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El antimadridismo se dispara en España gracias a Vinícius y Bellingham
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Ángel del Riego

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El antimadridismo se dispara en España gracias a Vinícius y Bellingham

El mito del Real Madrid contra todos vuelve con más fuerza que nunca tras el polémico arbitraje de Munuera Montero en Pamplona. El equipo blanco vivió un auténtica tortura

Foto: Vinícius Júnior acabó desquiciado por el arbitraje en Pamplona. (EFE/Iñaki Porto)
Vinícius Júnior acabó desquiciado por el arbitraje en Pamplona. (EFE/Iñaki Porto)

Llegaba el sábado al mediodía y llegaba el Real Madrid a Navarra, a Pamplona, a un estadio de esos del norte enrabietado por cuitas antiquísimas de cuando el Rey de Castilla dominaba la competición y exigía 100 vírgenes y 30.000 ducados de oro para respetar los fueros y no golear en la medida de lo posible. Un estadio con personalidad, a la inglesa. Ya saben: la patada igualitaria, las venas a punto de explotar, el racismo justificado. Libertad, amnistía y antimadridismo. La catarsis del fin de semana contra el gran escaparate que viene del centro de la nación.

El Real Madrid pagó su deuda con rapidez. En la primera jugada, Vinícius se desplaza entre los defensas osasunistas como un animal salvaje entre sus torpes guardianes. Llega al final de la raya y para; el defensa se cae y Vinicius se adelanta el balón, no se sabe si para regatear, dar un pase o salir triunfante y seguir regateando a todos los defensores de la ley una y otra vez como hacía Charlot en sus películas.

El defensa tiene el brazo extendido y retiene el balón. Es penalti. Vinícius se para y se ríe. Era el minuto dos, todo pintaba bien. Pero el árbitro —el guardia con la porra de las pelis de Charlie Chaplin— se le acerca enfurruñado y le conmina "sigan, sigan", entre la cara de pasmo de Vinícius que bracea desesperado. La ley en España (país donde lo mejor es lo que no depende de los españoles, como los paisajes, el tiempo y el Bernabéu) se interpreta a favor del ambiente.

El Real Madrid encuentra el camino

El ambiente es un conglomerado político social con trazas pretendidamente anti burguesas e intereses perfectamente confesables que todo el mundo conoce, pero que conviene no decir para no ser expulsado del corro de la patata que es el sistema. Y fuera del sistema, como está comprobando el Madrid, la vida consiste en una subida permanente por la cara imposible del K-2. El Real Madrid siguió ajeno a todo esto hilvanando un juego de alta escuela que seguía la estela de los últimos minutos contra el City de Guardiola.

Ancelotti, a mitad de febrero del año de gracia del 2025, cuando todas las máscaras se han caído, en un momento donde la historia vuelve a mover sus pesados engranajes; ha vuelto al mismo lugar de todos los años: teje un equipo que se reconoce a sí mismo y donde todo discurre a favor de las pequeñas sociedades que cosen sus jugadores en la parte superior del campo. Justo en el segundo anterior a que se abra la gran puerta, el italiano consigue tener las piezas en la disposición adecuada.

placeholder Vinícius Jr celebra el gol de su compañero, Kylian Mbappé. (EFE/Villar López)
Vinícius Jr celebra el gol de su compañero, Kylian Mbappé. (EFE/Villar López)

Cada ataque del Madrid era una oportunidad de gol, exactamente lo que había pasado contra el equipo citizen unos días antes. Entonces se hablaba de la funesta defensa de los de Guardiola, pero quizás tenga que ver más con la forma rapidísima y libérrima que tienen los delanteros del Madrid al derramarse por el campo contrario. Como en las inundaciones, como en las grandes crecidas del río: nada se puede hacer.

La delantera blanca se desata

Se filtran por todos los rincones y se acaba imponiendo un ritmo acuoso donde cualquiera puede ser rey, dama y peón, como en la triangulación entre Brahim —que desencadena la jugada contra el Osasuna, el gran secundario de lujo de esta temporada—, Valverde, arrasando la banda derecha con una superioridad casi exagerada y Mbappé, en funciones de delantero centro poniendo su empeine de oro al servicio del centro del uruguayo.

En una jugada cualquiera, a Vinícius le derriban en el área sin muchos miramientos. Ya que el brasileño parece inmortal, acaben con su vida una y otra vez, parecen pensar los defensas. Todo vale contra la aristocracia, parecen pensar los comentaristas, que siempre dudan en los penaltis que le hacen al Madrid. "Vinícius muérete", cantó el coro. "Sigan, sigan", dijo el árbitro y la situación tornó en fábula de las que se cuentan a los niños para aleccionarles sobre conceptos como el mal, la injusticia y las verdades ocultas de la vida.

Para que un penalti sea penalti contra el Madrid y así lo digan los comentaristas, tiene que ser una cosa cósmica. Un evento que sucede cada 50 millones de años. Sigan, sigan, que aquí no hay nada que ver. Los futbolistas blancos estaban desatados. No había rabia en ellos a pesar del subtexto del partido, al que parecían ajenos. Disfrutaban, lo cual es bonito si uno lo piensa, pero no le sirve al Madrid para ganar partidos.

El triunfo que catapulta al Real Madrid

Pasó lo mismo contra el City. Allí incluso se vio a Mendy parándose en el área y dándole al balón con su pierna mala, que no está clara cuál es. Fue como ver a un cisne hurgando en una botella rota y todos rieron al verlo, porque estaban convencidos de que después de esa situación vendría otra y otra más, tantas oportunidades de gol como días hay en la infancia. Nunca es tarde, entonces, todo se vive en un momento eterno. Y así, el Madrid, no marca. Cuando se desatan los perros y los chicos disfrutan, no marca. Es Alain Delon en descapotable, ensimismado por la velocidad y su belleza. Y no marca.

Contra el City hubo suerte. Un penalti en contra, quizás injusto —no porque no lo fuera, sino por el momento— que le sentó muy mal a toda la escuadra blanca. Así que ahí comenzó otro partido, otro más grave, consciente de sí, más europeo. Esperaba la muerte detrás y el frío tras la muerte, o quizás antes. Quizás sea antes el frío y luego la muerte, no es fácil acordarse de esas cosas. Pero llegaba el final del partido y el Madrid seguía perdiendo.

placeholder Mbappé marcó un gol acrobático. (Reuters/Phil Noble)
Mbappé marcó un gol acrobático. (Reuters/Phil Noble)

Modric entró, Brahim entró y los cielos se quedaron quietos. Era el momento. La remontada blanca. El único sitio donde el fútbol vuelve a sus registros antiguos de miedo, de infancia y esplendor; el sitio donde se hizo gigante. Todos miran y llega un gol, el de Brahim, el expatriado, Joselu, Rodry o Karembé, mismo drama, diferentes personajes. Todos siguen mirando y saben que pasará lo irremediable y que pasará de la peor manera para el City. Un balón en largo, desconsolado, que Vinícius gana al límite y Bellingham persigue más allá de la razón y marca con esa agonía suya, que parece salida del centro de la historia del Madrid.

El Real Madrid contra todos

Fue una victoria que restituye el mito y días después, contra el Osasuna, otro mito, el del Madrid contra todos, el del antimadridismo (aparentemente) triunfante volvió a ser restituido. Tras ese no penalti a Vinícius llegó un aluvión de juego blanco y después, un pequeño interregno del Osasuna. En el área del Madrid pasó una cosa: Camavinga. Jugador con aptitudes magníficas, pero con una tendencia muy peligrosa a dar pisotones en el área. Sus formas de velocirraptor no casan con el orden íntimo que debe tener alguien que guarde el hogar. Hasta ahora la posición que magnifica sus virtudes y acalla sus defectos es la de lateral izquierdo.

Pero con Fede exiliado en la derecha, Camavinga es necesario en el centro, por ritmo, capacidad de robo y entereza física. Pero esa superioridad con la que a ratos se desenvuelve, se vuelve trampa en el área o sus cercanías. Cada vez que contacta con la bola es una moneda que se tira al aire. Si roba y sale, es ocasión para el Madrid, si pisa o la pierde, es ocasión o penalti en contra. Le hace falta leer a algún filósofo estoico para encontrar la sabiduría que no tiene su juego.

placeholder Camavinga debe evolucionar como centrocampista en la base. (AFP7)
Camavinga debe evolucionar como centrocampista en la base. (AFP7)

El caso es que Osasuna marcó y de repente al Madrid le entró la rabia. Rabia contra su mala suerte, o contra el árbitro, pero se volvió un equipo inestable. Antes, sobre el minuto 40, Bellingham en una discusión intrascendente algo dijo y el árbitro se puso flamenco, se paró delante del inglés (que es como pararse delante de la historia) y lo expulsó con un gesto de autoridad muy ensayado.

El madridismo está muy encendido

A partir de ahí el partido se vivió en varios frentes. Los madridistas exigieron a Floren que cerrar la liga, que se fuera a otro universo compatible con el Madrid, que retirara el equipo, que bombardeara el Camp Nou o el Wanda o en su defecto la sede de la Federación Española o la sede de la UEFA o la de la Liga o la del Comité de árbitros para la seguridad y la salud pública. Hay en el fútbol un organigrama institucional que nace y muere en la misma charca podrida y tiene un Comité para cada rama de la mezquindad humana.

placeholder Bellingham, tras ser expulsado en El Sadar. (EFE/Iñaki Porto)
Bellingham, tras ser expulsado en El Sadar. (EFE/Iñaki Porto)

El sistema se alimenta del Madrid y también es su principal enemigo. Paradoja basada en la teoría de la maldad inherente al hombre blanco y en la bondad primigínea del resto de las criaturas de este mundo. Del Real todo el mundo exige lo mismo. Que sea virgen, que le llamen 'puta' y que ponga la cama. Cornudos, pero contentos. Y después de cada revolcón, le hacen la prueba del pañuelo, exigiendo pureza.

El partido fue a partir de entonces una representación. Osasuna no sabía muy bien qué hacer con el balón. Es un equipo hecho para respirar a la contra, para dejarse llevar por la rabia y se encontró en un escenario donde los rabiosos eran los de enfrente y el balón le era cedido con gusto. Tras unos minutos de desconcierto, los blancos comenzaron a tomarle el pulso al partido. El equipo era lejano pero no se partía. Pero era un equipo cansado y con serias dudas sobre la necesidad de desgastarse en una competición con las cartas marcadas.

Vinícius lo intentó todo

Y a partir de ahí, todo fue Vinícius. Vinícius contra uno, Vinícius contra tres, Vinícius contra el equipo entero de Osasuna. Vinícius contra el sol, como si fuera el único defensor de una verdad suya, íntima, que solo a través de jugadas en el límite de lo posible es capaz de expresarse. Parecía que viniera de un planeta diferente, con otra gravedad y de ahí su facilidad para doblar a los contrarios y salir indemne de entre un enjambre.

placeholder Vinícius volvió a firmar un gran partido. (AFP7)
Vinícius volvió a firmar un gran partido. (AFP7)

Regaló un balón de gol a Modric, otro a Valverde, un par de ellos a Mbappé y él mismo falló otras dos ocasiones como dos pequeños acontecimientos geológicos. Es normal que el brasileño provoque tantos penaltis: parece que no va a llegar, pero llega. Parece que va a seguir y se para. Parece que va a centrar y sigue regateando, garabateando una firma cada día diferente y contra la que no hay antídoto posible.

Pero no llegó el gol y en los últimos momentos hubo un armisticio. El cansancio de un lado y la satisfacción del otro se estrecharon la mano en la inmovilidad final. El público, sin embargo, seguía incansable coreando cánticos contra el único jugador con piel de leyenda que había sobre el césped. Acabó el partido y al Madrid no lo habían ilegalizado. O por lo menos el Decreto no se había publicado en el B.O.E. No deja de ser un alivio. Además, Valverde seguía vivo. No hubo lesionados. Casi un final feliz.

Llegaba el sábado al mediodía y llegaba el Real Madrid a Navarra, a Pamplona, a un estadio de esos del norte enrabietado por cuitas antiquísimas de cuando el Rey de Castilla dominaba la competición y exigía 100 vírgenes y 30.000 ducados de oro para respetar los fueros y no golear en la medida de lo posible. Un estadio con personalidad, a la inglesa. Ya saben: la patada igualitaria, las venas a punto de explotar, el racismo justificado. Libertad, amnistía y antimadridismo. La catarsis del fin de semana contra el gran escaparate que viene del centro de la nación.

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