otra vez contra las esquinas del campo.

placeholder Vinícius protesta una jugada. (Reuters/Marcelo Del Pozo)
Vinícius protesta una jugada. (Reuters/Marcelo Del Pozo)

Así que contra el Betis, Vinicius, y con él, el Madrid, miraron el partido como si fuera un barco que se va alejando poco a poco en altamar. No hubo exceso de drama ni de comedia, lo saludaron con la mano, agacharon la cabeza a la bronca de Ancelotti y concentraron su mirada en el horizonte, en la Champions, en los campos de Europa, agrestes porque la competición es a vida o muerte, pero donde funciona el Estado de derecho o sea, la igualdad ante la ley. El Madrid no pide más.

Valverde lo cambia todo

El estilo de Ancelotti es el de una suma de pequeñas solidaridades que se desparraman por el césped, como si todo el Madrid fuera un pelotón en medio de fuego cruzado y donde la suerte de uno está unido al de su sombra y al devenir del grupo entero. Alaba, por ejemplo, ha empeorado la defensa. Es normal, sale de lesión larguísima y, sobre todo, no se entiende con Rüdiger o Tchouaméní como lo hace ahora mismo Asencio. El canario había conseguido contagiar al enorme francés perezoso (Aurelian) con su juego eléctrico y al límite del peligro.

Algo entre ellos funcionaba y un área grande cerca de la frontal, el sitio donde se sueldan las jugadas, se convertía en zona prohibida para los enemigos. Por otro lado, Fede por la derecha es el arma que nadie tiene en Europa. Suma otra fiera a la defensa de los de la cofradía del desgarro, saca la pelota (con pase corto, largo, apoyo o conducción) como quien juega con los niños en el salón y es un mediocampista más, algo fundamental porque el Madrid solo juega con dos medios y ese es el caballo de Troya por el que el Barça o el Atlético pueden colonizar el partido de punta a cabo.

placeholder Fede Valverde viene con problemas. (AFP7)
Fede Valverde viene con problemas. (AFP7)

En ataque se pierde su disparo furibundo, pero se gana ese pase tenso hacia la carrera o el remate de Mbappé que es un gol arrancado a las gradas. Sea o no, llegue el gol o no: es miedo y el miedo doblega el metal ajeno. Quizás sea la mejor posición de Fede porque ahí puede afinar todo lo que quiera su enorme rango de pase. No tiene que pensar, a su espalda está el público y solamente tiene el horizonte por delante. Lo que se desarrolle a su espalda da igual. Fede galopa donde los otros únicamente corren.

Todos saben que van a jugar los tres delanteros más Bellingham. La entente cordial que han conseguido es girar entre ellos con el único punto de apoyo de Mbappé de delantero centro. Bellingham siempre está algo por detrás con esa sensibilidad que tiene para sacar la jugada de un pozo y convertirla en un cubo de oro. Y el ratoncillo Rodrygo entrando y saliendo de plano para adueñarse de la función.

Ese ataque que puede tomar la forma más individualista o la más combinativa es la gran fortaleza del Madrid. Tiene todas las velocidades, la pausa, el medio tiempo o el frenesí. El Atlético no tiene nada para pararlo. Tampoco el Barça o el Liverpool o cualquier otro equipo de esta dimensión. El problema no es el mar, sino su resaca: el equipo partido, desperdigado, el mediocampo esquelético, los contrarios que dictan las normas desde el centro geométrico de los dolores del Madrid. Desde su ausencia de mediocentro oficial.

Las grandes dudas del Real Madrid

Para que la melodía cuadre, el Real debe estar concentrado y solidario. Ese es su estatus de ciudadanía. Eso no será posible todo el partido, así que el dominio irá por fases (cierren los ojos cuando no); pero en este último mes hemos visto a un Madrid mucho mejor posicionado en el campo para iniciar todas esas contras con las que sueña el hincha. Porque esa es la mejor forma que tiene el Madrid de defender, con el miedo del rival, que se imagina olas gigantes una detrás de otra hasta anegar el partido. Y así no hay manera de ir juntando piezas para amenazar a Courtois.

placeholder Camavinga, la gran duda. (AFP7)
Camavinga, la gran duda. (AFP7)

El mediocentro oficial ahora mismo parece Tchouaméni. Ni es tan bueno ni es tan malo. Ha conseguido darle ritmo al Madrid, pero todavía no sabemos si sabe darse la vuelta, correr hacia atrás, perseguir la jugada como si su vida dependiera de ello como hacía Casemiro. La gran incógnita es Camavinga. No sabemos si jugará de inicio. No sabemos si se dedicará a pisar a los contrarios y perder el balón en las situaciones de susto o muerte. No sabemos si será esa bestia que domina bajo las balas, esa que sacó a Francia de la atonía contra Argentina en aquella final de hace dos años, y que ya ha asomado en el Madrid en finales y semifinales de Champions.

Mejor cuanto más alto, mejor cuanto más frío, mejor cuanto más cerca del sol. En la mirada impasible de Camavinga está el enigma de lo que queda de temporada. Y Modric. Luka está para un aleteo y para que le den el Nobel de la Paz. O quizás no. En este Madrid de Ancelotti, un constructor de catedrales, se sabe que el edificio será grande, amplio, con enormes ventanales y una luz que va cambiando sobre el tiempo; pero no se sabe a quién iluminará la luz, cuáles serán las zonas de sombra o la presión que pueden soportar los arbotantes. La solución, como siempre, a mitad de semana.

La semana empezó feliz en San Sebastián. Bellingham dio un pase de esos suyos, perezosos y mágicos, y al final del balón estaba Endrick, corriendo cuesta abajo para adelantarse aún más al futuro. El brasileño le había señalado la jugada al inglés y eso la hizo más hermosa. Fue un menú degustación para el espectador, dos de los jugadores más disfrutables del Real Madrid haciendo justo lo que se les exige.

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