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Por qué Vinícius tiene todo lo que el Real Madrid pide a sus estrellas (y Mbappé no)
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Ángel del Riego

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Por qué Vinícius tiene todo lo que el Real Madrid pide a sus estrellas (y Mbappé no)

El jugador brasileño es el mejor jugador del mundo y lo recuerda en cada partido del Real Madrid. Vinícius brilló en Leganés y catapultó a un Mbappé que marca pero no brilla

Foto: El brasileño volvió a liderar el ataque blanco. (Reuters/Isabel Fuentes)
El brasileño volvió a liderar el ataque blanco. (Reuters/Isabel Fuentes)

Un partido contra el Leganés no quiere decir nada. No hay símbolos detrás. Son unos contra otros con la pelota como testigo de la competición. Del parón de selecciones todos volvieron enteros. Eso es una buena noticia. Pero en ese parón, el fútbol volvió a pertenecer a España, y eso es una mala noticia. El juego claro e infantil de la roja, se impone por Europa.

Una vez despojado de retórica, solamente faltaba igualar la presión y el ritmo, que es religión en los países del norte de Europa. Eso se ha hecho y ahora la teoría del pase (español) ha sustituido al futurismo de aquella selección francesa en la que Mbappé iba a enterrar el fútbol rompiendo la barrera del sonido. Solamente comenzar el partido contra el Leganés, hay otro gol en fuera de juego de Mbappé.

Kylian está pero no está. Hace y deshace a la vez. La pelota es su enemigo y no acaba de encontrar al personaje en la representación. Le pesan los ojos puestos sobre sus hombros y quién sabe qué más cosas porque los jugadores son hombres y los cracks son hombres que caminan por la superficie del sol y que se van volviendo herméticos a cada paso que dan.

Mbappé, peleado consigo mismo

Güler hace un caño que abre una posibilidad de contraataque bastante clara. Un caño es una pequeña joya en el altar de cada partido y también una humillación. Es una afrenta a la masculinidad, y da más gusto cuando los que lo ejecutan son como Güler, chicos inocentes y callados cuya única arma para expresarse, son sus pies. El Madrid vive en medio de contras que se van corrompiendo según avanzan. Güler hace un caño (el mismo de antes), y el balón le llega a Mbappé y ahí, la jugada se convierte en un trabalenguas.

No hay sencillez ni concisión en el lenguaje del francés, solo cuando le llega la pelota en carrera y con espacio respira al mismo compás que los demás. El Madrid se ordena para defender, pero al atacar, sus jugadores parecen personajes de un drama existencial que suben o bajan escaleras sin orden ni concierto. A veces se cruzan la mirada y otras agachan la cabeza. Y las menos resuelven por instinto un jeroglífico del que carecen de manual de instrucciones, pero en el que hay una sola certeza: Mbappé sigue en fuera de juego.

placeholder El ariete francés no acaba de estar cómodo. (Reuters/Isabel Infantes)
El ariete francés no acaba de estar cómodo. (Reuters/Isabel Infantes)

Ajeno a todo, Güler hace un zigzag en zona de peligro y está a punto de marcar a la manera de los genios: pelota dentro del cuerpo, cabeza alta, irrupción en el área como un príncipe en su trono y esa zurda. Vinícius está dentro de su show particular y exagera y gesticula. Quizás por eso nunca le pitan los penaltis. O quizás sea otra cosa, porque haberlos haylos, y varios por partido. Pisotones en el área, forcejeos que son algo más que una prueba de amor, empujones en el punto de penalti.

Sin gran juego, pero con cierta vibración, el Real empieza a tañer cerca del área. Esa es la palabra. No es algo sutil. Son unas ganas antiguas que siempre tiene este equipo y que nadie sabe de dónde vienen. En una jugada cualquiera, Camavinga en la frontal del área rival estorba al chico que tiene la pelota, que había dudado en una zona donde solo se respira a vida o muerte. Es Bellingham quien acude y se tira al suelo y la pelota sale despedida hacia lo íntimo del área. Es la perfecta definición de la expresión "balón dividido".

Hay un montón de jugadores del Leganés, pero entra Vinícius atravesando un cristal invisible y rebaña la pelota con una suavidad muy medida. Se para un segundo, ya superada la muchedumbre, mira hacia atrás y le deja un balón sedoso a Mbappé, que marca a puerta vacía. Camavinga-Bellingham-Vinicius-Mbappé. Ese ha sido el guion de la obra. Todos en su papel y Vinícius haciendo de alquimista; convirtiendo el plomo en oro fundido. Eso es lo que hacen las estrellas y eso es lo que es el brasileño en cada partido, en cada competición, desde hace tres años.

La evolución letal de Vinícius

¿Y qué se le exige a una estrella del Madrid? Se le exige eficacia, pegada en terminología Chamartín. Nada desespera más al aficionado que tener muchas ocasiones y no meter goles. Recuerden al Vinícius antiguo. Él, que era castigado en los telediarios, en el Bernabéu, en las tertulias y en la calle. Este chico no vale para el Madrid, se oía por ahí. El madridista le pide a sus delanteros una eficacia inhumana, cósmica. Cada fallo se suma a una causa general contra el jugador.

Salvo Di Stéfano y Raúl, todos los grandes han visto con desconcierto cómo los pitos del Bernabéu arreciaban cuando erraban una ocasión que se suponía clara. El coliseo blanco no tiene paciencia —lo que hace un esfuerzo inútil intentar implantar cualquier estilo— y su memoria es tan selectiva como la de los enamorados. Para el Madrid, ganar es sobrevivir, por eso la eficacia debe ir impresa en cualquier cualidad del futbolista.

placeholder El brasileño es el gran motor ofensivo del Real Madrid. (AFP7)
El brasileño es el gran motor ofensivo del Real Madrid. (AFP7)

Así lo describe Valdano en 2004 en las páginas de El País con El genio de lo concreto. Estamos en Dortmund, el día antes de jugar un partido clave de la Champions League frente al Borussia en febrero de 2003. Los jugadores esperan en el vestuario el momento de salir al último entrenamiento. Mientras sus compañeros terminan de vestirse, Ronaldo y Roberto Carlos, en un espacio muy pequeño, empiezan a tocar el balón con una técnica y una gracia que producen risa. Porque hay algo de chaplinesco en el juego que expresa, en toda su riqueza, al fútbol sudamericano. De alguna manera, que no sabría explicar, estoy emocionado por la belleza del momento. Me despierta Raúl, que pasa a mi lado y sentencia: "Para ganar mañana, eso no sirve".

Pero Vinícius cambió y ahora es de una concreción máxima cuando el escenario lo requiere. Es chaplinesco, en terminología Valdano, burla a los malos y les saca la lengua, se recrea y gusta de ser odiado. A ratos se va de los partidos, sobre todo cuando no son muy importantes (o eso cree él) y se cae en el fondo de una mascarada: es su lucha particular mitad Charlot, mitad Steven Seagal. Y al momento siguiente, se quita su disfraz y ejecuta al rival con esa técnica aprendida en el callejón y la frialdad de un sicario.

El Real Madrid desea ser letal al espacio

Siguiendo con el partido, en la segunda parte el panorama se aclaró para el equipo blanco. El Leganés intentaba atacar de forma infructuosa (Asencio, el nuevo, no se dejó notar, lo cual es magnífico) y eso le desordenaba al defender. Y en el desorden hay espacios, posibilidades, oportunidades para hacer negocios turbios y fuera de la norma, que es de lo que gusta este extraño equipo de Ancelotti.

Camavinga comenzó a dictar las normas y Bellingham recibía en zona de mediapunta, lo cual suena a milagro. Solamente con eso, la jugada ya aparecía. No hacen falta automatismos, solamente poner el dedo en el gatillo y apuntar en la dirección correcta. El Madrid lleva haciéndolo 1.000 años. Es una tiranía cogida por los bordes. Y entonces llegó Valverde y marcó de falta en un disparo tan raso que parecía que tuviera gravedad propia.

placeholder El uruguayo nunca falla. (EFE/Sergio Pérez)
El uruguayo nunca falla. (EFE/Sergio Pérez)

Mbappé marcó un gol, pero no hay manera de que se quite el fatum. Vinícius le pone un balón al espacio, con el exterior (ese toque olvidado que Modric puso de moda) y el francés llega en carrera, con demasiado tiempo para pensar, a las puertas del portero rival. Piensa, piensa, piensa, pero no amaga, no sueña, no flota, no ajusta. Tira fuerte al centro a un perplejo portero que la para sin dificultad. Únicamente será libre cuando piense en el área y elija sin miedo, pero ese tiempo no ha llegado y no parece ni lejos ni cerca, porque Kylian no deja traslucir nada de su interior, excepto que carece total y absolutamente de alegría.

El Real, con Brahim y Modric, empezó a inyectarse contras en vena y eso es lo mejor para el cutis de un equipo sin las cosas claras. Había una oportunidad de gol tras cada correría y el campo, por fin, parecía lleno de túneles secretos por donde el balón iba y venía fácil y ligero, acuático. Un poco como hace la selección española, pero con hombres de verdad. Era lo sencillo llamando a puertas y eso solamente pasó sin Mbappé en el campo, un chico con un jeroglífico en la mirada en un equipo que tiene ganas de comenzar a divertirse.

Un partido contra el Leganés no quiere decir nada. No hay símbolos detrás. Son unos contra otros con la pelota como testigo de la competición. Del parón de selecciones todos volvieron enteros. Eso es una buena noticia. Pero en ese parón, el fútbol volvió a pertenecer a España, y eso es una mala noticia. El juego claro e infantil de la roja, se impone por Europa.

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