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La soberbia defensa del técnico del Rayo a los árbitros tras ser perjudicado contra el Barcelona
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La soberbia defensa del técnico del Rayo a los árbitros tras ser perjudicado contra el Barcelona

Iñigo Pérez empatiza con los árbitros tras la polémica victoria del Barcelona contra el Rayo Vallecano y no echa gasolina en el momento de más crispación y descrédito de este estamento

Foto: Iñigo Pérez en el partido contra el Barcelona. (EFE Alejandro García)
Iñigo Pérez en el partido contra el Barcelona. (EFE Alejandro García)

Iñigo Pérez podía haber clamado contra el arbitraje de Melero López, en el campo, y el de Díaz de Mera, en el VAR, en la derrota contra el Barcelona, y lo que hizo fue no poner excusas. Ni una palabra de reproche con las decisiones de los colegiados en el momento de más crispación y descrédito que vive este estamento en el fútbol español. El entrenador del Rayo Vallecano eligió que lo más sensato era respetar su trabajo y, pese a sentirse perjudicado, se guardó en privado su opinión.

Estuvo soberbio en el planteamiento que llevó al límite al equipo de Hansi Flick y excelente en su visión cuando le pidieron la opinión por la actuación arbitral. No echó gasolina al fuego. "Empatizo mucho con ellos y tengo mi propia opinión, pero no traspasaré esa línea. Entiendo la dificultad de los árbitros", es la postura de un entrenador joven, humilde y comprensivo.

Esquivó la polémica acción del penalti pitado en el agarrón de Pathé Ciss a Iñigo Martínez que supuso el gol de Lewandowski. No lo señaló el árbitro de campo. Le llamaron desde la sala VOR para que fuera a la revisión en el monitor. Un agravio comparativo con lo que sucedió en el área del Barcelona con el agarrón de Héctor Fort a Mumin. Aquí no entró el VAR. No dijo nada sobre el gol anulado a su equipo por un fuera de juego posicional en el que interfiere Nteka, del criterio cuando entra el VAR, los pisotones y los agarrones.

Se centró en el juego y se alejó de la polémica arbitral en una victoria sufrida del Barcelona que le coloca como nuevo líder de la competición. La corrección y el tono analítico y comprensivo es inusual dentro del clima de irritación, quejas institucionales de los clubes con comunicados y las crecientes sospechas de un sistema que el Real Madrid califica de viciado. Entrenadores como Ancelotti e Imanol Agualcil han puesto el grito en el cielo.

Iñigo Pérez estuvo impecable en su argumentación para pedir una protección a los árbitros y, a la vez, tiró de ironía: "No tienen quien les apoye en un estadio. Solo lo pueden hacer sus familias. Si te enfrentas no tienes nada y si te portas bien, algún día recibes algo".

Foto: Bellingham protesta al árbitro Munuera Montero en El Sadar. (Reuters/Vincent West)

Lo que hizo fue rebajar la tensión en un momento delicado y preocupante que coincide con el comunicado de los árbitros y árbitras del fútbol español manifestando su absoluta repulsa por los ataques y amenazas de muerte que ha recibido Munuera Montero tras el partido entre Osasuna y el Real Madrid y el odio y la violencia que se está produciendo en las categorías del fútbol base.

Iñigo Pérez es un entrenador joven (37 años) que tiene al modesto Rayo Vallecano en la zona alta de la clasificación, el sexto puesto, con un equipo que es el fiel reflejo de su personalidad. El Rayo propone un fútbol ofensivo, atractivo y es competitivo. Lo demostró contra el Barcelona, jugándole de tú a tú, con valentía y un planteamiento incómodo. Fue capaz de minimizar a Lamine Yamal y en muchas fases del partido de contener todos los registros ofensivos del Barça. El Rayo mereció más, cayó con la cabeza alta y su entrenador dio la cara por los árbitros.

Iñigo Pérez podía haber clamado contra el arbitraje de Melero López, en el campo, y el de Díaz de Mera, en el VAR, en la derrota contra el Barcelona, y lo que hizo fue no poner excusas. Ni una palabra de reproche con las decisiones de los colegiados en el momento de más crispación y descrédito que vive este estamento en el fútbol español. El entrenador del Rayo Vallecano eligió que lo más sensato era respetar su trabajo y, pese a sentirse perjudicado, se guardó en privado su opinión.

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