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El Valencia demuestra por qué Vinícius y el Real Madrid son los más odiados de España
Vinícius Júnior sustituye a Cristiano Ronaldo como el futbolista más detestado de España y los científicos no encuentran la causa, quizás una camiseta blanca. Modric ya es eterno
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El viernes pasó una cosa importante en Valencia. Hubo un partido de fútbol. No era política ni nacionalismo. Tampoco fue exactamente un espectáculo. Era fútbol. Había rencillas de por medio y también respeto. Una grada expectante, llena de miedo, llena de ganas, llena de orgullo, de ese orgullo del que se está despeñando en manada. El Madrid llegaba a Valencia y había un aire de armisticio. El club merengue había sacado una preciosa Senyera para recordar a los fallecidos por las inundaciones. Ese gesto gustó, incluso conmovió. La Seneyera era gigantesca y el himno valenciano en el coliseo blanco nos puso a todos el corazón en un puño.
Pero era un partido de fútbol y, afortunadamente, las vendettas no se han olvidado. Apareció Vinicius para recordarlas todas. Ese aire eléctrico que envuelve algunas finales y casi todos los sitios por donde pasa el Madrid, estaba en Valencia. Ese más allá que promete el fútbol lo llevan los blancos cosidos a la camiseta, prendido en algún lugar entre el espíritu y las botas.
Los primeros 20 minutos del partido dieron la razón a quien piensa que Ancelotti es el mejor técnico minimalista del mundo. El Madrid prácticamente no hizo nada. Miraba las cosas venir, al Valencia hilvanar un juego peligroso, al filo de la desesperación, con ganas, pero el talento justo. Miraba e iba poco a poco subiendo líneas, algo que no solamente saben hacer los equipos de Ancelotti, también con Zidane los tempos del equipo funcionaban así.
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El Real Madrid es inevitable
Y justo cuando los blancos parecían haber entrado en el nuevo año, llegó el gol valencianista. Minuto 25, contrataque, los laterales blancos pensando en su plan de pensiones, disparo duro y rebote. Gol. Un gol marcado por un excanterano del Real Madrid. La narrativa encaja también, que parece una ficción rodada por especialistas. El Madrid hace entonces lo que lleva haciendo toda la vida. No es fácil de explicar, aunque es absolutamente reconocible.
Algo así como aquel desierto del planeta Arrakis, desnudo y horizontal, donde comienza a sonar un tam-tam rítmico. Primero el aire se mueve ligeramente, poco a poco el suelo empieza a combarse y de repente emerge tremebundo el gusano, llevándose todo por delante. Una vez que vuelve al interior de la arena, parece que nada haya pasado, pero todo ha sido puesto del revés. El partido del viernes es el del Madrid, ganador de toda la vida. Ancelotti o Zidane, tanto da.
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Punto uno: el escenario tiene que ser complicado, ya sea por la altura del rival, por la importancia del acontecimiento o porque el contrario se juega la vida en cada lance. Punto dos: el equipo es claramente imperfecto. Todos los dicen. Los contrarios lo saben. Y el gol llega como llegan todos los goles que le hacen al Madrid. Robo en el medio, vértigo por la banda y vuelta al centro donde alguien ejecuta con saña. Rebote y gol del ex. La debilidad de ahora son los laterales y Tchouaméni. Es conocida esa herida y es importante darle al pueblo una oportunidad para soñar.
Vinícius cayó en la trampa
Punto tres: hay un jugador odiado vestido de blanco que provoca grandes admoniciones morales en la prensa. Antes fue Cristiano y ahora es Vinícius. Suele coincidir con el mejor de todos los que están sobre el césped. Científicos de varias universidades han estudiado esta rara casualidad, pero no han encontrado una explicación convincente.
Punto cuatro: la prensa dice que el equipo juega mal. Que no juega a nada. No hay particular ilusión por el juego del equipo. El gran espectáculo siempre está en otra parte. Este punto es fundamental. Es el mandamiento sobre lo que orbita lo demás. De hecho, si el Madrid jugara a algo, sería reconocible, estudiable, analizable y quizás vencible por el adversario. Pero no. El Madrid es una amenaza subterránea o aérea. Un gusano gigantesco o quizás la especia que provoca delirios místicos que infectan al propio gusano.
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Es un equipo defensivo con los mejores atacantes del mundo o un equipo desordenado que nunca encuentra el equilibrio, pero vive de su pegada descomunal. Tiene a los mejores, aunque de repente dejan de serlo, cuando se les compara con los que están en mejor estado de forma o son futbolistas de verdad: Salah, Rodrigo o Lamine, ahora mismo. El Madrid es la araña de los 1.000 ojos, el árbol de la ciencia o un líquido viscoso que se filtra bajo las puertas. Nadie sabe muy bien lo que es, pero la única certeza es que los últimos 20 minutos de cada partido serán la única emoción verdadera en ese escenario en recesión que es el deporte profesional.
Modric, el hilo conductor de la grandeza
Punto cinco: el punto cinco es Luka Modric, lo que une al primer Madrid de Ancelotti, al de Zidane y a este último paseo de Carletto por el sendero del bien y del mal. Da igual el rival, la Atalanta o el Valencia. Las constantes internas del Madrid están por encima del contrario o del escenario. Hay defectos y hay desconexiones y también un dominio aplastante de los momentos donde todo se abre o todo se cierra. Y eso se debe a Luka. Al pequeño croata.
Laterales aparte, otro problema en el Madrid es la escasa creatividad de los dos medios. Ceballos o Valverde, Camavinga o Valverde. Tchouaméni y el que se ponga a su lado. Tanto da. Hasta que la pelota no encuentra a Bellingham, el tablero no se mueve. Por eso Brahim es más importante para el juego de este equipo que Rodrygo, porque Brahim tiene algo de "inevitable".
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Siempre está en su punto, siempre recupera la pelota importante, siempre crea un pequeño escenario lleno de tensión donde pasan cosas. Rodrygo vive en su burbuja de genialidad y no todos los días está el señor para esos campos hostiles de la madre patria. Otra cosa son las praderas azules de la Champions. Pero eso todavía no ha llegado.
El caso es que Vinícius fue expulsado por una maña digna de un boina verde que le hizo al portero rival, que sobrevivió por los pelos. Y en ese gong comenzó el último acto. Con uno menos y todo el Valencia erizado apareció Luka y las cosas empezaron a girar a su alrededor.
El genio croata es inmortal
Modric no vive en ningún sitio del campo. Es un infiltrado que recibe el soplo de donde estará la pelota un segundo antes que los demás. Conecta todo el frente del ataque y el equipo se ordena con su mirada. Con él de guía, Brahim, Camavinga y Bellingham triangulan al borde del área. Modric aparece justo en el vértice (¿cómo llegó allí?) y elástico y sinuoso, como si pudiera hacer el amor sin tocar a su pareja, marca el gol del empate.
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Modric ha sido concebido a semejanza humana. Tiene la apariencia, las cualidades y los defectos de los hombres, pero es inmortal. Es un reflejo de la imaginación del madridista, una trasposición a nivel celestial de lo que ocurre en el mundo terrenal. Esos 15 minutos suyos en cada partido son suficientes para sanar a los enfermos. Luego, casi al final, vino el gol de Bellingham.
Fue un error de la zaga del Valencia, propiciado por la presión madridista. Así es el Madrid. El equipo que peor presiona de Europa y también, el que saca más rédito de esas jugadas. Así era con Benzema y pasó también en la final contra el Borussia y otra vez hoy, volvió a pasar. Bellingham marcó fácil, es un jugador que solo ve el hueco en la portería cuando levanta su cabeza y conecta el pie. Eso es el talento. Como el aura de Modric, algo que no se puede descifrar.
El viernes pasó una cosa importante en Valencia. Hubo un partido de fútbol. No era política ni nacionalismo. Tampoco fue exactamente un espectáculo. Era fútbol. Había rencillas de por medio y también respeto. Una grada expectante, llena de miedo, llena de ganas, llena de orgullo, de ese orgullo del que se está despeñando en manada. El Madrid llegaba a Valencia y había un aire de armisticio. El club merengue había sacado una preciosa Senyera para recordar a los fallecidos por las inundaciones. Ese gesto gustó, incluso conmovió. La Seneyera era gigantesca y el himno valenciano en el coliseo blanco nos puso a todos el corazón en un puño.